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Vida y muerte de Jill Phipps: “Fue una tragedia, pero desgraciadamente no fue una sorpresa”
El 1 de febrero de 1995 Jill Phipps, activista británica por la liberación animal, murió durante una protesta en Baginton (Inglaterra), atropellada por un camión cargado de terneros vivos que iban a ser vendidos a Europa. La policía había dado órdenes de no parar y el crimen quedó impune
En el aniversario de su muerte, publicamos este amplio reportaje que enmarca la vida de Jill Phipps en un contexto marcado por la acción directa contra la explotación animal, el sabotaje a la caza, la escena británica del anarcopunk y las primeras campañas exitosas a nivel nacional en defensa de los animales
TRAS LOS MUROS
9 de febrero de 1991, Cheshire (Inglaterra). Tras una larga jornada de activismo repleta de múltiples enfrentamientos entre activistas y cazadores, el grupo de saboteadores a la caza de Merseyside (Inglaterra) parece haber conseguido su objetivo: impedir la muerte de zorros y liebres.
Se acerca el final del día cuando Mike Hill, David Blenkinsop y Pirrip Spencer se encaraman a la parte trasera de la camioneta de Alan Summersgill -uno de los cazadores de los Cheshire Beagles que no quiere acabar el día sin cobrarse una pieza- para evitar que éste se traslade a otro lugar donde continuar la caza. Alan acelera y conduce a gran velocidad durante varios kilómetros con la intención de zafarse de los tres jóvenes saboteadores. Mike, viendo que su vida corre peligro, intenta saltar del vehículo pero se golpea con la esquina del remolque, cae y es atropellado bajo sus ruedas. David y Pirrip gritan desesperadamente para alentar a Alan a que detenga la camioneta pero este continúa conduciendo durante casi dos kilómetros más. Finalmente consiguen detenerlo únicamente porque los saboteadores logran romper una de las ventanillas traseras de la cabina y mientras uno de ellos regresa corriendo hacia donde yace el cuerpo de Mike, el otro se dirige hacia una casa cercana para llamar a una ambulancia. Pero es demasiado tarde, Mike está muerto.
Summersgill huye y horas después se entrega en una comisaría de policía siendo el responsable de la muerte de un joven de dieciocho años. Nunca va a pagar por ese crimen, ni siquiera por no haber parado el vehículo tras ser consciente del suceso.
8 de marzo de 1991, Coventry (Inglaterra).8 de marzo de 1991, Coventry (Inglaterra) Tres policías se presentan en el piso de Jill Phipps, defensora de los animales y protagonista de esta historia, y se la llevan detenida bajo la acusación de estar involucrada en los destrozos de la casa de Alan Summersgill, perpetrados durante una protesta a sus puertas tras el asesinato de Mike.
Tras ser puesta en libertad Jill describe el trágico suceso en una carta donde, además de reivindicar la memoria de Mike, cuestiona las razones por las que ha sido detenida -ella no había acudido a aquella protesta- y denuncia el trato recibido en comisaría. “Fue una tragedia, pero desgraciadamente no fue una sorpresa”, escribe en referencia a lo sucedido en las campiñas del condado de Cheshire.
Años más tarde, el 1 de febrero de 1995, Jill es atropellada deliberadamente en una situación similar cuando se dispone a bloquear un camión cargado de terneros en el marco de una campaña contra el transporte de animales vivos. Una tragedia más, pero al igual que había sucedido con Mike, otra muerte anunciada.
La actitud firme y desafiante de Jill era la respuesta lógica a una vida forjada en los entornos combativos de la Inglaterra de los ochenta; durante esos años la liberación animal fue un eje de resistencia que vertebró la militancia de muchos de los jóvenes que dieron forma al movimiento de derechos animales que hoy conocemos.
Para comprender la historia de Jill en profundidad es necesario retroceder unos años.
En el mes de agosto de 1958, varios miembros de la League Against Cruel Sports (Liga Contra los Deportes Crueles - LACS) colocan una serie de rastros falsos en la zona donde va a tener lugar una batida de caza. Quieren confundir a los perros sabuesos utilizados por el grupo de cazadores de ciervos de Devon y Somerset y de esta forma impedir que sigan el rastro de los venados. El Daily Telegraph escribe sobre esta acción: «Opositores a la caza del ciervo, que hasta ahora no han podido detener el deporte, recurren al sabotaje».
