El rey de la selva está a punto de extinguirse. Hace 60 años, había más de medio millón de leones en África. Hoy su número no llega a los 30.000. El león ha desaparecido del 80% de lo que era su hábitat africano. De seguir así, dentro de muy poco el conflicto entre el león y el humano habrá terminado, porque ya no quedarán leones.
Las causas de este dramático declive son múltiples: pérdida y fragmentación de su hábitat, caza furtiva para consumo de su carne, trampas destinadas a otros animales en las que caen los propios leones, enfermedades, envenenamiento como respuesta a los ataques a los animales considerados como ganado o a los seres humanos, caza ritual (importante en la cultura maasai) o caza como trofeo, especialmente por parte de occidentales.
Científicos del grupo de conservación internacional de felinos Panthera y la National Geographic Society’s Big Cats Initiative, entre otros, han detectado que los leones africanos viven en aproximadamente 70 áreas diferentes, algunas grandes y seguras que pueden considerarse como fortalezas. Pero las más pequeñas contienen poblaciones diminutas, aisladas y genéticamente limitadas, lo que amenaza su subsistencia a largo plazo. Son como pequeñas islas que muy pronto desaparecerán si nadie hace nada por impedirlo.
La conservación de especies es un asunto complejo en el que los especialistas no se ponen de acuerdo a la hora de encontrar la mejor solución. Pero hay una iniciativa que nos ha llamado la atención por su creatividad, porque nos parece inspiradora y porque está funcionando con gran éxito. Son los Lion Guardians. Un equipo que trabaja desde el año 2007 en varias zonas de Kenia y Tanzania. Casi 70 guerreros masái, los más hábiles cazadores de leones, convertidos ahora en sus más entregados protectores.
Leela Hazzah, fundadora de la ONG, ha dedicado su vida a la conservación de estos grandes felinos. Sus estudios de biología la llevaron a Kenia, en donde comenzó a observar de primera mano la rápida desaparición de estos animales a causa de la pérdida de su hábitat y del conflicto con los habitantes de la zona.
Hazzah pasó un año conviviendo con los masái para entender su relación con los felinos y por qué los mataban. Por un lado, los jóvenes guerreros reciben su “nombre de león” cuando matan a uno por primera vez, una especie de rito de iniciación. “Matar a un león otorga un enorme prestigio al guerrero que lo consigue”. Por otro lado, los masái son pastores y su ganado es también un símbolo de estatus.
“Empezaron a abrirse a mí y a contarme sus historias, y ahí es donde se me encendió una luz”. Hazzah comprendió que los guerreros, líderes y protectores de sus comunidades, serían los mejores embajadores del león. Así que comenzó a informarles sobre los beneficios de proteger a los animales, poniendo el énfasis en la protección de su cultura. “Los masái tienen una relación muy estrecha con los leones. Es una relación de amor-odio. Por una parte los temen, pero también los admiran tremendamente porque son animales maravillosos”.
De cazador a guardián
Proteger a los leones es un trabajo a tiempo completo para los guardianes, que ganan alrededor de 100 dólares mensuales. Durante su formación, aprenden distintos métodos para reducir el conflicto entre humanos y leones en sus comunidades. Cuando un guardián detecta a un grupo de cazadores, interviene y trata de informarles sobre la importancia de mantener a los leones vivos. “África es un lugar muy especial y el león es un icono para este continente. Sin leones viviendo en su hábitat, el ecosistema se desequilibrará, afectando a todas las demás especies. Pero, sobre todo, perderemos nuestra propia cultura, nuestro símbolo de fuerza, belleza y poder. Es una pérdida irremplazable”.
El guerrero Meiterienanka Saitoti lo expresa así: “Después de matar a mi primer león, recibí el nombre de Meiterienanka. Aunque siempre he sido respetado, este respeto ha aumentado desde que me uní al equipo de guardianes. Esto es un factor importante a la hora de detener las cacerías, porque yo nunca amenazo a los cazadores, sino que hablo con ellos de igual a igual”.
En su trabajo, los guardianes pueden aplicar todo su conocimiento ancestral sobre los animales. “Convertirse en un Lion Guardian es una especie de renacimiento para ellos. Les da más prestigio que el que tenían por matar a un león,” explica Hazzah.
La mayoría de los guerreros llegan al programa analfabetos, ya que nunca han acudido a la escuela. En el proyecto aprenden a leer y escribir, así como a utilizar las herramientas para la monitorización y seguimiento de los animales. Conocen a sus leones, documentan todos sus movimientos y cambios en las poblaciones. La cofundadora del proyecto Stephanie Dolrenry, directora científica, trabaja con ellos para estudiar y dar nombre a los animales, y les aporta el entrenamiento de campo necesario, así como el equipamiento técnico para la monitorización.
Cada comunidad tiene un guerrero guardián, que hace el seguimiento diario de los leones y de su actividad. Algunos de los leones del programa son monitorizados mediante radio telemetría. Conocen todos sus pasos, les ponen nombre y se establece una estrecha relación con sus leones, están orgullosos de ellos y de sus andanzas. Esto contribuye a un mayor respeto por la fauna de su comunidad. De hecho, el programa está siendo un éxito en la región de Amboseli, en Kenia, alcanzando una cuota del 99% de efectividad en detener la matanza de leones.
“Nunca imaginamos cuando empezamos con el proyecto que estos cazadores se transformarían hasta el punto de arriesgar sus propias vidas para evitar la muerte de un león”, declara Hazzah.
“África es nuestro hogar, pero también es el hogar de uno de los animales más maravillosos del planeta, el león. El destino del león está en nuestras manos y los beneficios de vivir con leones son mucho mayores que los de vivir sin ellos. Un mundo sin leones será un mundo de luto para siempre”, dice en idioma masái el narrador del breve y maravilloso film con el que se presenta el proyecto.
Hazzah cuenta que, cuando era niña, solía tumbarse en el tejado de su casa en Egipto para escuchar a los leones rugir, impresionada por las historias que su padre le había contado. Pero nunca escuchó ninguno, y su padre tuvo que explicarle que esos magníficos animales se habían extinguido hacía tiempo en su país. “Sé que estamos marcando la diferencia”, dice, “cuando llegué aquí, nunca oía a los leones rugir. Ahora oigo rugidos continuamente”.