Quienes defendemos a los animales sabemos cómo la industria practica el humanewashing. Esto es, sabemos que finge un compromiso con el bienestar de los individuos que explota con el objetivo de ocultar los daños que les causa. Las vacas y las gallinas son felices. Los toros no sufren. Experimentar con animales es lamentable, pero trabajamos para que deje de ser necesario. Comprendemos también una de las consecuencias negativas de su estrategia: esta propaganda es el principal discurso sobre explotación animal que recibe la ciudadanía. Por supuesto, tenemos evidencias sobradas de que esto no es así. A vacas, gallinas, toros y el resto de animales bajo explotación se les causa un sufrimiento terrible durante toda su vida para después matarles. Se invierte varias veces más en la defensa de experimentos con animales de dudosa eficacia que en investigar métodos alternativos. Parte de nuestra tarea como activistas consiste en hacer públicas estas evidencias, mostrando la verdad sobre la situación de los animales.
Existe otra consecuencia negativa del humanewashing, posiblemente peor a largo plazo que la anterior. El reconocimiento de esta estrategia por parte de algunas activistas no las ha llevado solo a denunciar que la industria miente. Las ha llevado a sostener, además, que el sufrimiento no es lo importante. Quizá se piense que si la industria pretende ser aceptable sugiriendo que los animales no sufren o no sufren tanto, entonces quienes los defendemos tenemos que evitar apelar a su sufrimiento. Lo contrario sería aceptar los términos del debate fijados por quienes explotan a los animales.
Ésta es una gran victoria de las industrias de explotación animal. La renuncia a la centralidad del sufrimiento de los demás animales en el discurso de quienes pretenden defenderles es un error grave. Impedir el sufrimiento de los seres sintientes, humanos o no, es parte de lo que importa moralmente. Es cierto que no es todo lo que importa. También importa que puedan disfrutar de sus vidas tanto como sea posible. Se insiste a veces en que esta idea perjudica a los animales no humanos porque no permite que nos opongamos a todas las formas en que son explotados. Esto es falso. Al igual que ocurre con los seres humanos, creo que solo podemos explicar nuestras convicciones de justicia más importantes si apelamos a cómo nuestras decisiones les dañan o benefician. Es decir, si apelamos a su bienestar.
Qué es el bienestar
La primera pregunta que surge es qué es el bienestar. Una forma sencilla de explicarlo es decir que se trata de cuán buena o mala es la vida para alguien. Hay experiencias positivas, que hacen que la vida vaya mejor para los individuos sintientes. Esto ocurre cuando disfrutamos del aire libre, de la comida, de corretear, de una temperatura agradable o del afecto de otras. También, en el caso de los seres humanos, cuando tenemos una conversación interesante, leemos un buen libro o nos satisface saber que alguien amado es feliz.
Por el contrario, hay ciertos eventos negativos que hacen que la vida vaya peor. Una forma en la que esto sucede es cuando sufrimos. Pasar hambre o sed, enfermar, que nos golpeen o hieran, el tedio, el miedo. Echar de menos a un ser querido. Otra forma de daño sucede cuando un individuo es privado de experiencias positivas. Por ejemplo, cuando encerramos a un animal, humano o no, impidiéndole disfrutar de la hierba, el sol o la compañía. La muerte es el mayor ejemplo de daño por privación, en aquellos casos en que arrebata a un individuo todo lo que le deparaba una vida futura que valía la pena vivir.
Así, todos los seres sintientes poseemos un interés en que nuestras vidas vayan lo mejor posible. Esto implica un interés en disfrutar, pero también un interés en no sufrir y en no ser privados de experiencias positivas. Al sostener que lo que más importa es el bienestar afirmamos que, si una conducta o institución es inmoral, esto es porque de forma injustificada no respeta los intereses de algún individuo sintiente.
La injusticia de dañar y de negarse a ayudar
Éstas son las razones, basadas en el bienestar de los animales, que permiten explicar por qué la explotación es injusta. Esto es así, ciertamente, respecto de aquellas formas de explotación que más daños causan, como la ganadería intensiva o ciertas prácticas de experimentación. En estos casos el interés en no sufrir de los animales no humanos es sistemáticamente frustrado y son privados de cualquier experiencia positiva que pueda contribuir a que su existencia sea buena para ellos. Estos animales tienen, en general, vidas que no vale la pena vivir a causa de los graves daños que reciben de forma constante. Es difícil imaginar instituciones humanas peores que estas, pues hubiera sido mejor para sus víctimas no existir jamás.
Asimismo, apelar al bienestar de los animales nos puede permitir explicar el carácter injustificado de formas de explotación menos dañinas. De hecho, nos permitiría explicar por qué la explotación animal seguiría siendo una práctica discriminatoria aunque el humanewashing de la industria no fuera mera propaganda y realmente los animales no tuvieran vidas tan malas.
