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“La Iglesia tenía más miedo de los maestros que sacaban al pueblo de la ignorancia que de los milicianos”

Mauricio Rodríguez-Gastaminza (Bilbao, 1951) cursó Historia en la Universidad de Barcelona al mismo tiempo que Bernardo Atxaga realizaba sus estudios también allí. A pesar de ser ambos de origen vasco y de coincidir durante años en la capital catalana, no se conocieron hasta años más tarde, después de que el escritor de Asteazu recogiera en su novela ‘El hijo del acordeonista’ el asesinato del abuelo de Rodriguez-Gastaminza, Mauricio Rodríguez López, a manos de las tropas franquistas. El miércoles pasado, ambos participaron en la conferencia sobre la memoria histórica que dio por concluida la exposición ‘Navarra, 1936’, que durante estos días se ha podido ver en el Bizkaia Aretoa de la capital vizcaína. El historiador bilbaíno es asimismo militante de ‘Antikapitalistak’ y, quizás por la influencia del trágico fusilamiento que condicionó a su familia, un “apasionado” de la II República. Habla animadamente sobre ella durante la entrevista concedida a Eldiarionorte la víspera de la conferencia sobre la memoria histórica.

Pregunta: ¿Cómo se enteró de la muerte de su abuelo?

Respuesta: Tuve un conocimiento tardío porque cuando yo nací todavía todas las familias de los represaliados tenían mucho miedo, se guardaban sobre todo de contárselo a los niños. Al final me enteré a los 15 o 16 años por medio de un tío mío, hijo de mi abuelo asesinado. Después estudié Historia en Barcelona e hice mi tesis sobre historia contemporánea de España, concretamente sobra la II República y la Guerra civil, o sublevación fascista como prefiero llamarla yo y me enteré bien de todas las circunstancias.

P: ¿Cómo murió?

R: Mi abuelo era el maestro de Gordoa y el mayor de los tres que fusilaron las tropas fascistas al llegar a Araba. Bernardo Atxaga lo recogió en su novela echando mano de las memorias de Pedro Salinas, que era el hermano del presidente socialista de la Diputación en aquella época y amigo y contertulio de los tres maestros. A él lo iban a fusilar también, pero consiguió escapar y escondido en unos arbustos vio todo el asesinato y cómo mi abuelo gritaba: “Salvaros vosotros que yo soy mayor”. Dejó una viuda y siete hijos.

P: ¿Por qué los mataron?

R: Fueron fusilados por la denuncia del cura de Salvatierra cuando entraron los requetés en Araba, el 9 de agosto de 1936. Sin juicio previo ni nada, sólo porque el cura dijo que eran rojos, los subieron en una camioneta a la vecina sierra de Urbasa y allí en la cima de Otxoportillo los arrojaron a una sima. Sus restos siguen allí y cada primer domingo de septiembre vamos a rendirles un homenaje las buenas gentes republicanas y amigos de la libertad.

P: ¿Qué papel jugó la Iglesia durante la guerra civil?

R: El motivo fundamental de muchas denuncias que hubo, porque hubo asesinatos de miles de maestros por toda la península, fue que la Iglesia católica tenía más miedo de los maestros dedicados a sacar al pueblo de la ignorancia que de los milicianos que defendían con las armas la legalidad democrática. Para ellos eran mucho más peligrosos, por eso los curas del pueblo los señalaban y los fascistas los ejecutaban.

P: ¿A qué se debió este miedo?

R: Hay que tener en cuenta que cuanto más ignorante es un pueblo mayor predicamento tiene una religión, sea del tipo que sea. Habían tenido un poder total y absoluto durante siglos en España y de repente llega un régimen democrático ‘radical’ que sube mucho el sueldo de los maestros, desarrolla un plan de escuela laica y crea un plan para construir 20.000 escuelas nuevas en 5 años y dar trabajo a 10.000 o 15.000 maestros más. Asimismo, saca la asignatura de religión y los crucifijos de las escuelas públicas. En fin, hace una serie de reformas democráticas que en el resto de países del entorno eran lo más normal y moderniza el Estado español, pero choca con la prepotencia y el poderío de la Iglesia. Después, cuando la sublevación militar tomó el poder llamó santa cruzada al alzamiento con el apoyo del papa Pio XII, que ha sido conocido por la historia como el papa nazi.

