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Soy un hombre hetero y he utilizado el silencio para castigar a mis parejas

Raúl Macías

9 de julio de 2023 21:22 h

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Una vez que empecé a revisar mis machismos como hombre heterosexual no fue fácil asimilar muchas de las acciones y comportamientos que había llevado a cabo. Unos fueron más sencillos de identificar y otros estaban más arraigados, me di cuenta de que estaban en la manera en que me relacionaba con mujeres en el ámbito de la pareja.

Hay uno en el que a día de hoy sigo trabajando porque lo tengo especialmente interiorizado. Me refiero al silencio castigador: el uso del silencio como arma que lo condiciona todo. Un silencio que en realidad está lleno de intención, una estrategia con el fin de conseguir lo que quiero. Es algo que provoca malestar en ambas partes, pero que considero un tipo de violencia hacia la persona que lo recibe.

Tengo presentes muchos ejemplos de todas aquellas veces que he utilizado el silencio castigador en pareja. Un ejemplo muy típico eran las veces en que los besos, las caricias y los abrazos en la cama, en el sofá o en la cocina fueron absolutamente insuficientes, porque mi expectativa se proyectaba inmediatamente en follar. 

Todo dependía de cómo me pillara de ánimo ese día. El día que estaba atravesado y de algún modo sentía que llevábamos tiempo sin mantener relaciones sexuales, la simple percepción de un rechazo o de la negativa en avanzar hacia el coito era motivo suficiente para que inmediatamente impusiera la ley del silencio. 

Me enrarecía, dejaba de hablar e interaccionar. Me mostraba frío e indiferente ante cualquier estímulo cotidiano. La otra persona sentía mi cambio de estado y me preguntaba si me pasaba algo, y yo contestaba con un “no”, pero no daba lugar a más conversación. Por más que se interesaba por mí, por si me ocurría algo, yo seguía en lo que entendía como el modo de mostrarle que tenía razones para estar molesto o enfadado, pero nunca diciéndole qué era lo que me había hecho sentir así. Podían pasar horas o incluso algún día de silencio en casa. Irme a dormir y a trabajar al día siguiente sin hablar a la otra persona, sin dirigirle ni siquiera la mirada. Evitando cualquier contacto.

Mi pareja acababa optando por dejar de preguntar, molestándose por mi actitud y alejándose de mí. Y es ahí cuando yo, al sentir su distancia, viendo que mi comportamiento solo había agravado la situación, intentaba buscar el acercamiento. Buscaba el contacto, le decía que sentía haberme puesto así, pero en muchas ocasiones era tarde. Había conseguido hacer sentir una mierda a la otra persona. Mi silencio le había llevado a cuestionarse qué había podido hacer mal. Se culpaba mientras buscaba la respuesta que yo nunca le ofrecí. Porque mi estrategia era mostrarle que no estaba cubriendo mis necesidades, sin darle la oportunidad de que supiera qué era exactamente lo que necesitaba. Quería que me pidiera perdón por algo que no tenía por qué hacer, pero para mí era un modo de reafirmar mis enfados.

Esta dinámica se podía reproducir por cualquier acontecimiento. Por un beso o un abrazo que no fuera como yo esperaba, por un cambio de planes, por llegar a casa y no recibir una bienvenida efusiva, por no vivir un plan o actividad del mismo modo, porque no me dijera si estaba guapo cuando me arreglaba para salir...

Unas de las claves para buscar soluciones fue ir a terapia, y también darme cuenta del tinte machista que había detrás de este comportamiento. Machismo porque delegaba toda la gestión emocional y comunicativa en mis parejas, pese a que fuera yo quien tenía el conflicto. Por hacer uso del silencio mientras reproducía la creencia de que mis parejas me debían algo por el simple hecho de serlo, y por usar la culpa como elemento disciplinador y castigador hacia ellas, con la carga de culpa intrínseca que lleva su propia socialización como mujeres.

Analizándome, mis silencios tenían como intención principal provocar malestar en la otra persona. Eran una llamada de atención para señalar que no estaban haciendo las cosas como yo quería. Esta manera de relacionarme solo me ha traído frustración, porque nunca he conseguido nada por actuar de este modo, es más, acababa provocando en la otra persona malestar por mi actitud cuando lo que buscaba era más atención e intentar mostrar que mis necesidades no estaban siendo cubiertas.

Me daba vergüenza, además, acercarme a mis parejas y decirles: “Siento este enfado, siento haber mostrado indiferencia, y haberte hecho sentir así con mi silencio, pero es que no sabía cómo gestionarme a mí mismo”.

Intuyo que reconocer que estaba haciendo algo mal no entraba en mis planes, y menos asumir que todo lo que había montado alrededor de ello era simplemente absurdo, ya que hubiera sido mucho más honesto comunicar cuáles eran los deseos y necesidades que tenía.

Puedes compartir tu experiencia de machismo cotidiano en micromachismos@eldiario.es a través de nuestra cuenta de Twitter @Micromachismos

Una vez que empecé a revisar mis machismos como hombre heterosexual no fue fácil asimilar muchas de las acciones y comportamientos que había llevado a cabo. Unos fueron más sencillos de identificar y otros estaban más arraigados, me di cuenta de que estaban en la manera en que me relacionaba con mujeres en el ámbito de la pareja.

Hay uno en el que a día de hoy sigo trabajando porque lo tengo especialmente interiorizado. Me refiero al silencio castigador: el uso del silencio como arma que lo condiciona todo. Un silencio que en realidad está lleno de intención, una estrategia con el fin de conseguir lo que quiero. Es algo que provoca malestar en ambas partes, pero que considero un tipo de violencia hacia la persona que lo recibe.