Termina otro año en que las restricciones contra la COVID-19 han embargado el tesoro cultural de nuestros pueblos y ciudades. Las fiestas populares, sobre todo las multitudinarias y veraniegas, se han diluido –cuando no suspendido– por miedo a un contagio masivo. Otro año sin fiestas. ¿Una pena? Depende.
En España se celebran algunas “fiestas” con animales cuya prohibición indefinida –ahora temporal por la pandemia– celebraríamos muchas personas por el bien de otros tantos animales. Podríamos hablar de la ‘disfrutá’ de los marranos, de los infames correbous, de los patos al mar y de mil salvajadas más que la covid puso en cuarentena, pero como las fiestas que conozco bien son otras, hoy trataremos de entender por qué no hace falta que vuelvan los 'jaleos' de Menorca, las fiestas populares en las que los caballos azabaches de la isla son los reyes. O, mejor dicho, los esclavos. Dentro vídeo.
¿Los 'jaleos' son maltrato animal?
Cualquiera que haya estado en un jaleo se ha dado cuenta de que estaba en un jaleo. El primero del año es el más multitudinario, en Ciutadella, y desde Sant Joan hasta medianos de septiembre se celebran 'jaleos' cada fin de semana en un pueblo diferente. Una muchedumbre exaltada se amontona alrededor de los caballos negros que van entrando a la plaza uno a uno, por turnos. Durante algunos minutos su jinete le obliga a “bailar” y a ponerse a dos patas mientras los presentes –locales y turistas en éxtasis– se agolpan y celebran las cabriolas. Después, el caballo se retira y entra otro. Y así, entre 50 y 80 veces en función del jaleo. Un documento oficial de 1928 define la fiesta así:
“Como es costumbre de muchos años (…) la cabalgata pasa por delante de una banda de música que, encima de una tribuna levantada al efecto, va tocando una jota, haciendo los jinetes que los caballos que montan se acerquen a ella todo lo más posible, consiguiendo que se encabriten, bailen, den brincos y demás haciendo ellos las delicias del público”.
No es fácil olvidar la primera vez que ves los ojos desencajados y la espuma blanca y espesa que sale de la boca de un caballo que está aterrado. Hay un riesgo evidente de que sufran ataques de ansiedad, golpes de calor –los 'jaleos' son en verano– y heridas provocadas por las espuelas y el bocado. Poco me parece lo que les pasa a estos animales, teniendo en cuenta que el jinete los fuerza a levantarse sobre sus patas traseras una y otra vez, y a saltar al ritmo de la banda mientras una multitud de personas –la mayoría ebrias– los agobian y zarandean. Yo fui, en su día, uno de estos cretinos.
En defensa de los vecinos de Ciutadella diré que el consumo de alcohol no es ni mayor ni menor que en otras fiestas populares –está desatado, como en todas– con la salvedad que aquí hay animales de varios cientos de quilos dando brincos entre miles de personas.
Y es que los 'jaleos' no solo son peligrosos para los caballos. Heridos aparte, en 2014, durante los Jocs des Pla, una turista catalana murió al ser arrollada por uno de estos caballos y el alcalde de Ciutadella, tras aceptar su culpa, tuvo la honradez de dimitir: “Una vida no vale un cargo”, dijo. Una frase, por cierto, que dudo que oigamos de la generación de políticos que están “gestionando” la pandemia, por decir algo.
Volvamos a los 'jaleos'. No ha sido –solo– por el incidente mortal de los Jocs des Pla que la Associació Animalista de les Illes Balears (ASSAIB) ha pedido varias veces que se ponga fin a los 'jaleos': “En libertad, los équidos no son depredadores sino presas. Su instinto es el de huir ante el peligro y para corregir este impulso natural los caballos deben ser sometidos a un proceso brutal de doma y montura desde que nacen”.
La Conselleria balear de Medio Ambiente les dice que “el caballo no sufre”, una afirmación que nos suena de algo y que por supuesto es falsa. No hace falta ser etóloga, veterinario o exjinete para admitir que el caos de los 'jaleos' hace sufrir a los caballos.
En efecto, los caballos pueden llegar a reprimir su instinto –huir del peligro– si y solo si se les somete a la brutalidad de la doma que denuncia la ASSAIB. Claro que, incluso pasando por ese “entreno”, un jinete poco experimentado y un público demasiado entregado –digámoslo así– pueden provocar que un caballo joven o nervioso sufra un verdadero ataque de ansiedad. Y, en el peor de los casos, que el jinete pierda el control como ocurrió en esos Jocs des Pla que todos los vecinos, projaleos y antijaleos, recuerdan con pena.
¿Los 'jaleos' son machistas?
Hagamos un paréntesis sobre la cuestión especista para hablar de igualdad. En Ciutadella las mujeres no pueden participar como jinetes. Antes de adentrarnos en ese jardín hay que dejar claro que no es la intención de este artículo hacer un estudio antropológico de los menorquines y sus fiestas, sino señalar la injusticia, crueldad y –ahora lo veremos– machismo que se esconde detrás de tradiciones tan arcaicas como esta.
La inclusión de las mujeres como protagonistas –con permiso de los caballos– es un tema superado en toda la isla salvo en Ciutadella, la ciudad con las fiestas más importantes de Menorca. Por Sant Joan, según el protocolo –que obviamente no escribieron mujeres– ellas tienen su cometido. En casa, por supuesto.
A modo de resumen, deben vestir a los hombres de la casa con las camisas de un blanco impoluto, planchado y almidonado y asegurarse de que el vestido de gala y la guindola del jinete estén relucientes. Durante esos días también es habitual recibir visitas, así que la tradición reserva a las mujeres el “honor” de tener la casa bien limpia, con las paredes encaladas y la mesa puesta con los manjares típicos de Sant Joan. Nada de salir a cabalgar por Sant Joan. Nada de protagonismo.
