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Feijóo o el jardín de los senderos que se bifurcan

24 de junio de 2024 22:00 h

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Con tanto emprendedor suelto no se entiende como a nadie se le ha ocurrido montar un negocio, online o presencial, tanto da, para enseñar el arte de la escritura a sus señorías los ilustrísimos togados. La verdad es que bastaría con que les enseñaran algunas nociones de gramática, aquello de los adverbios o las comas. Nos evitaríamos espectáculos como los escritos del magistrado Juan Carlos Peinado en torno a Begoña Gómez, que más que providencias parecen arcanas charadas. ¿Qué querrá decir este señor con tan pedregosa redacción? Pero nada tan excitante como el juez Joaquín Aguirre, que ha transformado el llamado caso de la trama rusa en un nuevo Código da Vinci. Si Dan Brown ya apestaba, imagínense el verbo de Aguirre, máxime cuando en sus elaboradísimos textos falla la curiosidad ante el final, porque todo aquello, como ya sabemos, quedó en la más absoluta insignificancia. ¿Tropas rusas, criptomonedas del Kremlin? ¿Dónde se quedó el decoro que antaño definía a los señores jueces?

Porque esa es otra. ¿Qué hacen los apoltronados vocales del Poder Judicial, la sopa boba durante cinco años, ante tales desmanes? ¿Quizá al parlanchín presidente de ese mismo órgano judicial, el abogado Vicente Guilarte, le ha comido ahora la lengua algún gato callejero? ¿Y las asociaciones de jueces o fiscales, se han quedado mudas? El cirujano del hospital, mero ejemplo, está obligado, por pura decencia, a denunciar ante la dirección al médico que ejecuta malas prácticas en el quirófano de al lado. Se dice que perro no come perro, pero silenciar la indignidad no es compañerismo y ni tan siquiera gremialismo: es tan solo practicar la omertà, el silencio de la mafia. Este señor no nos representa, este auto o esta providencia son un insulto a las ridículas togas que lucimos tanto como a la inteligencia. Luchemos por una profesión decente.  

Y es que hay momentos en la vida en los que debemos optar por adentrarnos en un sendero o en otro, como decían en las novelas de aventuras. Vean a Alberto Núñez Feijóo, un suponer, ahí le tienen ustedes, plantado en mitad de la plaza pública, ojos vidriosos mirando estupefacto los dos caminos que se le abren. En uno, más adelante veremos la alternativa, circularía por las vías del respeto a la democracia, acabaría con desmanes como la deleznable situación del Consejo del Poder Judicial o se abstendría de arengar a sus huestes de jenízaros –ah, ese Miguel Tellado, esa Álvarez de Toledo, aquella Gamarra– para que dejaran las navajas de cachas nacaradas en la percha junto a los abrigos. Y, por supuesto, jamás se juntaría con tipos como Abascal o Buixadé y sus comandos de acción rápida. Claro que entonces tendría que sacar el carácter del líder para frenar los envites de ese monstruo de tres cabezas que reúne a José María Aznar, Miguel Ángel Rodríguez e Isabel Díaz-Ayuso, citados por orden de importancia, muerde, chucho, muerde, acompañados y jaleados por inmensos montones de dinero. Se equivocan quienes creen que la tríada está a favor de la unión con Vox, que también, es que Vox son ellos mismos. Es el sueño de la gran derecha, aquel movimiento del que tanto mamó Franco, la derecha dizque civilizada y la negra chaqueta del fascismo. Nunca inventan nada. 

