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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

La intoxicación en el Centro Nacional de Microbiología afecta a miles de animales usados en experimentación

La intoxicación en el Centro Nacional de Microbiología (CNM) que ha afectado a 48 trabajadores desde el pasado mes de octubre y que aún investiga el Instituto de Salud Carlos III, al que pertenece este centro, sin haber encontrado aún el origen de la sustancia, afecta directa o indirectamente a miles de animales usados en experimentación, que han sufrido también los efectos de la intoxicación o tienen un incierto futuro por la gestión de esta situación, desvelada por elDiario.es a raíz de una información proporcionada a El caballo de Nietzsche.

Pasados los meses y sin haber resuelto el misterio sobre el origen de la intoxicación, a medida que las mediciones arrojaban datos menos dañinos, las limitaciones se iban acotando en algunas dependencias, pero no en el Animalario.

En un correo electrónico a los trabajadores, de mediados de febrero de 2023 –cuatro meses después de los primeros casos– se informa de que “respecto al trabajo en el Animalario, los problemas de los efectos tóxicos” que se arrastraban desde octubre “siguen existiendo”. En esa comunicación se afirma que “el personal del Animalario sigue haciendo jornadas de trabajo cortas (3h/día)”.

Ante ese acortamiento de las jornadas de trabajo, esas directrices indican la necesidad de una rebaja drástica del número de ratones: “Es necesario reducir el número para asegurar el bienestar animal, puesto que el tiempo de dedicación del personal está muy limitado”, describen las comunicaciones internas.

En el Animalario se mantienen 10.000 animales, indica el Centro Nacional de Microbiología, un número que en esta situación resulta “inmanejable”, como sentencia un correo electrónico en el que se explica la medida ante la emergencia: debe reducirse el volumen. “Es imprescindible que todos los usuarios reduzcan el número de jaulas”, dice la comunicación enviada a los trabajadores. Los cálculos del Centro que aparecen en esa comunicación dicen que debían rebajarse las jaulas de cría “al menos un 50%”.

La realidad que expone el correo electrónico es que no es posible mantener tantos animales, porque empiezan a estar afectados por la situación. Reducir el número, según sus previsiones, “ayudará a determinar si los problemas observados en los animales pueden ser debidos al estrés derivado de la reducción de horas dedicadas o al agente químico”.

El Instituto no aclara en qué medida se ha reducido el número de animales. Explica que, actualmente, “la jornada laboral mantiene la cobertura de las necesidades y se ajusta para garantizar el buen funcionamiento de las instalaciones y el bienestar animal”, pero no especifica cuánto tiempo puede trabajarse allí. “El límite máximo de exposición está vinculado a la variable de tiempo”, aseguran.

“La reducción del número de animales está vinculada a un descenso en la cría de los mismos. En ningún caso se contempla el sacrificio”, ha insistido el ISCIII, que afirma que están inmersos en “un plan de reducción del uso de animales de experimentación”. Sin embargo, reconoce que “en este caso, tiene una aplicación evidente para la solución del tema que nos ocupa”. Es decir, las consecuencias de la contaminación del aire.

Más allá de la situación actual, sería interesante conocer ese “plan de reducción del uso de animales en experimentación”, sus motivaciones y sus detalles.

La situación en el Animalario hizo que la dirección tuviera organizado un traslado de animales a dependencias en otra localidad para mantener ciertos linajes de ratones para la experimentación. “A finales de marzo deberíamos identificar qué queremos llevarnos”, se informaba por escrito a los trabajadores. El Centro contesta a elDiario.es que, de momento, se ha descartado el traslado y que estas indicaciones “hacen referencia a la preparación de una eventual modificación del plan de actuación derivado de la presencia del tóxico”. Un tóxico que, meses después, se desconoce de dónde vino y cómo entró en el centro de investigación.