Años después John Prestige, un joven periodista de Brixham, es enviado a cubrir esa misma batida de caza y presencia el asesinato de una cierva preñada a manos de cazadores. El impacto de este acontecimiento le empuja a fundar en 1963 la Hunt Saboteurs Association (Asociación de Saboteadores de la Caza - HSA), una organización inspirada en los acciones empleadas por la LACS.
“Estamos aquí para impedir a la gente cazar. El movimiento [la HSA] está financiado por una pequeña herencia mía y la cuota de los socios”, dice a la prensa. En los primeros días recibe más de mil cartas y un centenar de personas se suman a la organización. La nueva forma de acción directa contra la caza se hace popular y los grupos de saboteadores comienzan a proliferar. Devon, Somerset, Avon, Birmingham o Hampshire son algunos de los lugares donde los grupos se encuentran operativos y dispuestos a actuar.
Jill nace semanas después, el 15 de enero de 1964, en Hillfields, un suburbio de Coventry (Inglaterra), en el seno de una familia de clase trabajadora. Según las palabras de Nancy Phipps -su madre-, desde niña muestra una empatía singular hacia los animales, acogiéndolos en casa si se encuentran abandonados y cuidando de ellos. Es la más pequeña de tres hermanos y crece en una atmósfera “realmente familiar”, compartiendo sus días con varios primos de edades parecidas. El hecho de que su hermano Zab hubiera dejado de comer carne a la edad de trece años por motivos éticos acaba influyendo también a su madre y Jill crece educada en estos valores. Tras ver el cuerpo de un cerdo en una carnicería se hace vegetariana a la edad de diez años y la unidad familiar acaba siguiendo sus pasos. Su madre la describe como una niña feliz, “sin una pizca de maldad” e inquieta, a la que “le gusta elegir su propio camino”.
Los primeros años de Jill transcurren a la par de un periodo histórico para la defensa de los animales marcado por la acción directa que acaba configurando el movimiento de liberación animal contemporáneo en el que ella se ve involucrada años más tarde. La HSA sigue imparable y los grupos de saboteadores crecen por todo Inglaterra.
En 1972 Ronnie Lee, un estudiante de derecho que había formado un grupo de saboteadores en Luton, Cliff Goodman y posiblemente dos o tres personas más consideran que el marco de acción de la HSA se muestra insuficiente y deciden ir más lejos. Tomando el nombre de los grupos juveniles de la Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals (RSPCA) que ya en el siglo XIX inutilizaban las escopetas de los cazadores, crean la Band of Mercy. En su primera acción, un sabotaje incendiario contra la construcción de un laboratorio en Milton Keynes, el grupo envía un comunicado a la prensa donde se definen como “una guerrilla no violenta dedicada a liberación animal”. Un año más tarde, en agosto de 1974, Ronnie y Cliff son detenidos por el ataque a un laboratorio y sentenciados a tres años prisión.
Tras ver un cartel que anuncia una manifestación contra una granja peletera en las cercanías de Coventry, Jill avisa a su madre y a su hermana y acuden a la cita. Es su primera protesta y tiene once años. El 18 de junio de ese mismo año (1975), Mike Huskisson rescata dos perros de raza beagle que estaban siendo forzados a respirar humo de tabaco en un laboratorio como parte de una investigación sobre el cáncer de pulmón. Días más tarde es sorprendido durante la liberación de un tercer perro y acusado de robo junto a su compañero John Bryant, encargado de proteger a los animales liberados. Ambos son detenidos pero la empresa, consciente de la creciente simpatía popular generada por la detención de Ronnie y Cliff y temerosa de un juicio que pueda afectar negativamente a su imagen, retira los cargos contra ambos.
En la primavera de 1976 los dos de Bicester, el nombre por el que son conocidos Ronnie y Cliff tras su detención, salen de prisión con una tercera parte de su condena cumplida. Cliff se convierte en el primer informante de la policía del movimiento al revelar información sobre el uso de radios de la Band of Mercy, pero Ronnie sale endurecido. Consciente de la simpatía social que han causado las liberaciones y acciones directas, organiza un grupo de unas treinta personas para una nueva campaña. El nombre debe transmitir la idea de un movimiento revolucionario que intimide realmente a quienes se lucran con la explotación animal. Acaba de nacer el Frente de Liberación Animal (FLA).