No nos creamos los españoles que somos originales. En absoluto, que los vientos mundiales vienen por ahí, pongámonos a cubierto. Trump o Bolsonaro nos parecían exóticas aves de la pajarera, pero a Le Pen, Meloni, o el aún más recio Orbán los tenemos aquí, a dos pasos. Alargas la mano y te ensucias con el tacto viscoso y lleno de pringue de la ultraderecha. ¿Y aún más cerca? Pues claro: ya hemos visto el aquelarre ultraliberal en el Casino de Madrid con decenas de invitados de todo el arco social y corporativo que bebe de las fuentes económicas e ideológicas de la internacional reaccionaria. Los Juan de Mariana, los Hazte Oír, las asociaciones de propagandistas católicos, las insólitas universidades sostenidas por millones que provienen de esos centros neurálgicos, como la Francisco Marroquín de Guatemala, hoy ya en Madrid, donde han adoctrinado aguerridos empleados de Esperanza Aguirre o Ayuso, como Fernández-Lasquetty y sus chicos, así como las grandes firmas de Libertad Digital, el virulento panfleto de Federico Jiménez Losantos y otros medios similares. Para que vean por dónde van los tiros de este fortísimo conglomerado, su gran mentora, la norteamericana y poderosa Fundación Heritage, colgó del revés en su sede de Washington la bandera de las barras y estrellas cuando fue condenado Donald Trump por 34 delitos. Pues bien, todos unidos y efervescentes como burbujas de caro champán se arremolinaron alrededor de Isabel Díaz-Ayuso, la reina del vermú, ya convertida en una risible parodia de sí misma, y del astro luminoso Javier Milei, oh, mi dios, bastará con una palabra tuya para sanarme. ¿Repugnante, dicen? Quizá sea mejor decir que aterrador, que los tenemos a punto de destrozar nuestras vidas. ¿Exagera el Ojo? Para nada. 

Otros ya han elegido. En Francia, una parte de la derecha republicana; en Alemania, un sector importante de la democracia cristiana; en Países Bajos o en Italia, casi todos. ¿Y en España? Lo ha hecho Felipe González, que considera que “Meloni ha aportado estabilidad” o que “Abascal nos arreglaría el problema con Marine Le Pen”. ¿Lo ven? Es fácil. Te apuntas a la onda en marcha y sigues con tus prebendas y tu vida regalada. ¿Que ni el Tato te hace caso? Ni falta que hace, mentecatos. Como la prensa de la caverna, por supuesto. Claro que Feijóo lo tiene más complicado porque como en tiempos de la Inquisición, está dolorosamente amarrado al potro y las cuerdas le estiran piernas y brazos hasta que tenga que gritar basta para no ser desmembrado. Unos le dicen: rompa con el Gobierno de manera total y absoluta, incluso con sus aliados europeos que se cierran a acuerdos con la ultraderecha cerril, únase a Vox y sumen votos, no se deje enredar por las izquierdas. Pero otros, éste es el segundo sendero del que antes hablábamos, miran el horizonte y saben que ese camino es pan para hoy y hambre para mañana, que esos pactos de la vergüenza les impedirán después llegar a acuerdos con otras fuerzas, las nacionalistas, sobre todo, que les serán no ya necesarias, sino imprescindibles, para gobernar. Ahora tiene la ocasión nuestro Hamlet de andar por casa, de elegir una alternativa que le liberaría, por fin, de todos los yugos de la extrema derecha y la tutela del ínclito Aznar. Mientras se decide, ahí está Alberto Núñez Feijóo, el rey pasmado, como don Tancredo en su sillita. Tan ridículo. Y tan inane. 