Como decía, de toda la vida este era un tema silenciado por los señores de siempre, los mismos que bajo el pretexto de la tradición –el patriarcado– y el protocolo –el patriarcado pero vestido de gala– perpetúan esa opresión que relega a la mujer a un papel secundario en cualquier festejo de raíces medievales: del Salto de la Reja de la Virgen del Rocío hasta los Carnavales de Cádiz, pasando por el Misterio de Elche, los 'empalaos de Valverde' o el Toro de la Vega. Podría seguir hasta el infinito: fiestas que representan a todo un pueblo pero donde los protagonistas son solo los hombres porque así lo decidieron hace siglos hombres aún más machistas que estos.
El caso es que tras dos años sin 'jaleos', la entidad ‘Salvem Sant Joan’, cuyo objetivo es revertir la masificación turística de la fiesta mayor de Ciutadella –algo más que razonable– dejó bien claro que no va aceptar que el Ayuntamiento adapte las fiestas a los nuevos tiempos e incluya a las mujeres como jinetes. Ojito a los argumentos de Joan Fedelich, el presidente de la asociación, que se retrataba así hace unos días:
Dice esto: “En Sant Joan no queremos ni política ni, con todos los respetos, mujeres de por medio. Ellas saben y disfrutan haciendo lo que hacen. El tema de la mujer, por nuestra parte, sobra. Estamos cansados de oír que si las mujeres eso, las mujeres lo otro. Las mujeres, mi madre, mi esposa…, saben lo que tienen que hacer por Sant Joan. No hay nada más que hablar sobre este aspecto”.
En fin, si uno responde a su altura termina en la Audiencia Nacional. Sobra decir que quienes tienen que decidir su papel en los 'jaleos' son las mujeres, pero vamos, visto el panorama, entre los ultra machistas y el maltrato animal, las opciones son o bien luchar por un tristísimo privilegio especista o bien luchar por la abolición de las fiestas con sufrimiento animal. Suya es la decisión.
¿Cuándo empezó esta locura?
La tradición de los 'jaleos' se remonta a principios del siglo XIV, cuando en medio de una cabalgata eclesiástica los músicos empezaron a tocar y un caballo se asustó. Se dice que el jinete, un hombre de innegable habilidad, fue capaz de contener el espanto del animal que montaba levantándolo sobre dos patas y haciéndole dar esos famosos saltitos que dieron muchísima risa a los presentes.
Desde ese día hasta la masificación de los últimos 'jaleos' –en ese 2019 precovid– han cambiado muchas cosas. En otros siglos, los jinetes –los caixers– usaban para las fiestas a los caballos con los que trabajaban en el campo durante el año. Esto se ha perdido por motivos obvios, lo que hay ahora es un extravagante entramado de cría, doma, alquiler y compraventa de caballos para lucirlos durante las fiestas. Y con esto llegamos al último punto.
El amor especista
No conoceréis jamás a nadie que considere que trate mal a “su” caballo. Los jinetes aseguran que los aman, que los cuidan y que “viven como reyes”. No es falso pero tampoco es cierto. El problema está, como siempre, en el enfoque antropocéntrico: el caballo vive para que el humano pueda usarlo en su propio beneficio.
Si esta condición no se da, entonces la relación se enturbia –venta, abandono, sacrificio– y, para que se dé, los équidos son sometidos a la doma y la montura, alojados en establos y siendo forzados a hacer actividades que jamás harían los caballos que viven en manada y campan a sus anchas en algunas regiones de Norteamérica, Asia y Europa.
Volviendo al tema, el sentimiento de estima que realmente siente un humano por el caballo al que fuerza a pasar por todo este proceso representa el paradigma de la toxicidad afectiva. El afecto que siente el jinete por el caballo que monta en las fiestas es tan cierto como el sufrimiento al que lo somete y tan tóxico como el de ese ganadero que dice amar a sus cerdos pero los envía al matadero porque así es como hace dinero.
En síntesis, el amor especista es, pues, un capricho cruel que nos sitúa en el terreno del absurdo, pues obviamente no podemos ser meros propietarios –¡propietarios!– de los seres a los que creemos amar.
Quisiera ir terminando con un dato que me contó uno de los jinetes menorquines con los que he hablado para escribir este artículo y que me parece una triste metáfora que resume muchas cosas. Resulta que como los caballos no pueden vomitar, su principal causa de muerte es el empacho.
Porque sí, se puede querer tanto y tan mal a alguien como para darle comida hasta que muera. El trasfondo es el que es: hace años que los caballos dejaron de ser un elemento clave para la supervivencia humana en Occidente y pasaron a ser considerados poco más que un juguete caro, elitista y que luce genial.
En fin, que como nos dijeron que de la pandemia saldríamos mejores y al final pues no, intuyo que habrá 'jaleos' en 2022. Una pena y otra ocasión perdida para salvar de su condena a aquellos animales que por su excepcional condición física, su potencia y adaptabilidad llevan siglos de trabajo esclavo, domados y montados desde chiquillos por aquellos que dicen amarlos. Como si se pudiera amar a alguien a quien negamos la libertad.
Nota del autor: Deporte de altísimo riesgo lo de escribir algo así sobre la tradición que marca el carácter de una isla y sus gentes, pero no vale eso de señalar el maltrato animal en las fiestas de los demás y no hacerlo con las propias. Eso sí, agradezco la simpatía de todos los jinetes y exjinetes con los que he conversado estos días para poder perfilar mi opinión. Les ofrezco un ‘gin amb llimonada’ por Sant Joan, mientras los caballos botan en Es Pla.