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Lucas, Vidu, Lily

Lucas

Hace ahora justo diez años, paseando con mi madre por un centro comercial de Santander, en un arrebato de euforia tras un buen día en el que nos habían dado unos buenos informes médicos, topamos con un escaparate donde había un pequeño chihuahua, que con sus saltos trataba de llamar nuestra atención. Nuestro estado de alegría era ideal para sucumbir a la trampa perfecta que esa tienda de animales nos ofrecía, a través de la ternura que desprendía ese pequeño cachorro desde su jaula. En un instante, una decisión tan importante fue aceptaba como forma de celebrar aquel momento.

Ya con él en los brazos y disponiéndonos a pagar, la mirada de una especie de copo de nieve tristón que no paraba de rascarse nos rompió el alma. Nos detuvimos y echamos para atrás, sabedores de que el pequeño chihuahua, tan gracioso y pizpireta, no tendría problema para encontrar una familia, y acabamos llevándonos al pequeñajo triste que, como luego pudimos comprobar, estaba enfermo y lleno de sarna. Fue una decisión que no solo le cambio la vida a Lucas, que así se llama este perro que ahora vive con mi hermana y es uno de los componentes esenciales de mi familia, sino también a nosotros.

Un acto que sin duda partió de un error, principalmente por desinformación y falta de interés en saber lo que uno adquiere, y que, sin embargo, desencadenó en mí un cúmulo de sensaciones que me llevaron a los pocos días a tomar decisiones que me marcarían por siempre. En el campo, en el pueblo, habíamos tenido perros, pero jamás se nos habría pasado por la cabeza comprar un perro hasta ese mismo instante en que lo hicimos. La mirada triste de Lucas desde aquella jaula de la tienda me golpeaba sin cesar en aquellos primeros días con nosotros, y no dejaba de pensar en los millones de perros que habría en ese momento en condiciones similares.

¿Dónde había nacido Lucas? ¿Dónde estaba su madre? ¿Cuántos se quedaban por el camino en este negocio de seres sintieses tratados como objetos de lujo? ¿Distaba realmente este comercio del que tan solo hace siglo y medio se ejercía con los propios seres humanos en nuestra sociedad occidental? A los pocos días, sentí un crujido interno difícil de explicar, y decidí que no volvería a comer jamás un animal, un ser sintiente que estuviese en el mismo umbral de la vida que compartíamos Lucas y yo. Tuve el convencimiento interno de que él, como el resto de los animales, habíamos venido aquí para vivir con una plenitud que difícilmente podría ser entendida desde ese comercio que existía porque que gente como yo participaba en él.

Era una gran contradicción, pues me enamoré de ese animal y al mismo tiempo me rompía pensar en el proceso por el que llegó hasta nosotros. Resolví para mí ese error dando un paso coherente con la manera que tenía de sentir las cosas y que hasta entonces no había sido lo suficientemente valiente como para aceptarla: me hice vegetariano y al poco tiempo, vegano. Es, con diferencia y con amor, la decisión más importante que por mí mismo he tomado en mi vida, y a ella me debo como persona desde entonces.

Vidu

Esa es la historia de Lucas y yo, una historia que saco a colación para hablar de otro perro, el pequeño Vidu, así bautizado desde que hace unos días llego a la vida de uno de esos personajes que representan la banalidad y que las redes sociales aúpan al éxito. Se llama Pelayo Díaz, y en su prolija página en la Wikipedia aparece como estilista, bloguero, diseñador de moda, escritor y colaborador de televisión. Es famoso por ser colaborador en un programa de la cadena amiga (amiga del descerebramiento general) donde, a través de consejos de este y otros influencers, se cambia el look a ciertas personas como si ese fuera el paso fundamental en sus vidas. Solo he podido ver un cachito de ese programa porque he sentido una profunda tristeza, al verme una vez más frente a un mundo donde desgraciadamente los valores del mamarrachismo son los predominantes.

