El transporte de animales vivos en trayectos de larga distancia es una crueldad más que a menudo queda eclipsada por atrocidades flagrantes, como lo que ocurre en los mataderos, pero que suele ser una condición indispensable para su trágico final. Veamos en qué consiste la exportación de animales vivos y qué papel –clave– juega España en esta práctica tan brutal como avalada por la ley.
De todas las barbaridades que permite el reglamento europeo relativo a la protección de los animales durante el transporte –el más bienestarista del mundo, ojo– llama la atención el espacio vital que asigna a cada animal durante una travesía marítima. Dos ejemplos, entre decenas: cinco ovejas esquiladas de 50 kilos cada una pueden ir de Cartagena a Beirut –más de 3.300 kilómetros– hacinadas en un espacio de 1 metro cuadrado. Un toro de 700 kilos apenas tiene 2 metros cuadrados asignados, pero si es una vaca y está embarazada la ley establece un plus de un 10% más de espacio.
Vaya por delante que las leyes de bienestar animal le parecen a este autor un auténtico despropósito. Menos es nada, claro, pero un reglamento que permite, literalmente, usar pistolas eléctricas para “bovinos y porcinos adultos que rehúsen moverse” no puede considerarse un éxito, por mucho que en otras regiones del mundo no haya un asterisco a la ley que pida que no se use la descarga “de manera repetitiva si el animal no reacciona”.
Inspecciones: la evidencia del maltrato
Pero si la teoría deja la puerta abierta a condiciones de transporte indignas, sufrimiento y muerte a bordo, la práctica es espeluznante. Animal Welfare Foundation grabó el verano pasado –las imágenes son duras– en las inmediaciones del puerto de Cartagena. Documentaron animales con síntomas evidentes de estrés por calor, terneros exhaustos, toros incapaces de levantarse por sí mismos, lesiones importantes como cuernos rotos y varios vehículos donde los animales estaban cubiertos por sus propias heces. Los sistemas de agua y ventilación quedan apagados durante el largo tiempo de espera para la embarcación, un problema que puede ser letal: las esperas al sol.
Los veterinarios de la AWF lo describen así: “Muchos vehículos pasaron más de cuatro horas con los animales a bordo. Llegamos a observar más de diez camiones estacionados al mismo tiempo en una zona de espera no oficial, sin ningún tipo de instalaciones para animales. Esperaron durante horas al sol, sin sombra, sin agua y sin sistemas de ventilación mecánica encendidos. Durante este largo tiempo de espera los conductores estuvieron esperando dentro del bar sin comprobar las condiciones de bienestar de sus animales”.
Cuando la espera llega a su fin empieza otro suplicio: la carga. El informe señala a los empleados de la Agencia Marítima Blázquez, a los que afea una conducta poco profesional, mal uso de las varas eléctricas y unas cargas estresantes, caóticas y más largas de lo necesario. Todo ello se traduce en un sufrimiento atroz que no es más que la antesala de lo que está por venir.
Un infierno a bordo
El transporte marítimo es peligroso por naturaleza, no por el riesgo de hundimiento sino por las condiciones en las que se transporta a los animales. Lejos de ser tratados como pasajeros, tienen el estatus de mercancía y se les trata como meros objetos que deben comer, beber y respirar. Poco más.
Según el equipo veterinario que firma el informe de la AWF, el principal riesgo para los animales durante los viajes largos por mar son los traumatismos debidos a mares agitados y enfermedades respiratorias como la neumonía. En los viajes de largo recorrido, la acumulación de heces húmedas en los barcos de exportación de animales vivos puede hacer que el ganado se cubra de excrementos. Además de ser angustioso y antihigiénico, los animales cubiertos de heces no pueden disipar el calor a través de la superficie de su cuerpo y tienen un mayor riesgo de sufrir estrés por calor, que puede ser letal.
Bien, pues todo esto es así porque existe un reglamento que permite las exportaciones de animales vivos. Punto. La ley regula, sí: unos mínimos para que los animales, en la medida de lo posible, no mueran a bordo.
La lógica capitalista –minimizar costes para maximizar beneficios– nos lleva a la conclusión de que, con la ley en la mano, a la industria cárnica le sale más barato hacinar contenedores con animales vivos, fletar un barco y cruzar miles de kilómetros por mar para que maten a dichos animales en territorios sin ley –de bienestar– que simplemente asesinarlos en los mataderos nacionales.