Incluso en esos casos la actividad económica de la que la explotación forma parte requeriría, o bien que los animales sufrieran y fueran privados de experiencias positivas para disciplinarles y entrenarles -como en el caso de animales usados en entretenimiento- o bien que fueran matados -por ejemplo, para alimentación o ropa-. Hay seres humanos cuyas capacidades psicológicas son similares a las de muchos animales sujetos a explotación. Una amplia mayoría rechazaría, con razón, dañarles de ese modo, frustrando sus intereses en vivir, no sufrir y disfrutar de sus vidas. Si, en cambio, se aceptara dañar a los demás animales, aún en estas condiciones imaginarias de explotación, se estaría reconociendo que su bienestar importa menos que el de seres humanos, simplemente por pertenecer a una especie distinta. Ahora bien, la especie a la que un individuo pertenece es tan irrelevante desde un punto de vista ético como su género o el color de su piel. Ello supondría incurrir, por tanto, en una discriminación arbitraria basada en la especie, llamada especismo.
Estas razones basadas en el bienestar no solo nos permiten explicar por qué está éticamente injustificado que los seres humanos dañen a los demás animales. También explican por qué está injustificado no ayudarles cuando sufren daños por causas naturales. De hecho, la práctica totalidad de individuos sintientes no son animales bajo explotación, sino que viven en la naturaleza. Sus vidas, al contrario de lo que suele creerse, no son idílicas. Una gran mayoría de ellos tiene vidas, al menos, tan malas como las de muchos animales bajo explotación. Padecen graves sufrimientos y privaciones a causa de hambrunas, enfermedades o condiciones climáticas extremas. Al final, mueren generalmente de forma dolorosa tras una breve existencia. Que esos daños no estén causados por la acción humana, por una estructura de explotación, por el uso que se hace de ellos o por ser considerados propiedades carece de importancia. Desde el punto de vista del individuo que sufre, no puede disfrutar de su vida y muere, todo ello es absolutamente irrelevante. De hecho, así lo consideramos cuando son seres humanos quienes sufren a causa de epidemias, catástrofes u otros eventos naturales. Si rechazamos el especismo, entonces también debemos aliviar, en la medida que esté en nuestra mano, los daños naturales que sufren los animales que viven en estado salvaje.
Libertad y derechos
Que la explotación animal es injusta porque causa sufrimiento o priva de bienestar no quiere decir que quienes defendemos a los animales no humanos debamos renunciar a señalar su falta de libertad. Es evidente que en la mayoría de los casos estar enjaulados priva a los animales del entorno, recursos y afecto necesarios para poder disfrutar de sus vidas. Es sencillo mostrar el daño que causa la ausencia de libertad cuando se compara la existencia de estos animales con la de los que han sido rescatados y han encontrado refugio en hogares particulares o santuarios. De forma importante, la experiencia con estos animales nos ha enseñado cómo lo que determina la libertad de un individuo no es si existe o no una valla que impida sus movimientos. Por supuesto que, afortunadamente, los lugares donde los acogen están cercados. Lo que importa en realidad es si reciben los cuidados que satisfacen sus necesidades. Por eso estos individuos son libres. Por el contrario, quienes sufren daños constantes, ya sea por la acción humana (como los animales bajo explotación) o por causas naturales (como los animales salvajes), no lo son.
Además, sostener que el bienestar es lo que importa desde un punto de vista ético es perfectamente compatible con reclamar derechos para los animales. En realidad ésta es una muy buena explicación de por qué los individuos sintientes tendrían derechos morales. Sus intereses básicos estarían protegidos por derechos que prohíben que estos intereses sean frustrados, salvo en circunstancias excepcionales. Por otra parte, también es compatible con el resto de posiciones éticas que, aunque no creen que existan derechos en un sentido moral, sí creen que la mejor forma de respetar los intereses de los individuos, humanos o no, es que estén protegidos por un sistema robusto de derechos legales. Éstos incluyen el derecho a la vida, a la integridad física y psicológica o a no ser privado de libertad.
La garantía de los derechos y libertades es la mejor manera que los seres humanos han encontrado de asegurar sus intereses, protegiéndose frente a los daños que otros seres humanos o el Estado les puedan causar. Desde una ética antiespecista centrada en el bienestar de todos los individuos sintientes, por tanto, tenemos la obligación de lograr los cambios políticos que impidan que los animales sean considerados propiedad humana, pasando a ser reconocidos como sujetos de derecho.
Las mejores vidas posibles
El movimiento contra el especismo y en defensa de los animales forma parte de una lucha más amplia por el respeto a todos los individuos sintientes. Lograrlo requiere, desde luego, erradicar las actitudes discriminatorias que impiden que la mayoría considere plenamente los intereses de los animales no humanos. También requiere conseguir un cambio en su estatus jurídico y que les sean garantizados derechos. Pero estas medidas son simples medios, no el objetivo a alcanzar.
El objetivo es que los individuos sintientes tengan las mejores vidas posibles. En la práctica, dada la abrumadora prevalencia del sufrimiento, probablemente la mejor forma de trabajar para ese objetivo sea concentrarnos en eliminar los daños que sufren los animales, tanto los causados por los seres humanos como por eventos naturales. Quizá nunca podamos construir un mundo sin sufrimiento innecesario, pero sí uno lo más cercano posible a ese ideal.