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Gaza, sólo hay Gaza. Y un poquito, amnistía

23 de octubre de 2023 22:26 h

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Nada parece existir fuera de los márgenes del conflicto entre palestinos e israelíes. Ni tan siquiera ha quedado viva una escasa rendija en nuestra atención hacia la muerte y la desgracia que asolan a Ucrania en su lucha contra el déspota ruso. En estos tiempos de infobesidad, esa dañina enfermedad del salvaje exceso de información que tantos males causa, agravada por la mentira y la desinformación propia de las redes sociales, apenas si hemos empezado a conmovernos con una tragedia cuando otra nueva, todavía más dura que la anterior, asalta nuestro entendimiento. Más aún si como en este caso la herida reabre costurones sin curar de retazos de nuestra vida que han estado y todavía están en carne viva, parte de nuestro corazón y nuestro cerebro. Siempre nos ha acompañado el dolor palestino, antes lo hizo el sufrimiento judío en el Holocausto, en la particular escuela de vida que nos ha traído hasta aquí. Somos, entre otras cosas, la suma del dolor que han sufrido otros. Nuestra educación sentimental a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado, algunos ya alcanzamos este XXI bien maduros, está salpicada de nombres y lugares míticos, de Vietnam a Sudáfrica, de Ho Chi Minh a Mandela, pero muy especialmente de Palestina y Yasir Arafat. 

Por eso, seguramente, vivimos esta tragedia con una aproximación a los hombres, mujeres y niños –¡qué horror esas pobres criaturas!– que tanto sufren y admitamos, seamos sinceros, que no hemos sentido igual de cerca otros conflictos a los que sólo nos llevaba el intelecto, la ética, la ideología o la moral. De ahí nuestra rabia, difícil de contener, hacia la bajeza de quienes hozan en la miseria del dolor ajeno para intentar sacar réditos políticos de tan baja estofa. Claro que el Gobierno español ha condenado de pleno, y con todas las palabras, la barbarie de las acciones de Hamás. Hay evidencia de ello por tierra, mar y aire. Negarlo, como ha hecho la oposición y la negra fiel infantería, es pura infamia. 

Pero fíjense ustedes que a quienes no hemos oído expresarse con la misma claridad y similar firmeza es a los mandamases del PP, encabezados por el inane y maledicente Alberto Núñez Feijóo, para condenar la barbarie israelí con la que amenaza el fanático gobierno de Benjamín Netanhayu, tan esclavo de los feroces ultras de su país, como el líder popular lo es de Abascal y sus desmanes. Bastaría con que siguieran las directrices de Naciones Unidas, ya ven, ese nido de rojos. Porque podríamos interpretar que si a todos nosotros nos conmueven los crímenes de Hamás, a ellos no les afectan los bombardeos indiscriminados en la doliente franja de Gaza. Ya lo han dicho los dirigentes israelíes: “estamos luchando contra animales humanos”. Da igual si tienen cinco años o cincuenta. Bestias para exterminar. ¿Oyen las flamígeras protestas de Cuca Gamarra, quizá de Borja Sémper?

En Vox y sus alrededores lo tienen aún más claro, tan amigos como son de sutilezas. Quieren que el Congreso apruebe “suspender los expedientes de adquisición de la nacionalidad española, las autorizaciones de estancia y residencia y prohibir la entrada en España de inmigrantes procedentes de países de cultura islámica, en tanto no se pueda asegurar su correcta y pacífica integración en nuestro territorio”, una demostración más de la infame xenofobia y del escaso respeto que guardan a la Constitución que caracteriza a su partido. Más: su hasta poco cabeza pensante, Iván Espinosa de los Monteros, se ha marcado este hermoso tuit, ahora X: “Jugada perfecta de los okupas en el gobierno, y de los marxistas que les dirigen con el mando a distancia: 1. Reconocer a Palestina; 2. Que Israel reconozca a Cataluña”. Corolario de tan erudito análisis: “Así se consigue el doble objetivo de ayudar a romper España, y ayudar a generar más tensión en Medio Oriente”. ¿Dónde se puede ir con semejante compañía, si no eres el moderado Feijóo?

