El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
Es necesario hacerse la pregunta que aquel 11 de marzo se hizo Naoto Matsumura: ¿os imagináis que de la noche a la mañana os obligaran a dejar vuestras casas y no os permitieran llevaros a vuestros gatos, perros y demás animales, a una parte de lo que consideráis vuestra familia?
La de Fukushima es la historia de cómo el ser humano es capaz de destruir y de construir al mismo tiempo: Naoto Matsumura se ha convertido en referente para quienes luchan contra la energía nuclear y en un ser admirable para quienes aman a los animales.
Todo lo que sé lo sé porque amo, dijo León Tolstoi. Todo lo que Naoto Matsumura sabe es también por amor, amor a Tomioka, la tierra de sus antepasados, y amor también a los animales que fueron abandonados en ella. La historia de Fukushima es la historia de cómo el ser humano es capaz de destruir y de construir al mismo tiempo. Naoto Matsumura, más conocido como 'el guardián de Fukushima', posee ese corazón que ninguna ingratitud puede cerrar, ni ninguna indiferencia consigue cansar.
El 11 de marzo de 2011 se produjo en la costa noreste de Japón un terremoto seguido de un tsunami que provocó una gran explosión en la central nuclear de Fukushima. En el momento del accidente nuclear la central disponía de seis reactores, tres de ellos en funcionamiento. Fue imposible enfriarlos, porque la red eléctrica no funcionaba. Lo mismo sucedió con los motores de diésel, estropeados por el tsunami. Ante el riesgo de fuga de material radiactivo, el Gobierno ordenó la evacuación de la zona. Ese día fue el final de la ciudad de Tomioka, conocida por sus hermosos cerezos en flor, sus bulliciosas estaciones de tren y su rica vida cultural. En Tomioka vivían 16.000 personas, que fueron evacuadas. Apenas les dieron tiempo para recoger sus cosas. De repente, la ciudad alegre y llena de vida se convirtió en una ciudad fantasma.
En esas horas trágicas, Naoto Matsumura huyó junto a su familia a Iwaki para alojarse en casa de unos parientes, pero estos rechazaron acogerlos por miedo, lo que motivó que emprendieran viaje hacia los refugios habilitados para la población evacuada. Todos menos Naoto, que decidió regresar a Tomioka. La razón: no quería abandonar a los animales de la granja de su familia. Cuando le preguntan si tuvo miedo o qué sintió al regresar a la ciudad, Naoto responde: «Claro que tuve miedo, al principio no sabía que la radiación se había extendido por todas partes. Lo siguiente que pasó por mi mente fue que si me quedaba ahí podía acabar desarrollando cáncer o leucemia. Pero pasado un tiempo me di cuenta que los animales estaban sanos y pensé que podíamos estar bienۛ».
Naoto empezó alimentando a los animales de su familia, pero enseguida vio que había muchos animales abandonados: perros y gatos encerrados en las casas sin poder salir, vacas, cerdos, ponis y hasta un avestruz. Cuenta Naoto que cuando escuchaban el sonido de su camión se ponían a ladrar o a maullar, y los que estaban sueltos se acercaban desesperados en busca de comida y agua. Conforme fueron pasando los días, Naoto fue inspeccionando la zona para realizar después una ruta: una ruta para administrar alimentos y cuidados a todos los animales que habían sido abandonados por sus dueños, sin tiempo para llevárselos ni para negociar con el Gobierno una solución. Cuarenta kilómetros de área aislada. Cuarenta kilómetros donde cientos de animales abandonados a su suerte, sin agua ni comida, perecían lentamente. Muchas vacas murieron de inanición, atrapadas en las granjas. Los gusanos y moscas cubrían sus cuerpos, un olor putrefacto salía de los graneros. Una de las peores escenas que Matsumura recuerda fue cuando encontró vivos a una vaca y a su ternero. La vaca estaba tan delgada que era un saco de piel y huesos. El ternero lloraba desesperado, tratando de acercarse a ella para mamar, pero como no podía alcanzarla se quedó chupando paja sucia como si fueran los pezones de su madre. Ninguno de los dos tenía fuerzas para ayudar al otro. Estaban extenuados. Matsumura los alimentó y cuidó, y poco a poco se recuperaron.
Los recursos de Matsumura eran limitados, le resultaba imposible alimentar a tantos animales, así que, provisto de un equipo de energía solar, al no haber electricidad en la zona, decidió conectarse a internet y abrir una página en Facebook para contar al mundo su situación y pedir ayuda. Desde entonces, centenares de personas donan alimentos para que Naoto pueda seguir con su misión. Periódicamente helicópteros descargan víveres en zonas concretas, lo que hace posible su supervivencia. Las vacas que antes estaban encerradas en las granjas y que eran un saco de huesos, ahora viven libres en una zona verde que Naoto ha vallado con tuberías y material que va encontrando.
