Puede suceder que un peregrino vaya a Santiago por la ruta costera y, poco antes de llegar a Luarca, en el occidente asturiano, se encuentre junto al camino con un recinto de muros desconchados y comidos por la maleza. Al acercarse más verá una puerta de acceso monumental, hecha de ladrillo y coronada con un arco de herradura, típico de la arquitectura musulmana. Ningún cartel informará al peregrino de que se encuentra ante el cementerio musulmán de Barcia, construido durante la guerra civil y donde yacen entre 100 y 300 musulmanes caídos en el avance de las columnas gallegas hacia Oviedo y en los años posteriores al conflicto, combatiendo al maquis en los montes asturianos.
En octubre de 1936 empezaron a desembarcar en Galicia, donde triunfó el golpe militar, las tropas de indígenas marroquíes procedentes de Ceuta, Melilla, Tetuán y Larache. Junto a soldados españoles, se integraron en las cuatro columnas que acudieron al rescate de Oviedo. En la capital asturiana resistía el coronel Antonio Aranda, del bando sublevado, al cerco de las tropas republicanas. Durante el avance hacia Oviedo, la villa de Luarca se convirtió en el punto neurálgico de la retaguardia nacional, y allí se estableció el gobierno militar de la zona. Los combates más sangrientos tuvieron lugar en El Escamplero, en la falda del monte Naranco y a pocos kilómetros de Oviedo, donde los regulares murieron por cientos. “Al ser un cuerpo de élite y de servicio en avanzada”, explica José Manuel Rena, vecino de Barcia y profesor de historia jubilado, “avanzaban, y hubo una verdadera carnicería”.
El 'moro' y sus imágenes
Los soldados marroquíes en el frente disponían de personal e infraestructuras adaptadas a sus costumbres y necesidades. El Teatro Colón de Luarca fue habilitado como cuartel para las tropas africanas y el antiguo Hospital de Caridad de Avilés se convirtió en cementerio musulmán. Los contingentes iban acompañados por imanes y alfaquíes, encargados de hacer los enterramientos siguiendo el rito islámico. Y parece ser que fue precisamente un alfaquí, con mano de obra local tanto voluntaria como forzada, quien dirigió la construcción del cementerio de Barcia en el otoño del 36.
Entre la población asturiana el 'moro' suscita temor y desconfianza, unos recelos de los que dan testimonio leyendas y canciones populares y que evocan siempre la victoria de don Pelayo en la mítica batalla de Covadonga. Pero además de aquella estaban muy recientes los sucesos de octubre de 1934, cuando las tropas regulares ganaron triste fama por su papel represión de la insurrección minera. Prueba del pavor que generaban estas tropas es el hecho de que, para rendirse, los mineros del 34 pusieron entre sus condiciones que las tropas africanas fueran retiradas del frente “ya que su comportamiento no es digno de ninguna nación civilizada”, como le escribió el líder socialista Belarmino Tomás al general López Ochoa. Sus peticiones no fueron aceptadas.
“Uno de los grandes iconos de la propaganda republicana de guerra fue el del moro invasor, que sería una suerte de vuelta de los invasores del 711”, explica el historiador Xosé Manuel Núñez Seixas, Premio Nacional de Ensayo en 2019. “En la prensa republicana hubo una gran demonización del árabe”, coincide Francesc Tur, autor de “La guerra invisible. Moros, afroamericanos y gitanos en la Guerra Civil” (Ed. Calumnia), “se lo trataba como si fuera un salvaje, una bestia que venía a violar a las mujeres españolas”.
El bando franquista recurrió también al 'moro' en su propaganda para presentarlo “como un símbolo, parte de esa imagen de Franco como caudillo africanista”, señala Pablo León Gasalla, Director General de Cultura y Patrimonio del Principado de Asturias. “José María Pemán, por ejemplo”, detalla Tur, “ensalzaba la unidad del pueblo español y los árabes, que venían a ayudar a preservar la civilización. Pero era pura retórica”. Porque lo que fueron en verdad, recuerda León, fue “carne de cañón en la primera línea de combate”.
