Lo han vuelto a hacer. Y lo harán mientras ellos no gobiernen. Dicen los medios bienintencionados -de los otros mejor no hablar, como Abc o El Mundo, partícipes imprescindibles en el indigno acoso de la derecha- que el enfrentamiento entre el PSOE y el PP ha deslucido los actos de homenaje a Miguel Ángel Blanco. Mentira. La vergüenza de convertir un acto que prometía ser solidario entre todas las fuerzas políticas y convertirlo en un aquelarre de odio y sucio aprovechamiento electoralista hay que adjudicárselo, íntegramente, al partido de José María Aznar, il capi de tutti capi, pero también a toda la tropa del partido, desde los generales al corneta. Y ahí, en todo su esplendor, luce fulgurante Alberto Núñez Feijóo, venga para mí todo lo que presuntamente me beneficie, que lo que no mata, engorda. Mugre, cuánta mugre.
La cosa viene de lejos. Exactamente desde el mismo momento en el que Aznar relevó a Manuel Fraga en 1989, y el recién llegado no perdió el tiempo para dejarle bien claro al ministro del Interior socialista de la época, José Luis Corcuera, ya ven dónde está hoy, que se preparara para enfrentarse al hecho de que el PP, desde ese instante, iba a hacer del terrorismo un motivo de discusión política como cualquier otro. Se acabó aquello de considerarlo política de Estado. A degüello. Ahí empezó el gran hombre su infame andadura y ahí sigue enquistado, ridículo megalómano, haciendo todo el daño que puede a la convivencia.
Salto hasta el 13 de julio de 1997. Dos salvajes miembros de ETA asesinan de dos disparos en la cabeza al joven Miguel Ángel Blanco, concejal del PP del municipio de Ermua. Toda España se echa a la calle para condenar aquella atrocidad. La visible unidad de los partidos ante la tragedia, quedó personificada, con dignidad y entereza, por el entonces alcalde de Ermua, el socialista Carlos Totorika. “Miguel Ángel somos todos”, “Vascos sí, terroristas, no”, se gritaba en las manifestaciones de cientos de miles de personas que abarrotaban las calles de todas las ciudades, simpatizantes del PP, del PSOE y del resto de partidos, incluido el PNV, con José Antonio Ardanza a la cabeza del desprecio a ETA.
Otro salto aún mayor, de 25 años, hasta el pasado fin de semana, donde esa pretendida unión estalla en pedazos por obra y gracia exclusiva del PP, iluminado por el inefable Aznar. ¿Disculpa? La ley de Memoria Democrática y el voto de Bildu. ¿Pero de verdad alguien se traga esa estupidez? ¿Tan grave ha sido para el PP la presencia en su cercanía de la izquierda abertzale, e incluso de ETA, cuando se habla de una ley perfectamente asumible por todos los demócratas si se tomaran el trabajo de leerla? Vamos a refrescarle le memoria al gran hombre de Estado José María Aznar, aquel mentiroso de las armas de destrucción masiva de Irak o de la adjudicación a ETA de los atroces atentados del 11-M -193 muertos- cuando él y su gobierno ya sabían perfectamente que había sido obra de elementos yihadistas. Ocurre, simplemente, que la triste maniobra orquestada en la oscuridad en torno al homenaje a Blanco es un paso más en el nauseabundo ataque sin frenos –morales, éticos- que ha emprendido la derecha contra los socialistas desde la mismísima toma de posesión como presidente del Gobierno de Pedro Sánchez. Primero fue el gobierno ilegítimo y ahora se añade el presunto pucherazo -¡qué bárbaros!- de las próximas elecciones. ¿Qué vendrá después?
Alain Resnais y su Marienbad se le quedan hoy cortos al Ojo. Nuevo brinco a 1998. De los periódicos del 3 de noviembre: “La agencia Efe distribuye un despacho en el que se confirmaba que Aznar había autorizado contactos con el entorno de la banda terrorista ETA (…) Los contactos con el Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) tenían como objetivo acreditar la voluntad de la organización terrorista de ”dar los pasos necesarios para abrir un proceso de paz mediante el cese definitivo de la violencia“ (…) y pretendía dirigir personalmente el proceso de paz. Dejaba abierta la puerta a una interlocución directa con el líder de Euskal Herritarrok (EH), Arnaldo Otegi”. Ni una sola crítica llegó desde el PSOE, dirigido entonces por Joaquín Almunia: respeto absoluto a cualquier gobierno en la lucha antiterrorista. Cuando años después Zapatero intentó de nuevo la negociación, un proceso que además culminó con éxito, la reacción del PP fue brutal, manifestaciones callejeras incluidas, con aquel ruin broche de oro de Mariano Rajoy en sede parlamentaria: “Usted está traicionando a los muertos”
Volvamos a 1998. ¿Qué hizo aquel año el ministro del Interior de entonces, Jaime Mayor Oreja, el mismo que el sábado pasado vociferaba ante el Congreso, junto con Vox y otros amigos de farra, lanzando venablos contra Sánchez y sus amigos etarras? Pues hizo, ni más ni menos, textual, que “acercar más de 120 presos de ETA o autorizar el regreso a España de más de 300 exiliados de la banda terrorista cuyos delitos habían prescrito, aunque hubieran estado acusados de delitos de sangre. Al tiempo y durante esos años, se produjeron 311 excarcelaciones de etarras, 64 de ellas correspondientes a terroristas que habían sido condenados por asesinatos múltiples a penas superiores a veinte años”.
