Hace poco más de dos años, en octubre de 2015, publicamos en El caballo de Nietzsche un artículo de Javier Morales. Analizaba, y recomendaba, el libro Comer animales, del prestigioso escritor estadounidense Jonathan Safran Foer, con el conocimiento de causa literario que le proporciona ser él mismo escritor, crítico y profesor. Lo más persuasivo de aquel artículo, sin embargo, era su conclusión. A la pregunta que Safran Foer lanza a los lectores al final de su libro, “¿Qué hiciste cuando te enteraste de lo que implica comer animales?”, Morales respondía: “Desde que terminé de leerlo, no he dejado de pensar en ello. Y creo que he tomado una decisión”.
El artículo se tituló ‘El día que dejé de comer animales’ y es el mismo título del libro que Javier Morales publicó hace unos meses en la editorial Sílex. “Estamos ante un libro”, escribía sobre el de Safran Foer, “que trata del dolor y del sufrimiento, de la empatía con otros seres vivos, un ensayo que nos aguijonea, que remueve nuestras conciencias y pone a prueba nuestro compromiso ético, que nos habla sobre nosotros mismos”.
La inspiración en el libro de Safran Foer, así como en tantos otros, como el Elisabeth Costello del Coetzee, sirvió a Javier Morales para iniciar un cambio ético en sus hábitos de consumo cuyo proceso, de enorme utilidad para quienes quieran hacer una transición similar, explica e ilustra en su propio libro. Con una pasión literaria que nos reconcilia con estos tiempos de comunicación fugaz -que puede ejercer un impacto necesario pero obstaculiza la reflexión sosegada-, Morales reconoce que es en los libros donde ha descubierto la vida, y que sus propias epifanías, sus momentos vitales más importantes, han estado siempre marcados por ellos. El día que dejé de comer animales puede marcar la mirada, la vida de los lectores que lo elijan: “Si mirar es un acto de elección, que cada lector elija lo que quiere mirar, lo que quiere ver”.
Ilustrado con exquisitos dibujos del artista activista Paco Catalán, El día que dejé de comer animales es un testimonio honesto con la propia vida y con los lectores a quienes el autor aspira a concienciar, por cuanto reconoce los tiempos que él mismo ha necesitado, las dificultades que ha encontrado y las dudas que conlleva toda decisión vital. Y es un texto muy generoso, por cuanto supone un ejercicio de gratitud con todas aquellas personas y autores, como Jorge Riechmann u Óscar Horta, asociaciones como Igualdad Animal, y proyectos, como El caballo de Nietzsche o Capital Animal, que le han servido para conocer el horrendo maltrato que los otros animales sufren en la cadena de producción de la industria alimentaria, para “cambiar la mirada” y para dar el paso individual de no colaborar con todo ello. Recordando que la filosofía lleva tres mil años, desde Porfirio y Plutarco, ocupándose de los derechos animales y cuestionando el consumo de los productos que proceden de su explotación, nos alerta de que la ganadería industrial es inaceptable tanto por su crueldad con los animales como por sus nefastas repercusiones en el medio ambiente.
Morales evoca su formación sentimental e intelectual a través del recuerdo de lecturas de adolescencia y de episodios de su infancia, como el de aquellos animales que mataban en su casa por Navidad, conejos, pavos o gallinas cuyas miradas de espando y gritos desesperados no pudo entonces descrifar pero se quedaron grabados en su memoria hasta llegar a estas páginas. Si algún poder tiene la literatura es el de que hoy podamos ver y escuchar a esos animales que marcaron, sin que el niño aún lo supiera, un camino de respeto y compasión, y gracias a su palabra se rinde tributo a una muerte que no querían. Estaba entonces el miedo a los animales, inculcado por la madre. Pero llegaron después los perros de la edad adulta, la empatía que le enseñaron, el bálsamo que supusieron para su ánimo atormentado, la conciencia que se despertó en él sobre la necesidad de la adopción frente a la compra. Unos animales que le abrieron los ojos a otros animales, a otras lecturas.
La intención de Morales al escribir El día que dejé de comer animales no es proselitista, en el sentido de interpelar directamente al lector para que se haga vegetariano o vegano. A lo que apela nuestro autor es a que los lectores dejen de ver a los otros animales “como un producto, una mercancía, algo que no siente ni padece, como un objeto que nunca tuvo vida, sin pasado, presente, ni por supuesto futuro”. Pero tras la lectura de este libro delicado y sincero, pleno de referencias literarias y remembranzas biográficas que se entreveran con información veraz sobre las vidas de los animales que acaban en los platos, será díficil no hacerse la misma pregunta, la de Safran Foer, con la que Javier Morales se sintió apelado: “¿Qué hiciste cuando te enteraste de lo que implica comer animales?”. Será difícil no tomar una decisión, como hizo el propio Morales. Salir, gracias a su libro, de la noche de la conciencia para empezar un día más justo y feliz.
Hace poco más de dos años, en octubre de 2015, publicamos en El caballo de Nietzsche un artículo de Javier Morales. Analizaba, y recomendaba, el libro Comer animales, del prestigioso escritor estadounidense Jonathan Safran Foer, con el conocimiento de causa literario que le proporciona ser él mismo escritor, crítico y profesor. Lo más persuasivo de aquel artículo, sin embargo, era su conclusión. A la pregunta que Safran Foer lanza a los lectores al final de su libro, “¿Qué hiciste cuando te enteraste de lo que implica comer animales?”, Morales respondía: “Desde que terminé de leerlo, no he dejado de pensar en ello. Y creo que he tomado una decisión”.
El artículo se tituló ‘El día que dejé de comer animales’ y es el mismo título del libro que Javier Morales publicó hace unos meses en la editorial Sílex. “Estamos ante un libro”, escribía sobre el de Safran Foer, “que trata del dolor y del sufrimiento, de la empatía con otros seres vivos, un ensayo que nos aguijonea, que remueve nuestras conciencias y pone a prueba nuestro compromiso ético, que nos habla sobre nosotros mismos”.