“Un lugar medio clandestino”
El cementerio de Barcia, único vestigio de arquitectura islámica en Asturias, ocupa una superficie total de 4.500 m² en dos partes diferenciadas. Por un lado la zona de enterramiento, de planta rectangular y con torres de guardia en sus cuatro esquinas, a la que se accede pasando bajo el arco de herradura, en su día cubierto por una puerta de madera de más de dos metros de altura. Frente a esta empezó a levantarse una mezquita, pensada para lavar y envolver los cadáveres siguiendo el rito musulmán, que no llegó a terminarse. Nunca ha podido establecerse con exactitud cuántas personas están allí enterradas: se estima que andan entre 100 y 300, aunque algunos cálculos elevan la cifra hasta 500 y otros la rebajan hasta el medio centenar.
“Había un imán llamado Omar”, recuerda Rena, “que, después de acabada la guerra, venía todos los años a limpiar y cuidar el cementerio. Yo creo que murió por el 70 y poco, y no volvió más”. Desde entonces ha ido creciendo la maleza hasta hacer indistinguibles las tumbas, se han caído tramos del muro y las torres de vigía están llenas de basura y restos de botellón. “La primera vez que fui, con 13 años o así, hacia el año 79”, recuerda Seixas, “tenía un cierto aire de misterio. Luego volví de adulto, con mi mujer, y estaba hecho un asco. Es un lugar medio clandestino”.
La parroquia rural de Barcia, municipio de 579 habitantes, es la entidad propietaria y responsable del cementerio. Ricardo García Parrondo fue su presidente entre 2007 y 2023: “Cuando entré hicimos una limpieza, porque aquello era un matorral absoluto. Lo limpiamos e intentamos que se mantenga así”. Les gustaría adecentar más el lugar, “pero tenemos un presupuesto muy bajo y no nos llega, porque es una obra complicada. Llevamos años intentándolo y picando en las puertas de todos los organismos oficiales”.
Ni un duro para los muertos
Ismael González, concejal de Promoción Económica, Turismo, Empleo, Energía, Ciencia e Innovación del ayuntamiento de Valdés, reconoce que el cementerio no está “entre las prioridades de actuación de cara ni a rehabilitación patrimonial ni a uso turístico. Es una estructura que puede tener su interés por la arquitectura singular en la zona, no hay duda, pero el gobierno municipal está enfocado en la puesta en valor de otros recursos que consideramos de mayor relevancia patrimonial y con mayor impacto turístico- y por tanto de un valor socioeconómico más importante para el concejo-, como pueden ser el Bosque-Jardín de la Fonte Baxa, el Museo del Calamar Gigante o el Castro de Castiel”.
En 2012, el cementerio fue incluido en el Inventario del Patrimonio Cultural de Asturias. “Esta protección implica un deber de conservación del responsable”, explica León, “pero cuando se incluyó en el inventario ya estaba en estado de abandono, y no podemos obligar a retrotraer la conservación”. “En los últimos años”, continúa el director de Patrimonio, “no hemos solicitado ni concedido ninguna ayuda, pese a que estar incluido en el inventario le abre las puertas a recibir subvenciones. Hubo un intento, que no cuajó, de la ciudad autónoma de Melilla”. “Yo hablé con el consejero de Melilla”, corrobora García Parrondo, “y en 2011 mandó redactar un plan de rehabilitación integral del cementerio. Pero llegó la crisis y se quedó todo ahí”. La obra, presupuestada en 200.000 euros y planteada para conmemorar los cien años de la creación de las tropas regulares, fue finalmente desechada por su alto coste: “Como los muertos no votan, ni un duro”, lamenta Rena.