Escasa solución tiene este terrible enfrentamiento. La cumbre de Egipto ha vuelto a demostrarlo. Cuenta Israel con el apoyo internacional que todos sabemos de la política y el capital. Y tiene la mala suerte Palestina de que sus posibles aliados, islamistas y sunís como ellos, y además tan ricos o más que los potentados judíos, hace décadas que decidieron bañarse en petróleo y gastar sus toneladas de miles y miles de millones en palacios de lujo con griferías de oro, yates gigantescos, crear monstruosas ciudades inhabitables en mitad del desierto, o comprarse equipos de fútbol y sus futbolistas, millones para la buchaca de las estrellas variadas del balompié, a los que les da igual vivir –ellos y sus burbujas de multimillonarios– en un lugar civilizado que en un país que desprecia con violencia brutal cualquier atisbo de derechos humanos, entre ellos el respeto a las mujeres. Para Palestina, migajas políticas y económicas. Entramado geopolítico diabólico de la vergüenza, malgastando por añadidura los jeques infames las energías en locas disputas de poder con los chiitas, entiéndase Irán. No nos olvidemos que por allí andan, amparados en los pliegues de las túnicas de los ayatolás, leña mortal al fuego, Hamás y Hezbolá. 

Cerremos capítulo con una frase de Avi Shlaim en una entrevista en El País. “Judío y árabe”, según su autodefinición, 77 años, catedrático de Oxford y prestigioso especialista en la zona: “Condeno a ambos. Condeno el ataque de Hamás porque fue contra civiles. Y matar civiles está mal, punto. Pero la respuesta israelí ha sido brutal, salvaje y desproporcionada. Y la venganza no es una política. Y lo que Israel está haciendo es terrorismo patrocinado por el Estado. O terrorismo de Estado. Es de una escala mucho más grave que el ataque a Israel”. Anímense con uno de sus muchos libros sobre la materia, 'El muro de hierro', editado por Almed. Son sólo 856 páginas. Un ratito.

Decíamos que apenas si quedan resquicios para pensar en otras cosas. Pero la vida sigue, faltaría más, y las desgracias nunca vienen solas, que a ti se te ha muerto tu padre y a mí se me ha perdido el bolígrafo. ¿Cabe mayor zozobra que a estas alturas de la vaina, todavía no sepamos en esta pell de brau, qué mejor que homenajear ahora a Salvador Espriu, si vamos a tener un gobierno de progreso el mes próximo o vamos a irnos a nuevas elecciones en enero? A ese envite ha jugado toda su fortuna el PP, pero todavía Sánchez no ha dicho su última palabra. Para ser más exactos, prácticamente tampoco ha dicho la primera, que nada sabemos de cómo y con qué se come esa ignota amnistía. Es cierto que en este interregno de silencio gubernamental ha habido demasiado tiempo para que la oposición se haya adueñado del campo, cualquier cosa les sirve, pero también es verdad que estas semanas, en beneficio de Sánchez, han servido para que la lenta digestión del respetable haya podido facilitar la aceptación de un pacto final entre las partes en disputa. 

De nuevo volvemos a los espinosos problemas recurrentes a los que tiene que enfrentarse Sánchez antes del 27 de noviembre: explicar muy bien, con todo lujo de detalles, sobre todo a los suyos, pero también a los catalanes y al resto de los españoles, de Melilla a Cantabria, el porqué y para qué de esos acuerdos, llámense amnistía, referendo o beneficios fiscales, que sólo surtirán el efecto deseado si el presidente en funciones es capaz de convencernos de que se trata de decisiones que redundarán en una indudable mejora de la convivencia entre todos los españoles. Ahí es nada. Es verdad que se trata de una ardua tarea, pero algunos queremos creer que es posible. Claro que además tiene que lograr que Junts y Esquerra dejen de mirarse de soslayo y conjuguen el mismo verbo, que los actuales socios del Gobierno, Sumar, pero Podemos, arrimen el hombro y que el PNV no se ponga celoso. O sea, jugar al póker con una pareja de cincos y saltar la banca. 