Bien, dirán ustedes. ¿Y la izquierda, no tiene nada que decir o hacer? Por supuesto que sí. Y mucho. Por lo pronto, resistir a pie firme como ha hecho el fiscal general, Álvaro Ortiz. Usted empuja y yo clavo los pies en el suelo. A ver quién gana. Lo segundo, tratar de solucionar el jeroglífico catalán -¿cuestión de pasta?, pues se abre el grifo con cabeza, Montero sabrá hacerlo- y habrá que dedicarse a gobernar de una vez por todas. Claro que al populismo feroz y enloquecido se le combate con ideología. ¿Regeneración democrática? Veámoslo antes de aplaudir, que no es bueno este afán de Pedro Sánchez por lanzar globos sonda sin concretar ni un solo punto. El Ojo es consciente de que se repite, pero no bastará con la llamada al voto del miedo. Hay que implantar de forma clara y con resultados palpables inmediatos, ayer ya es tarde, políticas sociales fuertes, contundentes, sobre todo para atraerse de nuevo el voto joven, ahora escorado en no pocos lugares hacia la extrema derecha. Porque tienen razón en su desánimo, en su descreimiento de unos gobiernos que los han dejado a la intemperie, sin futuro, sin expectativas de mejora, sin empleo y sin casa donde vivir. Ahí está la madre del cordero. Ataquemos la ideología ultraderechista y sus consecuencias, el racismo, el machismo, el negacionismo climático, un neoliberalismo exacerbado, etcétera, pero la izquierda debe bajar al suelo y decirles a esos jóvenes, en las aulas y en Tik Tok, aquí estamos, nosotros somos la solución: traemos ante vosotros nuestras obras, aquí os las enseñamos, esas medidas que ya debíamos haber desplegado antes para luchar contra esos problemas, terribles, que sabemos que estáis sufriendo. Vuelvan con nosotros, que éste, y no aquella peligrosa mentira, es su mundo.  

Y al que le pique, derechas variadas, que se rasque.

Adenda: Ahora, hoy, casi cincuenta años después de que muriera Francisco Franco Bahamonde, caudillo de España por la gracia de dios, la espada más limpia de occidente, supremo capitán de la raza, una Patria, un Estado, un Caudillo, por el imperio hacia dios, una, grande y libre, hay que ponerse a desmantelar una cosa que se llama Fundación Francisco Franco, insulto a los miles y miles de españoles que aquel infausto personaje ordenó fusilar y enterrar como bestias. Pero hay más cosas que hacer. Y con urgencia. El gran historiador Santos Juliá ya nos lo dejó escrito en piedra: “El Valle de los Caídos solo podrá ser hermoso cuando sea un lugar en ruinas”. Sabias palabras. 

Con tanto emprendedor suelto no se entiende como a nadie se le ha ocurrido montar un negocio, online o presencial, tanto da, para enseñar el arte de la escritura a sus señorías los ilustrísimos togados. La verdad es que bastaría con que les enseñaran algunas nociones de gramática, aquello de los adverbios o las comas. Nos evitaríamos espectáculos como los escritos del magistrado Juan Carlos Peinado en torno a Begoña Gómez, que más que providencias parecen arcanas charadas. ¿Qué querrá decir este señor con tan pedregosa redacción? Pero nada tan excitante como el juez Joaquín Aguirre, que ha transformado el llamado caso de la trama rusa en un nuevo Código da Vinci. Si Dan Brown ya apestaba, imagínense el verbo de Aguirre, máxime cuando en sus elaboradísimos textos falla la curiosidad ante el final, porque todo aquello, como ya sabemos, quedó en la más absoluta insignificancia. ¿Tropas rusas, criptomonedas del Kremlin? ¿Dónde se quedó el decoro que antaño definía a los señores jueces?

Porque esa es otra. ¿Qué hacen los apoltronados vocales del Poder Judicial, la sopa boba durante cinco años, ante tales desmanes? ¿Quizá al parlanchín presidente de ese mismo órgano judicial, el abogado Vicente Guilarte, le ha comido ahora la lengua algún gato callejero? ¿Y las asociaciones de jueces o fiscales, se han quedado mudas? El cirujano del hospital, mero ejemplo, está obligado, por pura decencia, a denunciar ante la dirección al médico que ejecuta malas prácticas en el quirófano de al lado. Se dice que perro no come perro, pero silenciar la indignidad no es compañerismo y ni tan siquiera gremialismo: es tan solo practicar la omertà, el silencio de la mafia. Este señor no nos representa, este auto o esta providencia son un insulto a las ridículas togas que lucimos tanto como a la inteligencia. Luchemos por una profesión decente.