Pero el desdén hacia el cementerio musulmán de Barcia no viene solo de las autoridades municipales o regionales. “Se colocó un cartel pequeño y apareció con grafitis”, asegura García Parrondo, “porque hay gente que entiende que los que están ahí lucharon contra sus familias, y hay que ir contra ellos como sea”. A Núñez Seixas le parece “curioso el contraste con otros cementerios de soldados aliados del bando franquista, como el sagrario militar italiano de Zaragoza. Añadiría que el desinterés, y probablemente falta de medios, de Marruecos también es claro: sería recordar a los combatientes por el colonizador, a fin de cuentas”.
¿Resignificar el cementerio?
A García Parrondo le gustaría recuperar el cementerio como un lugar “de memoria histórica, para recordarle a los jóvenes lo que pasó. Y que no vuelva a pasar”. Núñez Seixas piensa que “debería ser posible una resignificación inteligente por parte de las autoridades sin por ello reivindicar la participación de las tropas marroquíes en la guerra, sino explicándola. Probablemente teman la polémica, pero podría ser un lugar interesante para el turismo cultural. Habría que adecentarlo, resignificarlo y hacer una investigación. Y, si alguien quiere rendir algún culto funerario, debería ser posible”.
Desde hace años, la comunidad musulmana en Asturias se ofrece para hacerse cargo de la rehabilitación y el mantenimiento del cementerio. Piden usarlo como lugar de enterramiento para musulmanes de Asturias, Galicia, Cantabria y León “En toda Asturias tenemos una sola parcela en el cementerio de Oviedo, y ya está casi llena”, afirma Yahya Zanabili, un médico jubilado sirio que llegó a España en 1970 y que es el delegado de la Comisión Islámica en Asturias, “además, las tumbas no están del todo orientadas a La Meca. Como ciudadanos españoles tenemos derecho a enterrarnos según nuestras creencias religiosas, y en Asturias eso no se garantiza”. El cementerio musulmán de Sevilla, edificado también durante la guerra civil, fue luego rehabilitado y entregado a la comunidad musulmana como lugar de enterramiento.
Pero la utilidad del cementerio de Barcia ha sido muy distinta estas últimas décadas. Según Rena, “mucha gente de Barcia se llevó unas piedras de la mezquita, unas piedras magníficas, para construir el basamento de sus casas”. Una vecina que pasea a su perro por allí cuenta que un tramo de muro se derribó para poder sacar carretas cargadas con la leña de los pinos plantados dentro del recinto. Rena lo resume en pocas palabras: “Un pillaje, vaya”.
“Una parte del pasado conflictiva y polémica”
El cementerio de Barcia ocupa un lugar esquivo y difícilmente clasificable en la memoria colectiva. “El problema de los moros de la guerra civil”, piensa García Parrondo, “es que el bando ganador no los trató bien, y el bando perdedor no los quiso nunca. Al terminar la guerra se quedaron en un limbo”. Núñez Seixas coincide en que se trata de una “memoria no querida y bastante incómoda. Hay un doble rechazo, pues el bando vencedor reconoce que había tropas mercenarias y no cristianas en sus filas, y al movimiento memorialista le choca preservar el espacio como lugar de enterramiento de otra confesión”.
León Gasalla cree también que se trata de “una parte del pasado muy dolorosa, que es conflictiva y polémica. Pero una forma de abordarlo sería mantener el cementerio e intentar contextualizar y explicar por qué está ahí”. “Los temas que tienen que ver con muertos son delicados”, añade Núñez Seixas, “y en el occidente de Asturias hubo bastantes fusilamientos. Si abres un melón tienes que abrir también el otro. El recuerdo de los moros es muy negativo en la memoria popular de Asturias por su papel en la represión pero, por otro lado, eran en su mayoría gente reclutada medio a la fuerza. Cabría verlos en parte como víctimas. Entonces, ¿qué reconocimiento les tenemos que dar?”.