Conviene que les recordemos que esos hechos se produjeron apenas había transcurrido un año –¡un año!- desde el asesinato terrible de Miguel Ángel Blanco, a cuya memoria, según el inefable Aznar, el Gobierno de Sánchez, 25 años después de su muerte, traiciona. Y añadamos que aunque en aquel momento la banda terrorista había decretado una tregua, todavía quedaban, según datos de la Guardia Civil, más de doscientos etarras armados dispuestos a matar. De hecho, los asesinatos se sucedieron de forma tremenda en todos aquellos años, con decenas de víctimas. Concesiones, gratuitas, sin obtener nada a cambio. Hoy, cuando Mayor y Aznar siguen sembrando el odio, hace más de once años que la banda ha desaparecido y España puede respirar sin disparos en la nuca ni coches bomba.
Permítanme que les proponga un par de adivinanzas. ¿Qué político dijo estas cosas en 1998? A, “Si los terroristas deciden dejar las armas, sabré ser generoso”. B, “Tomar posesión de un escaño siempre es preferible a empuñar las armas”. ¿Y estas otras dos declaraciones de 2011? : “Hay mucha gente en Bildu que ha pretendido la paz desde el principio”. O esta última para explicar sus acuerdos de gobierno con Bildu: “No me tiemblan las piernas para llegar a acuerdos con nadie. Y creo que eso es bueno. Ojalá cundiese el ejemplo”. Respuesta: las dos primeras son del mismísimo Aznar. Las otras dos, de Javier Maroto cuando era alcalde de Vitoria. Hoy, con Núñez Feijóo, es portavoz del PP en el Senado.
¿Algo más? Pues sí: que el PSOE o el Gobierno no deberían dejar que se impusiera este relato. Con fuerza, con energía, los socialistas, los demócratas en general, deberían dejar clara cuál es la verdad: el PP, desde el primer día, ha utilizado con maneras groseras y fines exclusivamente partidistas el dolor de las víctimas.
Miseria moral. Hipocresía.
Adenda: Ni un día sin sacar brillo a una toga. ¿Qué les ha parecido que el juez Manuel García Castellón, a quien ha habido que arrancarle las inmundicias contra Podemos que ha manoseado desde 2016, que se dice pronto, haya hecho público un auto para juzgar a los dirigentes de ETA de 1997 por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, precisamente en la semana de su aniversario? ¿Después de 25 años, tenía que ser en estas fechas? Súmese el auto a la campaña de la derecha, que los jueces no podíamos faltar al toque de rebato, y háganme el favor de dirigir hacia mi persona los focos, ilustrísimo magistrado Manuel García Castellón, gran estrella que soy de la judicatura.
(Para información más detallada léase El fin de ETA, de Luis R. Aizpeolea y este Ojo, editado por Espasa en 2017).
Lo han vuelto a hacer. Y lo harán mientras ellos no gobiernen. Dicen los medios bienintencionados -de los otros mejor no hablar, como Abc o El Mundo, partícipes imprescindibles en el indigno acoso de la derecha- que el enfrentamiento entre el PSOE y el PP ha deslucido los actos de homenaje a Miguel Ángel Blanco. Mentira. La vergüenza de convertir un acto que prometía ser solidario entre todas las fuerzas políticas y convertirlo en un aquelarre de odio y sucio aprovechamiento electoralista hay que adjudicárselo, íntegramente, al partido de José María Aznar, il capi de tutti capi, pero también a toda la tropa del partido, desde los generales al corneta. Y ahí, en todo su esplendor, luce fulgurante Alberto Núñez Feijóo, venga para mí todo lo que presuntamente me beneficie, que lo que no mata, engorda. Mugre, cuánta mugre.
La cosa viene de lejos. Exactamente desde el mismo momento en el que Aznar relevó a Manuel Fraga en 1989, y el recién llegado no perdió el tiempo para dejarle bien claro al ministro del Interior socialista de la época, José Luis Corcuera, ya ven dónde está hoy, que se preparara para enfrentarse al hecho de que el PP, desde ese instante, iba a hacer del terrorismo un motivo de discusión política como cualquier otro. Se acabó aquello de considerarlo política de Estado. A degüello. Ahí empezó el gran hombre su infame andadura y ahí sigue enquistado, ridículo megalómano, haciendo todo el daño que puede a la convivencia.