Comienza una era de liberaciones de animales, destrucción de infraestructuras, obtención de material secreto y sabotajes incendiarios.
Es el año 1977, el punk explota en Inglaterra como un barril de pólvora y los Sex Pistols atacan a la Reina en su primer sencillo. 'Que no te digan lo que quieres, que no te digan qué necesitas', reza God save the Queen, la canción que los catapulta a la fama mundial y el himno de todo una ola de rabia juvenil en la que Jill y sus amigos se encuentran también inmersos.
De forma paralela a todas esas bandas de punk que poco después acabarán mercantilizadas por la industria del rock, emerge una escena crítica con ellas y mucho menos conocida. Una escena de verdadera agitación política que dota de algo más que música a buena parte de esa juventud combativa y subterránea del Reino Unido.
Al calor de Crass, un colectivo de agitadores para quienes hacer una banda de rock es algo secundario (y quienes aun así años después van a ser conocidos como la banda nodriza del punk anarquista), comienzan a aflorar decenas de bandas y proyectos que trascienden lo musical. La lista es larga y ha sido muy bien recogida en The day the country died, un compendio de la escena anarcopunk británica donde se refleja el espíritu político subyacente a todas ellas.
Algunas de estas bandas -A Flux of Pink Indians, Crass, Chumbawamba, Lost Cherres, Conflict, Liberty, Icons of Filt, Dirt, Subhumans- se manifiestan sin miramientos contra la vivisección, contra los criaderos de la industria peletera o contra las granjas y mataderos. También se muestran abiertamente partidarias del FLA o de los saboteadores de la caza y alientan a la gente a participar de la acción directa contra la explotación animal.
A pesar de la falta de recursos y la precariedad en la que son compuestas, las melodías de estas bandas no se quedan en suelo británico y llegan al otro lado del Atlántico. En Los verdes son los nuevos rojos, el ensayo donde el periodista Will Potter analiza la represión que vive el activismo radical en Estados Unidos, se da un repaso a la relación del punk con el activismo ecologista y por los derechos animales. Rod Coronado, un activista indígena, reconoce la influencia que tiene para él en 1986 la canción This is the ALF de Conflict, una de las bandas más emblemáticas de la escena anarcopunk inglesa y comprometidas con la liberación animal. Años más tarde es sentenciado a cincuenta y siete meses de prisión por un sabotaje incendiario que destruye más de treinta y dos años de investigación en un laboratorio de la Universidad Estatal de Michigan. El ataque es reivindicado por el FLA dentro de la campaña Bite Back, una ofensiva contra la industria peletera a través de la acción directa.
Otra de las personas citadas en este libro es Peter Young, un activista norteamericano que, tras permanecer huido de la justicia por un periodo de siete años, es condenado en el 2005 a dos años de cárcel por su participación en la liberación de visones en seis granjas destinadas a la cría de animales con fines peleteros. Para llevar adelante este tipo de acciones Peter obtiene inspiración en el vegan straight edge, una subescena surgida dentro del punk de los noventa cuyas letras alientan también a la acción directa por la liberación animal.
Contra el virtuosismo del rock y la industria musical, la proclama punk es clara: si tienes la necesidad de crear una banda como vehículo de expresión de tus ideas todo lo que necesitas es actitud. Este pensamiento no solo motiva la creación de bandas o sellos desde la precariedad económica y musical -algo impensable años atrás- sino que también influye a la hora de impulsar proyectos políticos de toda índole. Cinco de los seis acusados de Stop Huntigdon Animal Cruelty (SHAC), la mayor campaña llevada a cabo contra una empresa de experimentación animal que ha llevado a miles de personas a movilizarse a las calles, a los laboratorios y a las puertas de las casas de sus explotadores, tienen también relación directa con el punk. No parece casualidad.
Para muchos jóvenes combativos de la época la escena punk funciona como lugar de encuentro y de aprendizaje donde formarse, tomar conciencia política y organizarse. Allí aprenden a valorar la importancia de la actitud y de la autogestión. Jill y sus compañeros son asiduos a ella. En su ciudad uno de los lugares de encuentro es el pub The Bird Hand, donde los propietarios de las carnicerías locales se suelen presentar en los conciertos tras comprobar que las ventanas de sus negocios cárnicos aparecen rotas tras ellos.
