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Inés, Inés, cuántos hijos va a tener

Preparamos un programa para el próximo Radiojaputa sobre la maternidad, y llevo una semana con el runrún.

Intento hacer memoria sobre la evolución que yo misma he tenido en relación con este tema, y sólo me asaltan recuerdos donde la maternidad era algo que me llegaría tarde o temprano. Da igual lo que yo dijera, da igual lo que yo pensara. Mi entorno, cercano y lejano, me aseguraba que yo iba a ser madre.

Recuerdo aquellas canciones “infantiles” al jugar a la comba: “Inés, Inés, cuántos hijos va a tener”, que 1, que 2, que 3... y tantas veces consiguieras evitar pisar la cuerda, tantos hijos ibas a parir. Yo era realmente buena jugando a la comba, a mis amigas se le cansaban los brazos porque no fallaba nunca, lo que me dejaba en torno a 300 hijos por día. Recuerdo que siendo pequeña me gustaba más la versión que decía “Inés, Inés, cuántos novios va a tener”, pero sólo la cantábamos cuando estábamos a solas, en el patio del recreo cantábamos la de los hijos. Nunca acordé nada con mis amigas, simplemente lo hacíamos así. Tácitamente.

Mi vida, como la de cualquier mujer que esté leyendo este artículo, ha estado plagada de conversaciones donde -sin haberte pronunciado jamás sobre si querías o no ser madre- todo giraba en torno a cuántos hijos iba a tener, cuáles serían sus nombres, si serían niño o niña. Había juegos para adivinarlo. Muchos juegos para adivinar cuántos hijos o hijas. Recuerdo que había uno que, cogiendo la edad con la que querías casarte, tenías que ir contando por un tablero hecho en cualquier cuaderno e ir eliminando posibilidades. Había cuatro grupos que tú misma tenías que completar con colores de tu vestido de novia, número de hijos, posibles novios y lugar de destino de tu luna de miel. Si querías casarte con 25, tenías que ir contando sobre esas palabras escritas e ir descartando donde acababas de contar. Al final te quedaba un resultado parecido a esto: Te vas a casar con Pepito, vas a tener tres hijos, irás de beige y tu luna de miel será en Nueva York.

Mi madre sabe que yo desde muy pequeña he dicho que yo no sería madre, pero no me ha creído nunca. Le puede el instinto abuelil y sé que sigue soñando con el día que me quede embarazada. Sé que llegaré a la menopausia y ella seguirá soñando con ser abuela.

Desde siempre me han dicho siempre que las ganas de ser madre cuando una duda, te vienen cuando estás en una relación estable con alguien bueno y en que quien confías. Cuando una “duda”. Vale, pero es que si no dudas, también.

Tengo una relación estable, vivo con mi pareja, un chico bueno, cariñoso, divertido, alguien mejor de lo que nunca creí que fuera a encontrarme, y en quien confío más que en mí, y sigo sin querer ser madre. ¿Qué hacemos con eso? Parece como si tuviera una patología. Después de tantos mensajes sobre “Ya querrás, ya”, dicho con tono cariñoso pero sentido como una amenaza, siento a veces que debo de ser una desalmada. ¿Cómo es posible que no quiera crear una vida nueva partiendo de mí y de la persona que más quiero en el mundo? ¿Es que ni el amor va a “ablandarme”?

Porque que una no quiera tener criaturas no significa que no viva siempre, y digo siempre, creyendo posible que algún día sea madre. Yo misma he dicho que no quiero ser madre desde pequeña, pero mientras siga generando óvulos yo no pongo la mano en el fuego por mí. La pongo en miles de temas, pero no en éste: me han hecho creer que una decisión razonada y argumentada, bien pensada y durante mucho tiempo puede dar un giro de 180º en cualquier momento. El instinto maternal, lo llaman. Un reloj que llevas dentro y que, al parecer, puede sonar mañana mismo. A primera hora.