En uno de esos correos internos “se adjunta un Excel que cada usuario debe rellenar con sus necesidades priorizadas, a elegir entre: congelación de esperma o embriones y centro responsable de la congelación (Charles River o EMMA). LA CONGELACIÓN IMPLICARÁ REDUCIR A ‘0’ LA LÍNEA EN CUESTIÓN Y NO QUEDARÁ NADA VIVO” [en mayúsculas en el original] . Esto, aseguran, no ha llegado a producirse, pero nadie asegura que no se pueda producir.

Seis meses buscando

Todo comenzó el 4 de octubre del pasado año, cuando los trabajadores del área de investigación de Genómica notaron que la atmósfera estaba “cargada” y con un olor extraño. Algunos empezaron a sentir irritación en la garganta y en la boca, y después, “llagas en la boca, cefaleas y sabor metálico”. Un misterioso pico de contaminación química había empezado a extenderse por el Centro Nacional de Microbiología. Desde entonces, el Instituto de Salud Carlos III lleva seis meses sin haber encontrado la fuente de este caso de contaminación que ha intoxicado a 48 trabajadores, alterado sus investigaciones y obligado a reducir el número de los animales de laboratorio que crían para sus trabajos, según los informes y comunicaciones internas a los que hemos tenido acceso.

Un día después de los primeros síntomas, empezaron a notarlos también los trabajadores del laboratorio de Antibióticos, contiguo al primer foco. En las semanas posteriores, la contaminación siguió ampliándose a otras zonas del Centro, según constata el informe de asesoramiento de la Unidad de Prevención y Salud Laboral del Instituto. Trabajadores del laboratorio de Enterobacterias, operarios del laboratorio de Parasitología (en una planta superior) presentaron la misma irritación en boca, nariz y garganta.

En esas fechas, la búsqueda de qué tipo de tóxico se extendía por el Centro apuntó a unos niveles altos de una mezcla de acetona y otro compuesto llamado acroleína. Los técnicos no podían discernir cuánto había de cada uno.

El 19 de octubre, los trabajadores del Animalario -las instalaciones donde se crían los ratones de laboratorio, situado en el sótano más profundo del edificio- dejaron de trabajar y salieron inmediatamente de su área porque comenzaron a notar “un olor putrefacto muy insoportable”, según recoge el informe de respuesta elaborado por una de las contratistas que instalaron parte del equipo en ese Animalario, la empresa Matachana.

El documento de Salud Laboral relata cómo esos operarios “interrumpen su actividad y salen por un fuerte olor a químico”. Otra vez, el agente les provocó irritación, además de “dolor de cabeza y mareos”. En la zona del lavadero del Animalario “se percibe fuerte olor a químico y se observa que algún compuesto ha afectado el acero inoxidable exterior de los equipos de lavado”.

El informe detalla que algunos operarios que pasaron por las dependencias afectadas por el tóxico presentaron luego síntomas, a pesar de trabajar en zonas alejadas de los focos de contaminación.

Finalmente, se concluyó que el agente químico nocivo era la acroleína. El Instituto encargó que se hicieran mediciones en exterior del Centro -“dentro y fuera del campus” donde está situado el ISCIII- y se obtuvieron “valores altos en la calle”. Las conclusiones dicen que “la contaminación por acroleína afecta a todo el campus de Majadahonda [la localidad madrileña donde se sitúa el Centro]”. Pero no se detalla de dónde sale la acroleína o cómo -si es que es un agente externo- ha entrado en los edificios del Instituto.

La acroleína es un producto químico que se genera en procesos de combustión, de incineración, en vertederos, y lo contienen biocidas acuáticos. Es tóxico si se inhala o ingiere. Pero el misterio es que “no lo utiliza ningún laboratorio en el edificio”. Los documentos internos revisados por elDiario.es son claros en cuanto al desconcierto que el problema genera: listan pruebas e hipótesis, pero concluyen con el fracaso de las pesquisas: “No se encuentra un foco de generación”. No saben de dónde sale ni cómo se expande por las instalaciones.