Una lógica doblemente perversa, pues no solo considera a los animales vivos una mercancía sino que también permite esquivar la normativa europea relativa a la protección de los animales en el momento de la matanza. Esta es otra ley bienestarista –que por supuesto es mejor que nada–, y que en teoría debería evitar el sufrimiento de los animales en el momento de su muerte.
La agonía final
Los matanceros de los países de la Unión Europea deben “aturdir” –eufemismo legal para decir “dejar inconsciente”– a los animales antes de matarlos. En todos los estados, excepto en los países nórdicos, Suiza, Eslovenia y las regiones belgas de Flandes y Valonia hay una excepción a la norma: los rituales religiosos halal y kosher.
Sin profundizar mucho –pues no es el propósito de este artículo– las tradiciones de matanza animal de musulmanes y judíos no contemplan la posibilidad de que el animal esté “aturdido” en el momento de rajarle el cuello. Eso conlleva un sufrimiento atroz y un dolor que no podemos imaginar.
La cuestión es que estos desdichados animales que embarcan en Tarragona y Cartagena desembarcan en puertos y son trasladados a mataderos en los que las condiciones son todavía más lamentables que en los denostados mataderos españoles. Hablamos de Libia y de Líbano, principalmente, donde los voluntarios de la AWF encontraron orejas de vaca con las etiquetas que usan para matricularlas. Allí tendrán unas últimas horas de puro terror y una muerte horrible que pondrá fin a una vida que, en la mayoría de los casos, habrá sido miserable.
Líderes en importación y exportación de animales “de granja”
La situación es especialmente grave en España. El Ministerio de Agricultura –de quien dependen los animales de los que estamos hablando– publicó un detallado informe sobre el peso de España en cuanto a exportación e importación de animales vivos. No debería ser un honor que el Estado español sea líder en ambas categorías, pero la cruda realidad es la que es: España exporta e importa animales vivos a mansalva. Concretamente, 195.000 vacunos, 750.000 ovinos y caprinos, y casi 13 millones de pollitos en 2019.
Veamos la letra pequeña. En el Estado español los animales vivos salen de dos puertos: Cartagena (Región de Murcia) y Tarragona (Catalunya). Ovejas y cabras viajan hasta Libia –algunos a Líbano– mientras que los bovinos vivos se mandan en barco, principalmente al Líbano y Libia y, en menor medida, a Marruecos, Argelia y Turquía.
Es probable que España sea líder porque de los 1.200 puertos comerciales que tiene la UE, solo 13 exportan animales vivos. Los hay en Francia, Croacia, Irlanda, Portugal, Rumania, Eslovenia y los de Cartagena y Tarragona en España. ¿Pero cómo pudo exportar España 195.000 terneros en 2018? ¿Cómo pudieron salir 84 buques de Tarragona y 130 de Cartagena, cargados en total con más de 950.000 ovejas, cabras, vacas y terneros?
El secreto español es que la industria patria compra muchísimos terneros a precio de saldo de otros países de la UE, que son productores de leche y no de carne (recordemos que para que una vaca dé leche hay que embarazarla, el ternero que nace de dicha aberración es considerado un subproducto de la industria lechera). Luego el negocio está en cebarlos lo más rápido posible y mandarlos a un matadero libio o libanés. Y, atención, porque según el mismo informe, el Estado está en conversaciones con otros países a los que mandar animales vivos para que los maten allí. La lista es variopinta: Armenia, Venezuela, Uzbekistán, Indonesia, Colombia, Perú, Taiwán, Sri Lanka, Argelia y Cabo Verde. El acuerdo con Arabia Saudí ya se ha firmado.
Abolicionismo: la única opción
La situación invita al pesimismo. Si la ley más garantista del mundo permite el sufrimiento en el transporte y la muerte de animales “europeos” en mataderos sin ley, sólo queda una opción: la abolición del transporte de animales vivos en trayectos de larga distancia. Varias entidades animalistas ya presionan a la UE para que sea así. Veremos.
Nota del autor: La cuestión de los rituales sin aturdimiento no es tan residual en España como cabría esperar de un país donde solo hay un 2,6% de población musulmana y menos de un 0,1% se considera judía. En Catalunya, que exporta muchísima carne a países árabes y a Francia –donde viven cerca de seis millones de musulmanes–, el 40% de los terneros y la mitad de los corderos ya se matan sin aturdimiento siguiendo el rito halal.