Llegamos a tener conocimiento de Vidu porque resulta que hay empresas creadas para el tipo de personas que fomenta ese mundo. La empresa a la que hoy nos referimos se llama Luxury Toy Puppies pero no la busquen en internet pues tras el escándalo que estalló hace unos días han borrado los contenidos o el acceso a sus perfiles. Luxury Toy Puppies se encarga de comerciar con cachorros de ciertas razas como si fuesen juguetes de lujo. Como parte de su marketing, la empresa regala un perro pomerania al influencer Pelayo, probablemente a cambio del texto que este publica en su Instagram: “Ellos son expertos en caniches, pomenaria y malteses y solo trabajan con criaderos nacionales de confianza que cuidan con cariño y en un ambiente familiar… Además nos contaban como a causa de la situación actual muchos de los cachorros están quedándose sin gente que se anime a adquirirlos”.

Comercializar un luxury dog en días de confinamiento y con la que está cayendo es una necesidad básica de toda la vida, y es tan magnífico el trato que se le da al perro que ellos mismos dicen que lo han recibido por MRW y que el pobre estaba muy asustado. La pareja se hace una fotografía con él y la muestra alegremente al mundo desde sus redes. Las reacciones no se hacen esperar. Por una parte los amigos de su mundo los felicitan, mientras miles de personas les reprochan su acción, especialmente frívola en estos días. Una acción que cosifica a ese animal y que, al comerciar con él, denota una absoluta desconsideración con los miles de perros abandonados que hay en las perreras, en los refugios y en las protectoras.

Ávido en redes, el bloguero borra los comentarios de crítica constructiva y deja los ataques e insultos, para mostrarse, a través de un directo, como víctima de un linchamiento injusto. Su argumento: que si no se comprasen los perritos de lujo, esas razas desaparecían. Es un argumento calcado del que esgrimen quienes gozan viendo cómo se tortura y asesina a un toro, los que sostienen que si se suprimiesen sus juegos sádicos el animal se extinguiría. El influencer publica más tarde un comunicado en el que tacha de hipócritas a los que lo critican y les dice que miren sus platos, sus frigoríficos y sus ropas para ver que están llenos de maltrato animal. Tiene razón, pero no deja de ser una forma de escurrir su bulto particular en el saco general del horror que el mundo comparte en su relación con los animales. Acaba recordando que ya ha ganado un juicio por injurias y amenaza con emprender acciones legales con quienes critican su particular modo de ampliar la familia. Vidu llegó a sus vidas de la misma forma que lo hacen las camisas, los relojes o las corbatas que muestra en redes: por mensajería. No es un regalo propiamente dicho, sino el fruto de un intercambio de publicidad.

Esta polémica nos pone de manifiesto algo que no por ser legal deja de ser una inmoralidad: el comercio de animales y las cada vez menos opacas mafias que se esconden tras ello en muchas ocasiones. Hasta hace muy poco tiempo apenas se tenía información de esta realidad, pero gracias a la acción de muchas asociaciones animalistas y del trabajo de muchos activistas, en los últimos años se ha visibilizado el infierno del que parte la mayoría de estos seres: criaderos donde viven en minúsculas jaulas, sin unas condiciones mínimamente aceptables, perras que paren sin cesar, que carecen de cuidado médico alguno, a las que se practican cesáreas sin anestesia, a las que se fuerza al máximo su sistema reproductor hasta que sucumben o son desechadas como basura, cuando ya no dan más de si. Desde El Caballo de Nietzche se ha denunciado en diversas ocasiones estas prácticas, cuando han podido ser descubiertas, y el relato de las personas que se enfrentaron a esos infiernos son mucho más que espeluznantes.