Les digo que hay veces que no nos molestan los tahúres.

Y oigan ustedes, en algún momento, ya lo dijimos, hay que poner pies en pared, y si se pierde ante las desorbitadas exigencias del contrario, en enero hay una segunda vuelta. A cara de perro y a ver qué pasa.  

(Sean compasivos y dejen que el Ojo, tan atribulado con tantas miserias, descanse hasta el 19 de noviembre. Permitan que sueñe con que el loco Javier Milei, tipo canalla y despreciable, tan comprensivo con los matarifes militares de los setenta y ochenta, sea derrotado -mejor con estrépito- en las elecciones presidenciales de Argentina. Amén.)  

Adenda. Se mueve con lentitud y trabas gigantescas el caso de las residencias de ancianos de Madrid durante la pandemia. Aquellos protocolos de la vergüenza de hace tres años, se dice pronto, meses y meses sin que se moviera un papel, salidos de la pluma del gobierno de la vocinglera Isabel Díaz Ayuso, ya están en manos de la justicia. Aquella orden de dejar a los ancianos más desprotegidos a su suerte -mala, malísima- debe tener un justo castigo. La insensibilidad de la reina del vermú y sus adláteres, la boca llena de libertades, justicias y acusaciones de indignidad a los demás, pero gentes sin corazón, no debería quedar en el purgatorio de las ánimas perdidas. ¿Esperar algo de los jueces? Seguramente poco. Pero hagamos un llamamiento a la Fiscalía, la de todos, para que aquellos viudos, viudas, hijos y nietos dejen de llorar por tanta iniquidad. Hagan su trabajo y cumplan con su obligación.

Nada parece existir fuera de los márgenes del conflicto entre palestinos e israelíes. Ni tan siquiera ha quedado viva una escasa rendija en nuestra atención hacia la muerte y la desgracia que asolan a Ucrania en su lucha contra el déspota ruso. En estos tiempos de infobesidad, esa dañina enfermedad del salvaje exceso de información que tantos males causa, agravada por la mentira y la desinformación propia de las redes sociales, apenas si hemos empezado a conmovernos con una tragedia cuando otra nueva, todavía más dura que la anterior, asalta nuestro entendimiento. Más aún si como en este caso la herida reabre costurones sin curar de retazos de nuestra vida que han estado y todavía están en carne viva, parte de nuestro corazón y nuestro cerebro. Siempre nos ha acompañado el dolor palestino, antes lo hizo el sufrimiento judío en el Holocausto, en la particular escuela de vida que nos ha traído hasta aquí. Somos, entre otras cosas, la suma del dolor que han sufrido otros. Nuestra educación sentimental a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado, algunos ya alcanzamos este XXI bien maduros, está salpicada de nombres y lugares míticos, de Vietnam a Sudáfrica, de Ho Chi Minh a Mandela, pero muy especialmente de Palestina y Yasir Arafat. 

Por eso, seguramente, vivimos esta tragedia con una aproximación a los hombres, mujeres y niños –¡qué horror esas pobres criaturas!– que tanto sufren y admitamos, seamos sinceros, que no hemos sentido igual de cerca otros conflictos a los que sólo nos llevaba el intelecto, la ética, la ideología o la moral. De ahí nuestra rabia, difícil de contener, hacia la bajeza de quienes hozan en la miseria del dolor ajeno para intentar sacar réditos políticos de tan baja estofa. Claro que el Gobierno español ha condenado de pleno, y con todas las palabras, la barbarie de las acciones de Hamás. Hay evidencia de ello por tierra, mar y aire. Negarlo, como ha hecho la oposición y la negra fiel infantería, es pura infamia.