Teodoro era el gato que convivía con Julio Cortázar y a quien el escritor dedicó numerosas páginas y muchas horas de su tiempo. Cultivar una amistad tan peculiar como esa no es algo exclusivo del genio argentino. Virginia Woolf, Truman Capote o Borges sabían que estos felinos son gente con mucha personalidad, con un carácter propio, único e inconfundible. Cualquiera que haya tenido la suerte de compartir su vida con un gato, lo sabe.
Algunos responsables públicos, en ayuntamientos y en comunidades autónomas, comienzan a percibir la creciente preocupación social por el bienestar y la seguridad de los felinos en los núcleos urbanos. Pero son las asociaciones protectoras, entidades sin ánimo de lucro, quienes trabajan sin descanso para contribuir a crear esa conciencia social colectiva hacia unos animales que apasionaron a Cortázar, Woolf, Capote o Borges. A los gatos hay que protegerlos, aunque no vivan bajo nuestro techo, porque son vulnerables y porque con ello salvaguardamos una parte esencial de nosotros mismos, aquello que nos hace más humanos.
Como explican en Protección Felina, hay que distinguir entre los animales abandonados y susceptibles de ser adoptados, y aquellos otros que nunca han convivido con humanos y conservan su naturaleza salvaje prácticamente intacta, por lo que la adopción no es una opción. Simplemente no se adaptan bien a una casa. Pero no hay que olvidar que la especie felina puede llegar a reproducirse hasta 4 veces al año con camadas de 5 o 6 individuos. ¿Qué hacemos entonces con ellos?
La solución al problema es simple y efectiva: mantener colonias controladas, registradas y supervisadas. El conocido método CER o CES (Captura-Esterilización-Retorno/Suelta) permite saber cuántos animales tiene cada colonia, hacer las esterilizaciones oportunas para limitar la población y buscar atención veterinaria adecuada en caso necesario. Según las circunstancias, se designan personas responsables de su cuidado, que evitan problemas relacionados con el contagio de enfermedades infecciosas a otros animales, como la Leucemia felina, la Inmunodeficiencia felina o los parásitos. Los gatos viven en casetas instaladas en entornos ajardinados, donde llevan una vida pacífica y sin molestar a nadie, ya que limitan su contacto con los humanos.
Pero, ¿de quién exactamente es esta responsabilidad? De las administraciones públicas, sin duda. Moralmente están obligados, y por ley también. Sin embargo, a causa del enorme aparato burocrático en el que se mueve esta España lenta, ¡lentísima!, en materia de protección animal, miles de gatos mueren por enfermedades, bajo las ruedas de los coches, víctimas de gamberradas o asfixiados en bolsas de plástico. Todo ello como consecuencia de una falta de atención adecuada: en cuestión de eludir responsabilidades mientras los animales agonizan, somos expertos en este país. Son las asociaciones protectoras de animales las que se encargan, con muchos menos recursos y muy escasos medios, de suplir las deficiencias de estos responsables públicos.
El método CER funciona. En Estados Unidos casi todos los estados lo aplican desde hace más de diez años. En Barcelona llevan años poniéndolo en práctica, y en la misma la web del Ayuntamiento se incluye un apartado amplio y bien planificado sobre diversos ámbitos de la protección animal. En especial, todo lo relacionado con la concienciación en contra del abandono y con la promoción de adopción de animales. Además, dan soporte financiero a las asociaciones que se encargan de trabajar en la gestión de las distintas colonias.
En los municipios de menos de 5.000 habitantes de Madrid, por ejemplo, es obligatorio fijar los puntos de alimentación y el propio CIAAM (Centro Integral de Acogida de Animales de la Comunidad de Madrid) así lo ha establecido en Navacerrada, un bonito pueblo de la sierra de Guadarrama. Desde hace años, Pilar Vaca Mateos y su hija Alessia Fattorini gestionan Animavida, ayudadas por un pequeño y guerrero grupo de señoras que curan, esterilizan y cuidan de los más de 200 gatos de este pueblo. La protectora gestiona todo el proceso de adopción de aquellos gatos susceptibles de vivir en familia. Alessia nos cuenta: “Nuestro propósito es lograr sacrificio cero de los animales abandonados, procurar una cultura de tenencia responsable de animales domésticos y evitar abandonos. Por eso confiamos en la efectividad del programa CES”.
