Las limitaciones de movimientos para la ciudadanía a causa de la pandemia de COVID-19 que azota el planeta han supuesto también la cancelación de decenas de festejos taurinos, cuyos promotores reclaman al Gobierno (¿papá Estado?) que cubra sus pérdidas presuntamente millonarias, a la par que desarrollan una intensa campaña mediática con entrevistas en periódicos, radios y hasta magazines de televisión rosa, empleando argumentos como el envío de toros al matadero. Un presente distópico.
Sin embargo este confinamiento también ha servido para que el lobby taurino emprenda como pocas veces lo había hecho. Acostumbrados a obtener el favor político y mediático durante décadas, el planteamiento del estado de alarma los ha obligado a buscar fórmulas que permitan sostener un negocio hipersubvencionado y al que cada vez asisten menos personas (ni qué decir tiene que las capas más jóvenes de la sociedad -no solo la española, también la del otro lado del charco atlántico- ignoran deliberadamente la tortura taurina).
Este emprendimiento taurino se ha basado en utilizar de una forma nociva las redes sociales y las plataformas de venta de entradas para ofrecer aberraciones como 'Tentaderos online', donde compañías como Eventbrite han sido cooperadoras necesarias, lucrándose con la venta de entradas que, hablando con honestidad, les ha supuesto mucha publicidad negativa a cuenta de unos 1.600 tickets para dos jornadas de ridículo histórico.
Una petición en la plataforma Change.org ha logrado más de 59.000 firmas, pidiendo a la compañía norteamericana que desistiera de ofrecer la venta de entradas y de ceder su plataforma de vídeo en directo para tamaña salvajada, donde unos pobres animales fueron probados en su “bravura”. Esa curiosa forma de selección genética que emplean los ganaderos en el campo. Se les llena la boca hablando de lo bien que viven los toros (“como reyes”, dicen), cuando en realidad su corta existencia está plagada de pinchazos, separación de congéneres y el mismo final: la tortura en una plaza o en un matadero, a lo que ahora se suma la tortura que puedes contemplar desde tu smartphone, como si de una suerte de Netflix del maltrato animal se tratara.
No es la única forma de hacer nuevo negocio con el sufrimiento animal. En Segovia, un novillero tuvo la genial idea de retransmitir vía Facebook, Twitter y Youtube su pasatiempo favorito: maltratar a dos toros; uno de los cuales estaba 'afeitado' y el otro 'despuntado', como explica el veterinario José Enrique Zaldívar, presidente de AVATMA. Así de “valientes” son los taurinos.
Afortunadamente, las plataformas han retirado las imágenes, que se realizaron como falso directo y que están siendo objeto de una investigación gubernamental, al haberse realizado durante la Fase 0 del plan de desescalada aprobado por el Consejo de Ministros. Listos hasta en eso.
Lo preocupante es la falta de empatía que estas empresas acostumbran a tener, posibilitando la entrada de negocio aunque ello suponga derramar sangre de animales, que sean espectáculos ilegales en gran parte del mundo o que simplemente les reporte unos pocos céntimos por espectador. Porque Eventbrite no ha dado la cara en todos estos días, siguió adelante con los dos tentaderos ofertados y se metió el dinero en el bolsillo.
Una actitud empresarial bochornosa en el peor momento posible, ya que la propia Evenbrite está negociando un ERE con la plantilla y pone en riesgo su integridad en España, además de provocar que esas miles de personas firmantes se replanteen seriamente si comprar entradas en su plataforma o hacerlo en las empresas de la competencia.
Eventbrite está a tiempo de reflexionar e impedir que varios cientos de firmantes tachen su nombre de posibles adquisiciones para toda clase de eventos, pero esta situación tan excepcional que llevamos viviendo casi dos meses debe abrir una reflexión sobre la necesidad de abordar legislativamente esta clase de contenidos. Es inconcebible que la normativa obligue a las televisiones a proteger un horario para la infancia, o que califique las películas en función de su contenido, y al tiempos permita que internet sea un campo abierto a la crueldad.
Las limitaciones de movimientos para la ciudadanía a causa de la pandemia de COVID-19 que azota el planeta han supuesto también la cancelación de decenas de festejos taurinos, cuyos promotores reclaman al Gobierno (¿papá Estado?) que cubra sus pérdidas presuntamente millonarias, a la par que desarrollan una intensa campaña mediática con entrevistas en periódicos, radios y hasta magazines de televisión rosa, empleando argumentos como el envío de toros al matadero. Un presente distópico.
Sin embargo este confinamiento también ha servido para que el lobby taurino emprenda como pocas veces lo había hecho. Acostumbrados a obtener el favor político y mediático durante décadas, el planteamiento del estado de alarma los ha obligado a buscar fórmulas que permitan sostener un negocio hipersubvencionado y al que cada vez asisten menos personas (ni qué decir tiene que las capas más jóvenes de la sociedad -no solo la española, también la del otro lado del charco atlántico- ignoran deliberadamente la tortura taurina).