Saría, la primera mujer en partir la baraja del tute hace 80 años en el occidente de Asturias

Raquel L. Murias

Boal —
15 de marzo de 2024 22:52 h

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Nunca pensó Sara López, 'Saría', que estaba haciendo historia el día que hace 78 años agarró la silla de formica y la arrastró hacía adelante para sentarse a jugar su primera partida de tute con tres paisanos en una de las mesas cuadradas del 'Bar Especial Ignacín', en el tuétano del Occidente de Asturias. Era la primera vez que una mujer echaba la partida en un bar de Boal, su pueblo, capital de un concejo que a duras penas supera los mil habitantes.

Hoy, con 94 años, una mente lúcida y privilegiada, un cuerpo menudo que se mueve como un gato escaleras arriba y abajo, su pelo, cano y ensortijado, y sus manos regias, 'Saría' no perdona las dos o tres partidas diarias y lamenta que en todos estos años ninguna otra mujer se haya sentado a partir la baraja con los paisanos del pueblo. “Aún piensan que sentarse con hombres a jugar es delito, a mí nunca me faltaron al respeto y mira que riño con ellos porque que hay alguno que tiene muy mal perder”, explica con sus cartas en la mano. Y da dos golpes sobre la mesa, como cantando las cuarenta.

“A los 16 años empecé a trabajar en el bar del que después fue mi marido. Venía gente mayor a echar la partida y yo siempre me quedaba mirando. Aprendí mirando. Me gustaba la baraja y resulta que un día faltaba un jugador para echar el tute. Y me senté”, explica con la sonrisa pícara, y da un aplauso en el aire, porque a Saría le sigue haciendo ilusión ir a jugar a las cartas y en menos de una hora le toca la partida de tarde. Echa un vistazo rápido al reloj y prosigue su relato. “Aprendí mucho de la gente mayor y ahora yo soy parte de esa gente mayor. Las únicas veces que he sentido que alguien me pone recelo a que juegue es porque quizás piensan que, a mi edad, no estoy lúcida ya para echar la partida, pero de momento, toco madera”, explica. Y la toca, porque en su casa donde vive sola e independiente, hay una enorme mesa de madera en el salón, donde ella retira el tapete para quitarse el “mono de las cartas” haciendo solitarios de vez en cuando.

Cartas y café; café y cartas. “Me encanta el café, tomo mucho, incluso antes de ir a la cama porque me ayuda a dormir. Café y azúcar. Me lo trae mi hijo de Oviedo porque tomo siempre la misma marca y nunca me sentó mal. Cuando juego me gusta tomar un café y a veces igual tomo una clara, pero yo nunca fui bebedora”, asegura Saría, que es una auténtica institución en su pueblo donde camina rauda con las manos en el pecho, apretando el abrigo, sonriente. “Siempre me preguntan lo mismo: ¿ya echaste la apartida?... ¡cómo si no hiciera otra cosa!”, concluye.

Casada a los 17 años y madre de tres hijos, el tute le ha dado a Saría muchísima vida. “Me gusta más que ninguna fiesta, por eso cuando los hijos se empeñan en llevarme a Oviedo o a Mieres con ellos, al tercer día ya les digo que o me traen a Boal a jugar la partida o cojo un Alsa”, explica. Y lo haría, porque a Saría nunca le dio miedo ni volver a barajar ni la cafeína antes de dormir. “Con 13 años yo ya estaba trabajando y solo podía ir a la escuela los jueves. Aprendí a leer y a escribir y el mapa de España, eso sí que no se me olvida. Doña Concha, la maestra, no me decía nada, sabía que tenía necesidad de cobrar los dos reales que me pagaban al mes en el hotel de El Pasadoiro, eso y la comida, que también me la daban”, explica la veterana jugadora.

Saría no concibe la vida sin la partida de cartas y los domingos, cuando cierra la cafetería en la que juega por las tardes, “lo paso mal, echo en casa tres o cuatro partidas al solitario, pero no es lo mismo”, resume. En su abrigo gris que se enfunda a la voz de ya en cuanto el reloj marca menos cinco, mete su baraja firmada con su nombre y apellido en boli rojo. “Me la regalan en la Caja Rural y cuando está muy gastada pido otra”, explica Saría, que siempre tuvo debilidad por el as de copas… ¡menuda es ella! “Juego y soy feliz, es una cosa que no puedo explicar, echando la partida conoces a la gente, haces vida social. He perdido por el camino a muchos compañeros de partida y ahora a veces siento que la personas pierden el tiempo con el móvil, demasiado tiempo”, relata. Por eso Saría no está para nadie cuando juega. Nada más entrar en el bar pide un café y le deja a Carmela, la camarera, su teléfono. “Mis hijos ya saben que la partida es sagrada y que estoy jugando. Nada es tan urgente que no pueda esperar”, eso dice ella.

“Dios va a hacer lo que quiera”, pero si por ella fuera que la partida dure hasta el último día. “Ojalá me muera jugando, aunque les iba a dar un disgusto si quedaba la partida a medias” asienta. Y es que la misma filosofía que en las cartas la aplica esta boalesa para la vida, ¿cuál? Esta: “prefiero ganar que perder, pero a mí lo que de verdad me hace falta es jugar”. Jugar, jugar y jugar… hasta el final.