Sin embargo, la confirmación por parte de su Ayuntamiento para llevar a cabo este eficiente plan, que las voluntarias ya llevan tiempo implementando, se hace de rogar. Lo único que desea el consistorio es “ver que la población felina disminuye y deja de ocasionar problemas vecinales”. Se refieren a los casos de envenenamiento de gatos callejeros registrados en el municipio. Mientras, Animavida recaba el consentimiento vecinal, por escrito y con firmas, para continuar con el programa CES, que recibe una buena acogida. ¿Podrá un solo vecino, armado con veneno, imponerse a la mayoría? Lo que sorprende, desde luego, es el afán de unos pocos por echar por tierra lo que cuesta años construir.
Santiago de Compostela también está desarrollando una prometedora iniciativa que nos explicó Rubén Pérez Sueiras, portavoz de la plataforma ciudadana MIAU, gestionada por Libera!. MIAU ha elaborado un amplio censo para los más de 10.000 gatos que habitan allí. Un programa que a todas luces será mucho más eficaz y es mucho más ético que el método anterior: los trabajadores de la perrera municipal exterminaban a los gatos. Se estima que el coste de la iniciativa para asegurar la dignidad de los gatos y la salubridad de los puntos creados es de entre 8.000 y 15.000 euros, unas cifras muy razonables. En cuanto a las relaciones con el Concello, Pérez sentencia: “Es evidente que tratan de desactivar la iniciativa. Debe de molestar que la gente se implique”. Aún así, siguen adelante con ella porque cuentan con el apoyo popular y es una herramienta muy ilusionante para generar cambios sociales y políticos.
Estas señoras, estos programas planificados y ejecutados con éxito, son el ejemplo de la implicación ciudadana que tanto perturba a algunos. Pues su batalla en las calles se topa con frecuencia con que el juego no es limpio. Las administraciones tratan de ahogar la conciencia colectiva en favor de los gatos: unas veces, bajo toneladas de papeles; otras, dejando hacer, cómplices del “vecino del veneno”; a menudo ignorando el trabajo legítimo que hacen las protectoras por preservar la alegría y la vida de esos vecinos felinos. Un trabajo constante, a contrarreloj para evitar camadas indeseadas y partos difíciles, muertes prematuras y condiciones extremas.
En esta guerra abierta de las administraciones contra los felinos y contra quienes los ayudamos, es urgente un alto el fuego, el inicio de un proceso de paz en el que no se diluyan las responsabilidades. Un proceso cuyo objetivo es poder seguir ubicando a sus víctimas, los gatos, en lugares seguros donde puedan vivir en libertad. Donde puedan vivir tranquilos aunque no sean Teodoro ni tengan la necesidad de pasar a la historia junto a un Cortázar.
Teodoro era el gato que convivía con Julio Cortázar y a quien el escritor dedicó numerosas páginas y muchas horas de su tiempo. Cultivar una amistad tan peculiar como esa no es algo exclusivo del genio argentino. Virginia Woolf, Truman Capote o Borges sabían que estos felinos son gente con mucha personalidad, con un carácter propio, único e inconfundible. Cualquiera que haya tenido la suerte de compartir su vida con un gato, lo sabe.
Algunos responsables públicos, en ayuntamientos y en comunidades autónomas, comienzan a percibir la creciente preocupación social por el bienestar y la seguridad de los felinos en los núcleos urbanos. Pero son las asociaciones protectoras, entidades sin ánimo de lucro, quienes trabajan sin descanso para contribuir a crear esa conciencia social colectiva hacia unos animales que apasionaron a Cortázar, Woolf, Capote o Borges. A los gatos hay que protegerlos, aunque no vivan bajo nuestro techo, porque son vulnerables y porque con ello salvaguardamos una parte esencial de nosotros mismos, aquello que nos hace más humanos.