Lily

De ese infierno vino la tercera protagonista de este artículo: Lily, una pequeña maltesa que fue rescatada por Animal Rescue España en una acción clandestina contra uno de estos criaderos diabólicos, del cual pudieron salvar a más de una veintena de perras en una condiciones lamentables. Lily fue adoptada por mi hermana Mariló y ahora vive con Lucas. Es posible que sea su madre. Cuando llegó, Lily tenía la mandíbula rota, un ojo perdido y apenas un diente, no sabía andar, solo daba vueltas sobre sí misma, repitiendo el único movimiento que los escasos centímetros cuadrados de su jaula le habían permitido. Cuando el veterinario la atendió dijo que era un milagro que estuviese viva y que el umbral del dolor que había soportado durante esos diez años enjaulada, sin dejar de parir y sin la mínima atención médica habrían sido insoportables y letales para cualquier ser humano. Las Lilys del mundo es lo que esconden las fotos de familia de los Pelayos del mundo, la realidad que tolera nuestra sociedad, tan injusta con los animales, a través de la ocultación, la falsedad y el no querer saber asociado a muchas cosas en las que participamos.

La falta de valentía hacia una ley que prohiba el comercio de animales hace que ese intercambio, tan legal como inmoral, se extienda desde plataformas de venta entre particulares, como Milanuncios, Segunda Mano o Vibbo, hasta tiendas tradicionales de animales u otras que han proliferado en centros comerciales como aquel en el que estaba Lucas, e incluso El Corte Inglés, que en contra de los nuevos criterios a los que debería abrirse nuestro mundo, abrió su propia sección de venta de animales vivos. A todo ello se suma ahora Luxury Toy Puppies para comerciar con esos influencers y creadores de tendencias profundamente banales que, desoyendo las voces que reclaman un trato más justo y claro en este tema, adquieren sus joyas, sus juguetes, sus cachorros, las cosas, al fin y al cabo, que componen un mundo de egos e intereses. Aceptando regalos indecentes, dando publicidad a empresas que envían cachorros por mensajería en tiempos de confinamiento y pandemia, una vez más se pone de manifiesto la falta de ética en nuestra relación con todo tipo de animales y el aprovechamiento, también indecente, que un mundo de famosos mantiene con ello. Recordemos esos anuncios de embutidos y otros productos de origen animal, en los que se oculta la realidad y se muestra un mundo feliz infinitamente alejado de lo que se vende, anuncios en los que personas famosas e inluencers cobran por aportar una visión plácida del infierno.

Sin embargo, a veces, los cómplices del horror abrimos los ojos. Hay famosos que se han rebelado de manera absoluta y han emprendido una batalla contra ese horror. Ahí tenemos a Dani Rovira, que pasó en poco tiempo de anunciar “deliciosas” lonchas de pavo a ser en nuestro país uno de los adalides de la lucha contra cualquier forma de maltrato animal. Ahí tenemos a Joaquin Phoenix utilizando la mayor plataforma de comunicación del mundo, como es la ceremonia de la entrega de los Oscar de Hollywood, para hacer un alegato universal contra la horrible relación que los seres humanos mantenemos contra nuestros hermanos de planeta.

Lucas, Vidu y Lily son solo tres ejemplos del tráfico de animales de familia. Ellos llevan en sí una propia historia pero son, ante todo, supervivientes del sistema indecente en el que estamos instalados, que se ceba con los otros animales y que, a pesar del clamor por un avance en las leyes que los protejan, sigue sin dar respuestas contundentes capaces de avanzar en mejorar la relación con ellos. Mientras tanto, podrán ser tratados como cosas, como regalos, aunque sea este periodo de confinamiento en el que, curiosa casualidad, hasta hace un par de días solo se podía pasear por las calles con un perro.

Lucas

Hace ahora justo diez años, paseando con mi madre por un centro comercial de Santander, en un arrebato de euforia tras un buen día en el que nos habían dado unos buenos informes médicos, topamos con un escaparate donde había un pequeño chihuahua, que con sus saltos trataba de llamar nuestra atención. Nuestro estado de alegría era ideal para sucumbir a la trampa perfecta que esa tienda de animales nos ofrecía, a través de la ternura que desprendía ese pequeño cachorro desde su jaula. En un instante, una decisión tan importante fue aceptaba como forma de celebrar aquel momento.