El Gobierno japonés le ha prohibido permanecer en la zona. Uno de los motivos es que Naoto, desde las redes sociales o a través entrevistas que realiza a importantes medios de comunicación, como CNN, denuncia el peligro de la energía nuclear, la forma en la que se llevó a cabo la evacuación o la muerte masiva de cientos de animales por inanición, o directamente por el Gobierno, cuando en mayo de 2011 ordenó matar a cientos de vacas. También denuncia la situación en la que se encuentran los habitantes de Fukushima, que continúan viviendo en refugios y que son discriminados cuando se conoce su procedencia. Miles de personas que siguen a día de hoy sin saber si podrán volver alguna vez a su hogar y que son silenciadas por la Administración.
Las pruebas médicas realizadas a Naoto revelan que está «completamente contaminado». Pero él se niega a irse. Entre otras cosas dice que alguien tiene que explicar lo que está pasando, porque no hay información sobre cuándo se llevará a cabo la descontaminación de la zona: «No quiero morir dentro de quince o veinte años de alguna enfermedad provocada por la energía nuclear en un refugio aislado de Japón. Quiero morir en mi ciudad natal, cuidar de los animales, y quiero que el mundo entero sepa lo que ocurre en Fukushima». Naoto no bebe agua ni consume productos de la zona. Los víveres le son suministrados desde el exterior.
El enorme sufrimiento humano y las devastadoras consecuencias sobre sus vidas han sido documentados, pero hay otra población que ha sufrido doblemente y de la que nadie habla: los animales que, abandonados en una zona de exclusión radiactiva, fueron condenados a una muerte agónica. Solo un hombre permanece a su lado. Un hombre de pelo blanco y sonrisa insomne que día a día construye sobre la desolación pequeños paraísos. Para Mayu Nakamura, director de la película Solo en Fukushima, Naoto ha creado su propio Edén. Durante un año, Nakamura ha filmado cómo transcurre la vida, el día a día de este hombre extraordinario.
Por medio de un crowdfunding, el director de cine y su equipo recaudaron dinero para la realización del documental que acaba de estrenarse. Recordemos que a muchos gobiernos, especialmente al de Japón, no les interesa que se conozca la historia de Naoto Matsumura, por eso la distribución en el país está siendo difícil. Naoto, su amor y respeto a la naturaleza, su bondad y su denuncia pública se han convertido en un símbolo. Gracias a las entrevistas, a la actividad que desarrolla desde su ordenador, a las veces que se escapa del área evacuada para protestar micrófono en mano por la actuación del Gobierno japonés, pero, sobre todo, gracias al documental Solo en Fukushima, su historia puede conocerse cada vez más, rompiendo el cerco de silencio que la Administración intenta imponer. Es importante que países de todos los continentes y organizaciones ecologistas y humanitarias se interesen por este documental para que pueda exhibirse en todo el mundo.
Es necesario hacerse la pregunta que aquel 11 de marzo se hizo Naoto: ¿os imagináis que de la noche a la mañana os obligaran a dejar vuestras casas y no os permitieran llevaros a vuestros gatos, perros y demás animales, a una parte de lo que consideráis vuestra familia?
En estos años la evolución ética y moral del guardián de Fukushima ha ido in crescendo, al igual que su compromiso político, llegando a convertirse en referente para quienes luchan contra la energía nuclear y en un ser admirable para quienes amamos a los animales, pero también se ha convertido en un problema para el lobby nuclear. Sus argumentos, su compromiso son a fecha de hoy inquebrantables y preocupan cada vez más a la Administración nipona.
La historia de Naoto Matsumura es la de un hombre que se negó a abandonar a otros seres vivos y que, cuatro años después de la tragedia, sigue asumiendo en solitario la tarea de cuidar a los animales, de extender su amor y empatía sobre Fukushima, ahí donde otros los abandonaron a su suerte. La historia de Naoto es la historia de la resistencia, la voz que nos recuerda que los animales son siempre los eternos olvidados en las catástrofes. Ya sea incendios, terremotos, tsunamis o inundaciones. El pasado mes de marzo recordábamos en El caballo de Nietzsche la tragedia para miles de animales abandonados a su suerte durante la crecida del Ebro en Aragón. Sucede siempre que hay una catástrofe y no se ponen en marcha los protocolos, dejando morir a cientos o miles de animales.
Naoto nos recuerda, al igual que lo hace Tólstoi en muchas de sus obras, la necesidad de amar la naturaleza, de respetarla, de cuidar de ella y de todos sus habitantes cuando están en peligro, sin distinción. Es necesario que el esfuerzo y la entrega de Naoto Matsumura se conozcan. No dejemos que aquellos que contaminan o destruyen el mundo silencien también a quienes lo reconstruyen desde las cenizas.
Sobre este blog
El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.