P: En Euskadi no jugaron exactamente ese papel, ¿no?

R: No, no. Es cierto. Voy a hacer la salvedad de decir que fue algo que hizo la Iglesia en general con excepciones como aquí en Euskal Herria. Yo, por ejemplo, estudié durante 12 años en Escolapios de Bilbao en plena dictadura y nunca canté el ‘Cara al sol’. La mayoría eran padres nacionalistas guipuzcoanos y vizcaínos y tengo el recuerdo personal de ciertos curas que han merecido todo mi respeto. Conozco la diferencia, pero en general el papel del clero fue ése. Además de atacar a la educación, donde más se nota su mano es en la represión a las mujeres.

P: ¿A qué se refiere?

R: Los derechos que conquista la mujer durante la II República le hacen dar un salto de décadas y dejar atrás el estar sometida a lo que decida su marido o padre. Al inicio de la II República había un 27% de analfabetismo en los hombres y un 32% en las mujeres. En poco tiempo, se consigue prácticamente eliminar ese desequilibrio. Pero cuando toman el poder los sublevados todo vuelve a retroceder a la situación anterior e incluso más atrás.

P: ¿Cómo quedaron los derechos de la mujer?

R: Por un lado, las que se significaron como sindicalistas, feministas o simplemente demostraron afinidad y un cierto apoyo al régimen democrático sufrieron una represión brutal. Se les volvió a quitar el voto, les prohibieron tener una cuenta corriente a su nombre hasta los 24 o 25 años y a las solteras les obligaban a hacer una perversa mili femenina que se llamaba ‘servicio social’ y estaba dirigida por Pilar Primo de Rivera, hermana del creador de la Falange. Las internaban durante meses en unos caserones y les obligaban a aprender a coser, bordar y planchar para que fueran buenas mujeres para sus maridos. Y esto duró hasta los años 70…

P: Antes de dejar paso a Bernardo Atxaga, también hablará de las Brigadas internacionales…

R: Me parecen muy importantes. Hay que tener en cuenta que la II República tuvo un gran eco internacional y recogió una gran solidaridad por parte de todos los sectores progresistas de todo el mundo. Cuando empieza la sublevación militar se hace un llamamiento para defender la legalidad democrática y de todas los países del mundo vienen a luchar miles de personas por distintos caminos clandestinos porque los países de alrededor boicotean esta petición de auxilio. Vinieron miles de voluntarios, muchos de ellos intelectuales que nunca habían empuñado un fusil. Fue una solidaridad de los pueblos, no de los países.

P: ¿Pudo ser debido al miedo producido por la situación de inestabilidad que había en Europa en aquella época?

R: Yo creo que fue más un síntoma del miedo que tenían a una democracia excesivamente radical y nada conservadora en el Estado español y por eso se lavaron un poco las manos.

P: ¿Cómo ve la situación en la actualidad? Por ejemplo: en la Iglesia con el nuevo Papa y las reformas que parece que tiene intención de hacer.

R: Cuando se pierde clientela hay que cambiar. Si quieren atraer a gente joven no les va a quedar más remedio. La Iglesia cristiana católica siempre se moderniza tarde, pero al final lo hace. Y tengo que decir que en comparación con otras religiones monoteístas, por lo menos cambian de fachada.

P: ¿Y la mujer?

R: La mujer en el Estado español ha luchado cada milímetro de conquista y se ha dejado casi la sangre en contra de las instituciones, de la Iglesia y de los poderes más conservadores y muchas veces, casi siempre, en contra de nosotros, de los hombres. Ahora les están intentando recortar otra vez los pocos derechos que han conquistado, como el derecho al aborto. El PP sigue en sus trece y todo lo que huela a igualdad de derechos de la mujer lo quieren cercenar. Pero no sólo eso, quieren también imponer las clases de religión en la escuela pública y creo que contra eso hay que luchar. Yo no estoy en contra de que se enseñe, pero que se ciña a sus centros de adoctrinamiento: las iglesias.