Lástima, se duele el Ojo, no ser en estos momentos el profesor de cualquier facultad de Ciencias de la Información y tener a su cargo a 30, a 40, a 50 jóvenes alumnos, tan despiertos y buenos conocedores de las redes sociales como ahora son todos ellos. Desde el mismo martes 5 de noviembre ya estarían trabajando, día y noche, solos o en equipo, en recopilar los centenares de bulos que han circulado en esta semana sobre los trágicos acontecimientos de la Comunidad Valenciana y un malhadado roce a Castilla-La Mancha. Ustedes ya han sido testigos de varios de ellos, algunos incluso televisados en horarios de máxima audiencia por comunicadores sin escrúpulos, encumbrados por directivos que no saben de dignidad y grandes empresarios ajenos a cualquier valor moral. Exacto: Iker Jiménez, Ana Rosa Quintana o Pablo Motos. Y me refiero, también, a los mandamases de Antena 3 y Telecinco, gentes con escrúpulos muy limitados. Incluso podían haber leído los mismos bulos en los muy serios -ja- Abc, El Mundo o La Razón, informaciones, editoriales y artículos carcomidos por la mentira, ellos saben bien que son vulgares falsedades, pero tanto da si sirven para asestar cuchilladas al Gobierno de la izquierda. ¿Inmorales? No saben ustedes cuánto.
En la misma lista podíamos incluir el bulo del propio Carlos Mazón sobre su pantagruélica comida -por larga, que desconocemos el menú- de la que disfrutó aquel martes fatídico. Pinto pinto gorgorito, era privada o de trabajo, dónde vas tú tan bonito. Él sabrá por qué escondió la verdad durante días.
Y en el muy hipotético caso de que algún otro departamento de la misma facultad se hubiera sumado a ese empeño, podíamos haber dedicado a otros 50 aguerridos estudiantes, esas chicas y chicos deseando comerse el mundo, a hocicar en las cochiqueras de las llamadas pomposamente redes sociales, encabezadas por la miserable X del aún más miserable Elon Musk, para elaborar un listado, hasta donde lleguen las posibilidades finitas de los medios dispuestos para ello, de todas las mentiras, embustes, calumnias y faramallas de un tipo de tupé naranja que es en sí mismo un bulo colosal, gigantesco. ¡Qué finos nos sentimos cuando hablamos de desinformación, como si empleando un término de cierta altura diéramos un punto de dignidad al carro de estiércol que mueven él y sus seguidores, amplificados por la araña venenosa que hace sus telas en los rincones de las muy modernas redes sociales!
Ya con el cañón humeante en nuestras manos, urge lo que creo que sería una buenísima reacción contra tanta miseria: contar inmediatamente a la ciudadanía cómo han intentado engañarnos, aquí con las burdas patrañas de cientos de muertos ocultos voceados por ridículos o ridículas influencers -¡qué peste bubónica!- y allá con las acusaciones bazofia a los inmigrantes, esos salvajes que devoran lindos gatitos, sangre chorreando por los carrillos, o la siembra de dudas -solo para seseras disminuidas- de la raza del contrincante, que ya se sabe que Kamala Harris no es negra, basta con mirarla. Pocas cosas podemos hacer los sufridores de tantas agresiones digitales, excepto borrarse de ellas, una decisión verdaderamente revolucionaria, pero una respuesta posible es organizar Grupos de Acción Rápida, como la Guardia Civil. En una semana han circulado mil bulos. Pero en esa misma semana se lo decimos al respetable. Éste y aquélla mentían, no hagan caso a los embaucadores. Con nombres, apellidos y cabeceras de radio, televisiones y prensa, escrita o digital. Pero al momento y con la demostración, con hechos, de tanta indignidad.
Bienvenidos sean los ensayos sesudos sobre la infobesidad, por ejemplo, pero déjenme decirles algunas cosas de andar por casa para luchar contra la desvergüenza. Al que miente un lunes por la noche, se le contesta, como muy tarde, el martes por la mañana a primera hora. Y se utilizan todos los medios de comunicación a nuestro alcance para hacerlo. A quien tiene la desvergüenza de gritar, para luego escribir editoriales y comentarios sobre ello, que Sánchez dijo que si quieren algo, que lo pidan, se le dice que miente con toda la bocota y se le pone, en TVE, por ejemplo, el vídeo no una, sino tres, diez, veinte veces, con la frase verdadera. Y tiene que hacerlo alguien de peso, ministro como poco, que nos gustan mucho los galones. No hay que dejar pasar que políticos de gran rango tengan el cuajo de decir que si no se aprueban los Presupuestos se dejará morir de hambre a los damnificados. Usted es un sirvengüenza, que nunca dijimos eso. Se le replica y se explica a la ciudadanía cuál es la verdad. Todas las veces que haga falta.
Ellos mienten, ensucian, tergiversan. Respuesta rápida: eres un mentiroso, un caradura que te apropias, cuando no los inventas, los bulos que circulan por las cloacas llenas de ratas y otros seres similares. Acción, reacción. Pero para eso hay que estar organizados y, lo más importante, dispuestos a dar la batalla. Ya les digo que merece la pena luchar por la verdad y contra la bajeza de las insidias y las calumnias. Claro que no se puede salir a la pelea con todos ellos ni gastar el tiempo con memos ilustres ni ocuparse de chácharas de cotorras de ínfima calidad. Se eligen, de toda esa lista que decíamos, los tres casos más importantes y los más señalados del lugar, ministros, ya lo decíamos, se encargan una y otra vez de desmentir -finamente, pero con claridad cristalina- la acusación desvergonzada. Y a otros nombres de menor rango, nos sirven hasta los periodistas amigos, pocos, pero alguno debe haber, se les da un folio de la lista y hala, a rebatir la mentira. Pero todo ello a velocidad del rayo, si puede ser en tiempo real. Y la conseja, el Ojo es osado, ya no tiene remedio a su provecta edad, sirve también para Mazón el inútil, el voceras de Tellado o el derviche Núñez Feijóo, mareado de tanto giro sobre su total nulidad. Se le contrarresta en el momento. Mentiste, descarado, un morro que te lo pisas.
