Ha sido una de las imágenes del año que acaba de terminar. El pasado mes de octubre, dos activistas de la plataforma británica Just Stop Oil lanzaban un bote de sopa de tomate sobre una de las obras de arte más conocidas de Vincent Van Gogh, ‘Los girasoles’, expuesto en la National Gallery de Londres. El objetivo: protestar contra la explotación de yacimientos de combustibles fósiles en Reino Unido.
Las reacciones fueron tan instantáneas como furibundas. Pese a que el cuadro no sufrió daño alguno, dado que contaba con una mampara protectora, los insultos a los activistas llovieron desde todas partes del planeta. Entre las críticas más ponderadas, las de aquellos que consideraron que, pese a la legitimidad de fondo de la denuncia, el arte no debe ser el objetivo de la acción directa. Pero, ¿qué hubiera ocurrido si en lugar de un cuadro tan famoso la protesta hubiera tenido como objetivo un matadero, una refinería de petróleo o la sede de una multinacional energética? ¿Hubiera tenido el mismo eco mediático o hubiera pasado desapercibida, como tantas otras que tienen lugar a diario en todo el mundo?
Esta y otras muchas preguntas son las que surgen, inevitablemente, al hablar con activistas como Bilbo y Victòria. Ambos son fundadores de Futuro Vegetal, un movimiento adscrito a la organización internacional Extinction Rebellion que, como Just Stop Oil, ha hecho de la acción directa su principal rasgo distintivo. De hecho, la viralización de aquella acción de las jóvenes manifestantes británicas en la National Gallery ha provocado que muchos focos se hayan depositado en ellos a lo largo de los últimos meses, coincidiendo con algunas de sus protestas más sonadas.
“No nos asombra el rechazo de mucha gente a las acciones de este tipo”, reconoce Victòria. “De hecho, lo vemos como algo positivo: queremos, por un lado, normalizar la desobediencia civil como un medio válido de protesta y, por otro, centrar el debate en el gran problema de la crisis climática y su vinculación directa con el sistema agroalimentario. Son numerosos los estudios que demuestran que un cambio de modelo en este aspecto es clave para mitigar el cambio climático, especialmente por su alta producción de metano y por su contribución a la deforestación global. Lo que hagamos en los próximos tres o cuatro años definirá cómo habitaremos en la tierra en el futuro: no podemos dejar que dependa de las críticas por una acción”, explica.
Del ring al Prado
En su caso no ha sido una, sino muchas. En junio, miembros de Futuro Vegetal se encadenaron a las esquinas del cuadrilátero en una de las veladas de boxeo más importantes del año. En septiembre cortaron la Vuelta Ciclista a España a su paso por las instalaciones de El Pozo, uno de los principales patrocinadores. En noviembre redoblaron la apuesta: bloquearon la zona cárnica de Mercabarna, pegaron sus manos a las Majas de Goya en El Prado y saltaron a la pista de la Copa Davis de Tenis. Y en diciembre, coincidiendo con los prolegómenos de la Navidad, cortaron la M-30, sabotearon el matadero más grande de España, ubicado en Binéfar (Huesca), y pusieron en marcha la campaña #JouJouJouChallenge, con la que señalaron directamente a Campofrío, cuyo anuncio de este año haciendo referencia a la herencia que se va a dejar a las próximas generaciones calificaron de “infame”. “No podíamos dejar de señalar que la marca está haciendo ”greenwashing“ de los efectos en nuestro territorio y en países empobrecidos de su actividad ecocida”, denuncia Victòria.
Según su último comunicado, esto es solo el principio. La organización ha anunciado “un mes de acciones disruptivas de alta intensidad diarias” durante la próxima primavera si el Gobierno no cesa las subvenciones a la industria cárnica. Un dinero que debe “redirigirse a la promoción de alternativas social y ecológicamente responsables basadas en vegetales para adaptar el sistema agroalimentario al nuevo escenario climático y mitigar el efecto de la Crisis Climática”, según explican en un comunicado.
¿Cómo se planifican esas acciones? “Siempre contamos con tres pilares muy importantes”, enumera Bilbo: “los cuidados, la transmisión del mensaje y la no violencia”. Con todo, no siempre es sencillo. “El mayor reto es protestar en polígonos, granjas y mataderos, por estar lejos del grueso de la actividad humana”, explica Victòria. “Es más difícil que estas acciones lleguen a la prensa y al público en general, por lo que intentamos compaginarlas con otras más espectaculares. También son las que reciben mayor presión policial”.
Esa presión policial se ha plasmado, también, en detenciones. “Hasta ahora solo tenemos procesos penales abiertos por las compañeras que se pegaron a las Majas de Goya, aunque de tres delitos en la calificación inicial ya han pasado a uno solo y somos optimistas”, reconoce Bilbo. “Las compañeras detenidas por cortar la M-30 fueron puestas en libertad sin pasar por el juzgado, por lo que no parece que se les vaya a imputar delito alguno”. Y es que, en opinión del cofundador de Futuro Vegetal, “en el Estado español se juega con la llamada 'burorrepresión' para atacar a las activistas: sanciones administrativas desproporcionadas que se amparan en la 'Ley Mordaza'. Hasta el momento, tenemos sanciones administrativas por más de 3.500 euros, pero no podemos dejar que esto nos pare. Es una cuestión de vida o muerte”, asegura.
Realismo y ambición
Por todo ello, seguirán adelante poniendo la alimentación en el centro del debate. “No me cabe duda de que cada vez hay más gente concienciada a este respecto”, reconoce Bilbo. “Es insostenible tener un 80% de productos de origen animal en nuestra dieta. El 96% de los animales que habitan en el mundo son seres humanos o animales que utilizamos. Estamos acabando con la biodiversidad y las barreras naturales frente a las enfermedades. En otros países europeos como Reino Unido o Alemania, cada vez hay más gente que sigue dietas vegetarianas estrictas debido a la crisis climática. Y aunque en el Estado español aún queda mucho por recorrer dentro del propio movimiento ecologista, nosotras hemos venido para sacudir el debate”.
“Debemos ser realistas pero ambiciosas”, añade Victòria. “Sabemos que el número de animales explotados aumenta cada año, pero también que cada vez será más difícil, más caro y más ineficiente alimentar a todos estos animales, principalmente debido al pico del petróleo. La ciencia es clara: si queremos adaptarnos al nuevo paradigma climático, no nos queda más remedio que optar por dietas basadas en vegetales. No es una cuestión de optimismo, sino de límites planetarios”, concluye.
Ha sido una de las imágenes del año que acaba de terminar. El pasado mes de octubre, dos activistas de la plataforma británica Just Stop Oil lanzaban un bote de sopa de tomate sobre una de las obras de arte más conocidas de Vincent Van Gogh, ‘Los girasoles’, expuesto en la National Gallery de Londres. El objetivo: protestar contra la explotación de yacimientos de combustibles fósiles en Reino Unido.
Las reacciones fueron tan instantáneas como furibundas. Pese a que el cuadro no sufrió daño alguno, dado que contaba con una mampara protectora, los insultos a los activistas llovieron desde todas partes del planeta. Entre las críticas más ponderadas, las de aquellos que consideraron que, pese a la legitimidad de fondo de la denuncia, el arte no debe ser el objetivo de la acción directa. Pero, ¿qué hubiera ocurrido si en lugar de un cuadro tan famoso la protesta hubiera tenido como objetivo un matadero, una refinería de petróleo o la sede de una multinacional energética? ¿Hubiera tenido el mismo eco mediático o hubiera pasado desapercibida, como tantas otras que tienen lugar a diario en todo el mundo?