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El arte de organizarse

ochodoscuatro ediciones

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Si estás leyendo este blog seguramente ya tienes cierta sensibilidad acerca de la situación de los animales no humanos en nuestra sociedad. Incluso es probable que alguna vez te hayas planteado dar un paso más y movilizarte, de la manera que sea, para intentar cambiar las cosas. Gran parte de los mensajes que se lanzan desde los entornos por la defensa animal van precisamente encaminados hacia eso: conseguir que cada vez más personas dediquen tiempo y esfuerzos a esta grave y urgente cuestión.

Una pregunta básica es “qué hacer” y aquí entran todos los debates, más o menos profundos y más o menos honestos, sobre qué estrategia es más efectiva, qué cuestiones se deben priorizar y, en definitiva, por dónde tirar. A estas alturas es de agradecer que cada vez se vaya desterrando más el mito de la estrategia única y definitiva, y se vaya comprendiendo de forma creciente que no hay una llave maestra ni un botón rojo para llegar al fin de la explotación animal, sino que el problema es tan grande y funciona a tantos niveles que necesitamos desplegar multitud de proyectos y de formas de combatirlo. Estamos pasando de entender este asunto con una mentalidad centralista a enfocarlo desde la descentralización, lo que enriquece los discursos y las prácticas, y disminuye bastante las pugnas por ver quién tiene la razón.

Otra cuestión básica que quizá está menos sobre la mesa es el “cómo hacer”. De qué manera elegimos nuestra estrategia, cómo conformamos los grupos, cuál es el proceso para el desarrollo e implementación de nuevas ideas, cómo nos repartimos las tareas, cada cuánto hacemos revisión y valoración de nuestro propio funcionamiento, etc. Parece que estas cuestiones no son tan relevantes y nuestra impresión es que no se les suele dar la importancia que tienen. La gran velocidad a la que desaparecen los colectivos que tanto cuesta crear puede tener bastante que ver con todo esto. Porque, ¿dónde se aprende cómo montar un colectivo o cómo trabajar de manera horizontal?

Aunque algunas personas han crecido y se han desarrollado en entornos distintos, la mayoría hemos ido a las escuelas estatales y hemos absorbido miles de horas de televisión durante nuestra socialización, e igual que hemos mamado el especismo, desde nuestra más tierna (y vulnerable) infancia nos han metido en la cabeza que necesitamos líderes, que para cualquier cosa que tengamos que afrontar hay algún especialista al que recurrir para que nos la resuelva, que desconfiemos prácticamente de cualquiera que no sea de nuestra propia familia, que las cosas son como son y no somos nadie para pretender cambiarlas, y un montón de ideas que, aunque nos parezcan ridículas, llevamos más dentro de lo que nos gustaría.

A la hora de organizarnos colectivamente para defender a los demás animales, todo ese sustrato acaba aflorando de diferentes maneras. Por eso necesitamos hacer un trabajo específico para contrarrestar esa educación y potenciar valores y prácticas que nos sean beneficiosos si queremos relacionarnos de otras maneras. El mayor aprendizaje nos lo da la práctica, pero tenemos que estar muy pendientes para darnos cuenta de las cosas y poder corregir o, mejor aún, prevenir ciertas dinámicas que pueden acabar dinamitando el proyecto. Aunque no es nuestro objetivo desglosar aquí todos los problemas internos que puede tener un grupo humano, por ilustrar de lo que estamos hablando nos podemos estar refiriendo a cosas como peleas de egos, incapacidad para alcanzar consensos, falta de rotación en las tareas, malos hábitos comunicativos, etc. Al fin y al cabo, no tenemos preparación para relacionarnos de manera horizontal ni para encargarnos colectivamente de intereses comunes, así que es obvio que nos vendría bien trabajar un poco en ello y dotarnos de habilidades y herramientas de las que realmente carecemos.

Pero mejor retrocedamos un poco. No son pocas las personas que nos hemos encontrado en todos estos años que tienen ganas de ponerse manos a la obra por el fin del especismo pero no saben muy bien por dónde empezar. Pueden no conocer a gente con ideas similares por su zona o no encajar mucho con los grupos que ya existen, por ejemplo. Eso no debería ser el fin de nada, solo el principio. Un principio algo cuesta arriba y que exigirá creatividad y persistencia, pero un principio al fin y al cabo. Buscar activamente o provocar espacios de encuentro seguramente no será la tarea más apetecible y, al mismo tiempo, puede ser de las más importantes.

Sentar unas bases claras, en las que todas las personas participantes se reconozcan, que sean realistas y equilibradas con la dedicación que se le puede poner al proyecto, nos ahorrará muchos dolores de cabeza. Querer ir a por todas cuando luego no vamos a poder estar al cien por cien, o conformarnos demasiado fácilmente teniendo ganas y disponibilidad para hacer más, nos pueden desgastar en no demasiado tiempo. También embarcarnos en un proyecto que no nos convence del todo pensando en cambiarlo poco a poco para que concuerde más con nuestros propios intereses puede ser frustrante para todas las personas implicadas.