Por supuesto que no ha sido éste el único motivo del desastre de las riadas. Simples somos, pero no tanto. Entre otras cosas, parece obvio, tendremos que replantearnos cómo reorganizar el Estado -hacer verdaderamente efectiva esa cogobernanza- para evitar que pasen cosas tan atroces como esos crueles retrasos en la reacción de todos los elementos en liza que debían haber estado en el centro del dolor en horas mucho más tempranas. Ya dijimos la semana pasada quién nos parecía el mayor culpable, ese presidente autonómico incapaz, pero el drama debería servirnos para tener mejor engrasados los mecanismos de actuación ante situaciones tan tremendas. Urge una investigación a fondo para saber qué, quiénes y cómo se falló. Que nunca, jamás, volvamos a ver el espectáculo que nos ha roto el alma. A quién la tenga, claro.
Respecto a Trump, duele a estas alturas tener que escuchar que la culpable de la victoria del energúmeno ha sido Kamala Harris, de los progres, de los defensores del derecho al aborto, de las feministas, de los que creemos en la igualdad de razas o sexos. Es el razonamiento -¿?- de los grandes medios españoles: tanto pijiprogre -woke, les ha dado por decir- sólo nos puede traer a Vox. Ya está bien de tanta exageración contra los hombres, del sí es sí, de abolir las corridas de toros, de tanto orgullo gay y otras aberraciones similares, claman enfervorizados Las buenas gentes del pueblo llano se han hartado y prefieren, como es natural, votar a Abascal, y los más tibios, a Núñez Feijóo, asustados por tanta bruja y tanto elitista de salón, que se han olvidado de las necesidades de la clase trabajadora, prosiguen. Dejémonos de mandangas, por favor. Es necesario, por supuesto, volcarnos en estudiar qué ha pasado en Estados Unidos, en realidad que está pasando en medio mundo, no desdeñemos la autocrítica, faltaría más, pero déjense de dar lecciones los que sistemáticamente votan contra cualquier avance en el mundo laboral o en las relaciones entre sexos. Los reaccionarios del lugar, ahí los hemos citado, se pueden guardar sus admoniciones donde les quepan. Sepan que quienes les votan a ustedes no son, alguno habrá, claro, desilusionados de la izquierda, son los que toda su santa vida han sido más de derechas que el arzobispo de Madrid. Algún Leguina, algún Savater, algún Boadella beben los vientos por Díaz Ayuso y otros especímenes semejantes. Pero son pocos y escogidos. No se autoengañen.
La verdad es que todavía estamos algo estupefactos ante el hecho, abrumador, de que más de setenta millones de norteamericanos, que son muchos, lleven en volandas a Trump, el mentiroso, el ya condenado por los tribunales, el energúmeno que insulta y vocifera, a ese Despacho Oval que tanto impresiona. Y desde el que tanto se puede. Y a su vera, Musk. Pero nos pasó igual con Milei, el de la motosierra. O con Marine Le Pen, o con Giogia Meloni. Habrá que darse unas cuantas cachetadas en los mofletes y empezar a actuar ya, ayer, para evitar que la epidemia, convertida en pandemia, no acabe por ahogarnos.
Pero quizá, lo primero sea entender que si ganan las derechas no es por culpa de los progres que no saben controlar sus bajos instintos y se han pasado de rosca, tantos derechos para gentes de mal vivir, incluidos los inmigrantes violentos. La izquierda se suicidaría si comprara ese discurso reaccionario. Pero también si abandonara su obligación de atender a los más necesitados, de bajar la cesta de la compra y de ofrecer una vivienda a quienes la necesitan. Ahí, trabajen ahí día y noche. Nunca olviden cuál es su obligación como gobernantes de izquierdas.
Es imperativo saber hacerlo. Y saber contarlo.
Adenda. Seguramente organizaron la manifestación de Valencia del sábado Óscar Puente -¡qué buena labor como informante de la ciudadanía, escondido su acostumbrado papel de ogro tenebroso!- o Margarita Robles, ya caída en desgracia ante la derecha montaraz. Por no hablar de Teresa Ribera, salvaje campaña de los patriotas de hojalata del PP, para impedir a toda costa, sucios bulos incluidos, que sea comisaria europea. Ha sido tan evidente, tan palmaria, la inutilidad del Govern que parece un misterio cómo van a salir de este trágico embrollo, mezcla de culposa desidia e incompetencia feroz, un president mil veces superado y unas consejeras y consejeros que no han parado de equivocarse desde el primer momento de este desastre. Es imposible no acordarse del Prestige y la cadena de despropósitos del Gobierno de José María Aznar, aquel tipo que se nos ha vendido como míster eficacia y que nunca supo cómo encarar aquella catástrofe, gestionada por ministros y altos cargos incompetentes que ordenaron todo lo contrario de lo que convenía hacer. Y si no se acuerdan del Prestige, pueden echar mano del Yak-42, del 11-M, o de las residencias de ancianos de Madrid. Ríanse a carcajadas -¿saben hacer una pedorreta?- cuando alguien les diga que la derecha sí que sabe gestionar, tanto cerebro privilegiado entre sus filas.