También el penúltimo ginecólogo al que fui lo piensa así. Fui para revisar que todo estuviera bien y me alertó de que las mujeres son ovarios poliquísticos, que somos un 10%, podemos tener problemas para concebir. Le dije que no pasaba nada, que no iba a ser madre, y que sólo estaba allí porque quería saber que todo estaba en orden (más allá del SOP). Me mandó analíticas, me hizo una citología y me exploró las mamas. Al par de semanas ya estaban los resultados de todo, así que volví.

“Tengo una mala noticia”, me dijo. El ginecólogo miró los papeles y luego a mí. Se me paró el corazón. Cáncer. La palabra cáncer era la única que se me ocurría. Además del peor. Seis meses de vida. Tres. No, de hecho ya me estaba muriendo. Allí mismo. No dije nada, sólo lo miré. Algo más tendría que decir aquel hombre.

“Está todo bien en tus análisis, ¿eh? no te asustes. Pero me temo que probablemente vas a necesitar asistencia para quedarte embarazada”, dijo, muy serio.

No estaba segura de haber oído bien. Con los nervios entendí que estaba todo bien y que la mala noticia es que estaba embarazada. ¿Era eso lo que había dicho? No, eso no podía ser, porque ha hablado de asistencia. La boca se me había secado y el corazón me iba a mil, así que le pedí como pude que si podía repetir.

“Mujer, estás pálida, no te preocupes, los análisis están bien, mira, todo dentro de los parámetros excepto esto y esto, que bueno, con el SOP es lo normal”.

“Y, ¿cuál es la mala noticia? Que necesitaré la inseminación artificial cuando quiera ser madre? Si le dije que no quiero serlo”

“Bueno, no ahora, mujer, cuando sea, en el futuro”.

No me lo podía creer. El pánico se tornó ira con tanta rapidez que cuando me di cuenta le estaba hablando de tú, echada sobre su escritorio.

“Te dije que no quería ser madre, fue lo primero que sacaste en la consulta anterior y lo primero que tuve que aclarar. Tengo 35 años y los óvulos contados ya, ¿hasta cuándo vas a dejar de presionar con la maternidad? ¿Nunca, no? Nunca”.

El ginecólogo me miró como si estuviera loca. Como si estuviera exagerando. También la enfermera que le acompañaba. Los dos me miraron y luego se miraron entre ellos. Encima me sentí avergonzada por ponerme borde, cuando aún me temblaban las manos por la “mala noticia” (que no era mala, a no ser que contemos con el dinero que me he gastado todos estos años de relación en condones y que al parecer no había necesitado).

Por supuesto no volví a ese ginecólogo. La siguiente fue una ginecóloga, a la que conté lo que me había pasado en la consulta del Doctor Malas Noticias. Se echó las manos a la cabeza. Negó la rotundidad del anterior y me dijo que cada mujer era un mundo, que no podían hacerse predicciones así, mucho menos predicciones con alguien que no quiere ser madre. Bueno, ya me sentía mejor, parece que yo no era la única exagerada, como mínimo éramos dos.

Resumiendo, porque todo lo vivido con respecto a la maternidad sin haber sido nunca madre da para una saga: llego al programa de la semana que viene con muchos sentimientos encontrados, por eso creo que lo mejor y más justo, es que en ese podcast quepan todas las voces: las madres y las no madres. Las que han decidido tener criaturas y están encantadas, las que sienten que han sucumbido a la presión social, las que resisten a dicha presión, y las que nunca fueron madres y ahora se arrepienten. Y pasa algo curioso con estas últimas, porque sabemos que hay un 27% de mujeres desencantadas con la maternidad, y sin embargo, el sentir de casi todas las que no queremos ser madre es justo el contrario: arrepentirnos en un futuro, cuando ya no podamos. Pero, ¿cuántas mujeres no madres se sienten ahora desencantadas con su decisión de no tener criaturas?

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