La aparición y persistencia de la acroleína en el aire ha alterado el funcionamiento del Centro Nacional de Microbiología. El episodio obligó, en un principio, a cerrar dependencias durante varias jornadas y restringir las horas que muchos trabajadores podían pasar en sus laboratorios, además de operar con equipos de protección. En varios laboratorios y dependencias del CNM se llegó a limitar a dos y tres horas al día el tiempo máximo que los investigadores podían estar en esas áreas. A eso se debe el acortamiento de las jornadas de trabajo en el Animalario y, por tanto, la necesidad de reducir el número de animales para que sea “manejable”.

Una industrial cruel

El Animalario está gestionado por la empresa Charles River Labs, compañía multinacional que opera en más de 20 países y que ofrece servicios a las industrias biotecnológica, farmacéutica y de producción de material sanitario. También es proveedor de animales para empresas relacionadas con la experimentación animal.

Para hacernos una idea del peso de Charles River en esta industria, cabe señalar que provee de la mitad de animales de laboratorio del mundo y varios documentos señalan que en España proporciona animales a Vivotecnia, centro tristemente conocido por la extrema crueldad sistemática que denunció Cruelty Free International gracias a la investigación interna llevada a cabo por Carlota Saorsa.

Además, Charles River está inmersa en una investigación en Estados Unidos por supuesto tráfico ilegal de macacos de Camboya y es propietaria de la mitad de Noveprim, la empresa dueña de Camarney, que se dedica a la compra-venta de animales para experimentación y cuya sede está radicada en Camarles, Tarragona.

Charles River Labs anuncia en su página web que “se compromete a realizar su labor de forma ética, responsable y con integridad”. Además, Charles River está adscrita al acuerdo de transparencia sobre el uso de animales en experimentación científica de COSCE (Confederación de Sociedades Científicas de España) y cada año recibe millones de euros de dinero público a través de los centros de investigación.

Todo lo ocurrido en este centro, uno de los punteros en investigación en España, da lugar a muchas preguntas. ¿Cómo se está reduciendo el número de animales en este Centro? ¿Qué pasará con ellos si hay que seguir reduciendo su número? ¿Cuántos de ellos han sufrido directamente los efectos de esa intoxicación? ¿Los animales afectados por esa intoxicación han recibido atención veterinaria aunque ya no fueran útiles para el laboratorio? ¿Cuál es la situación actual de esos animales? ¿Están seguros en esas instalaciones o siguen expuestos a la intoxicación? ¿Puede darse la situación de que no quede “NADA VIVO” en ese animalario? ¿Hay realmente un plan para reducir el número de animales usados en ese laboratorio? ¿En qué consiste? ¿Cuáles son los motivos? ¿Son económicos? ¿Éticos?

La situación nos lleva también a denunciar de nuevo las condiciones en las que viven y mueren los animales usados en experimentación, criados únicamente para vivir una tortura, tratados como meros números en una cadena, cuyas vidas nada importan por sí mismas, más allá de los resultados que puedan arrojar en cada experimento sobre sus cuerpos. Ojalá este episodio sirva para recudir de verdad el número de animales usados en experimentación hasta su erradicación definitiva, porque solo así será “manejable” para nuestra conciencia.

La intoxicación en el Centro Nacional de Microbiología (CNM) que ha afectado a 48 trabajadores desde el pasado mes de octubre y que aún investiga el Instituto de Salud Carlos III, al que pertenece este centro, sin haber encontrado aún el origen de la sustancia, afecta directa o indirectamente a miles de animales usados en experimentación, que han sufrido también los efectos de la intoxicación o tienen un incierto futuro por la gestión de esta situación, desvelada por elDiario.es a raíz de una información proporcionada a El caballo de Nietzsche.

Pasados los meses y sin haber resuelto el misterio sobre el origen de la intoxicación, a medida que las mediciones arrojaban datos menos dañinos, las limitaciones se iban acotando en algunas dependencias, pero no en el Animalario.