Lo mismo ocurre con las formas de funcionar. Necesitamos claridad, consenso y el compromiso de cumplir con lo acordado. Si nos organizamos en asamblea debe ser ahí donde realmente se discutan los asuntos y se tomen las decisiones, no en otros espacios más informales donde no todas las personas del colectivo pueden estar presentes. ¿Nos reunimos presencialmente? ¿Tenemos un grupo de correo electrónico? ¿Creamos un canal o grupo en algún servicio de mensajería instantánea? Todas las posibilidades están abiertas, lo importante es tomar las decisiones en base a las necesidades reales del grupo y dejar bien claro para qué y cómo se va a utilizar cada herramienta. ¿Cómo compartimos la información sobre los temas que estamos tratando? ¿Por qué canal expresamos nuestras opiniones y las discutimos? ¿Cómo se toman los acuerdos? Si no dejamos claros estos puntos, es fácil que aparezcan liderazgos informales y dinámicas de poder que traerán consecuencias negativas para la salud del grupo.

Este es uno de los puntos en que necesitamos hacer un trabajo consciente y constante de autoanálisis y aprendizaje, porque organizarnos de igual a igual no es algo que nos venga dado en esta sociedad jerarquizada y jerarquizante. Para eso nos pueden ayudar las valoraciones internas periódicas, en las que se pueda hablar tranquilamente sobre el funcionamiento del grupo, las dinámicas que se dan, los roles que está asumiendo cada persona de manera consciente o inconsciente, etc. Así podremos ver si necesitamos cambiar algunas actitudes o formas de organizarnos.

Hablando de valoraciones, esa es precisamente una de nuestras herramientas más útiles. Revisar de vez en cuando nuestros objetivos, nuestras estrategias y tácticas o nuestras acciones concretas, es un hábito saludable que enseguida nos muestra su utilidad. Necesitamos ir afinando nuestros proyectos, solo andando el camino nos podremos ir dando cuenta de qué aspectos nos vendría bien reforzar, cuáles son superfluos, qué cambios en el contexto nos obligan a replantearnos cosas, etc.

También suele ser un punto de fricción el equilibrio entre lo individual y lo colectivo (y más aún en un momento histórico tan individualista y tan poco cooperativo). Conseguir que en el grupo los momentos individuales puedan convivir con el espíritu común no siempre es fácil, pero tampoco es en absoluto inalcanzable. Incluso a la hora de detectar y cambiar dinámicas que se valoren como negativas es importante delimitar, en la medida de lo posible, dónde empieza y acaba la responsabilidad individual y dónde empieza y acaba la responsabilidad colectiva. ¿Es un problema generado por el comportamiento concreto de una persona? ¿El desajuste viene por las reacciones que se dan dentro del grupo ante determinadas situaciones? ¿Podemos cambiar una forma de funcionar por otra y ver qué pasa? ¿Son actitudes concretas individuales las que nos están llevando a este punto? ¿Se pueden trabajar?

En este apartado, y aunque pueda sonar obvio, vemos imprescindible incluir una valoración y un trabajo sobre las relaciones de género dentro del grupo (hablamos ahora de género sin que eso excluya otro tipo de cuestiones que merezcan un tratamiento específico, como podría ser, entre otras, el racismo). No vemos necesario abundar sobre esto, pero sí remarcarlo, ya que, por desgracia, estamos aún muy lejos de poder decir que hemos erradicado por completo de dentro de nuestro movimiento algunas lacras como el machismo o el racismo.

Como decíamos antes, el mayor aprendizaje nos lo dará la práctica consciente, combinando la acción con la formación, manteniendo nuestra mente abierta ante críticas e ideas y teniendo ganas de mejorar en nuestro día a día. Es muy importante lo que estamos haciendo y no podemos permitirnos el lujo de ser conformistas.

*Para leer más sobre este tema, 'Activistas desde la horizontalidad' escribieron un librito titulado La fuerza de lo colectivo. Apuntes sobre autoorganización, que ha sido publicado por ochodoscuatro ediciones y podéis descargar gratis en pdf desde aquí

Si estás leyendo este blog seguramente ya tienes cierta sensibilidad acerca de la situación de los animales no humanos en nuestra sociedad. Incluso es probable que alguna vez te hayas planteado dar un paso más y movilizarte, de la manera que sea, para intentar cambiar las cosas. Gran parte de los mensajes que se lanzan desde los entornos por la defensa animal van precisamente encaminados hacia eso: conseguir que cada vez más personas dediquen tiempo y esfuerzos a esta grave y urgente cuestión.

Una pregunta básica es “qué hacer” y aquí entran todos los debates, más o menos profundos y más o menos honestos, sobre qué estrategia es más efectiva, qué cuestiones se deben priorizar y, en definitiva, por dónde tirar. A estas alturas es de agradecer que cada vez se vaya desterrando más el mito de la estrategia única y definitiva, y se vaya comprendiendo de forma creciente que no hay una llave maestra ni un botón rojo para llegar al fin de la explotación animal, sino que el problema es tan grande y funciona a tantos niveles que necesitamos desplegar multitud de proyectos y de formas de combatirlo. Estamos pasando de entender este asunto con una mentalidad centralista a enfocarlo desde la descentralización, lo que enriquece los discursos y las prácticas, y disminuye bastante las pugnas por ver quién tiene la razón.