Sin tener la certeza de qué bandas influyeron a Jill y a sus camaradas, su relación con esta escena es clara y su historia transcurre en un contexto donde las melodías primitivas y las letras rabiosas del punk anarquista son el tambor de guerra de toda una generación de militantes por la liberación animal.
Jill deja la escuela a los dieciséis años de edad y comienza a trabajar en la oficina de correos local. Crece consciente de su clase y se ve involucrada en otros frentes políticos como el antifascismo, el feminismo o el desarme nuclear, pero la lucha en la que comienza a comprometer su vida es la liberación animal, donde los oprimidos padecen mayor indefensión. Comienza aquí un camino sin retorno para Jill y los suyos.
A principios de los años ochenta se funda la Coventry Animal Alliance (CAA) con el objetivo de clausurar un criadero de zorros que se encontraba a treinta kilómetros de Coventry, la granja Cocksparrow, en Lea Marston (Warwickshire). Cada fin de semana se realizan protestas y vigilias nocturnas en sus inmediaciones. En 1982, tras la convocatoria de una protesta nacional a las puertas de este criadero, la familia Phipps se involucra en la campaña. Más de seiscientos simpatizantes acuden a la llamada y la policía es superada en número. Algunas personas logran trepar por las vallas y acceden a las instalaciones, causando varios destrozos. La prensa cubre la protesta y los convocantes la consideran un éxito. A las movilizaciones se suman las liberaciones de zorros y sabotajes económicos llevados a cabo en la clandestinidad por el FLA.
Dos años más tarde, en enero de 1984, se convoca otra protesta multitudinaria y logra atraer a dos mil manifestantes. Esta vez se presentan quinientos policías (dieciocho de ellos montados a caballo) para proteger la granja de cualquier posible daño. Tras algunos enfrentamientos, veinticinco personas acaban arrestadas. Poco después el FLA pone el último clavo en el ataúd liberando doscientos zorros. La estrategia funciona y tras una dura batalla consiguen cerrar el negocio en 1987. Con ello la CAA se fortalece y se convierte en uno de los grupos más activos del país convocando protestas, realizando sabotajes a la caza y poniendo en práctica la acción directa. Jill y varios miembros de su familia forman parte de sus más activos militantes.
Meses después, el 8 de agosto de 1984, Jill, Lesley y Nancy Phipps acuden a una manifestación en los laboratorios de Unilever de Bedfrodshire convocada por la Liga por la Liberación Animal del Este (EALL).
Las Ligas por la Liberación Animal son grupos que realizan acciones directas y muchos de sus miembros forman parte del FLA pero, a diferencia de este, operan a plena de luz del día y de forma masiva. Uno de los elementos estratégicos por el que despiertan la atención mediática son los asaltos a laboratorios o centros de experimentación animal. Estas irrupciones masivas tienen como objetivo obtener material gráfico e información secreta que después envían a los medios de comunicación.
Todo ha sido previamente organizado y mientras se sucede la protesta un grupo de personas penetra en el complejo. En un momento aparece un coche de seguridad que es ahuyentado cuando uno de los participantes le lanza un mazo. Los activistas corren hacia las instalaciones y llegan a una valla de acero pero están preparados. Uno de ellos enciende una radial y secciona la valla. Ya están dentro. Se obtiene información y material gráfico que es utilizado durante años por reconocidas organizaciones contra la vivisección.
Tras esta incursión, más de una veintena de activistas, incluidas las tres miembros de la familia Phipps, son detenidas bajo cargos por conspiración para cometer robo con fuerza y puestas en libertad bajo fianza. Durante la espera a la fecha del juicio Jill tiene un hijo y con ello evita la entrada en prisión, pero su hermana y su madre son condenadas a seis meses. Los activistas son condenados a una suma total de cuarenta y cinco años de cárcel. Toda esta experiencia acerca a la familia más que nunca y fortalece su determinación de luchar por los animales.
A partir de este momento, tras el nacimiento de su hijo, Jill toma la decisión de no implicarse en actividades que puedan comprometerle legalmente sin dejar de mostrar públicamente su apoyo a los compañeros que operaban en la clandestinidad o que realizaban acciones directas quebrantando la ley.
A mediados de los años ochenta, junto a su hermana Lesley, su madre Nancy y otros compañeros, recorre el país en un minibus que financian con donativos obtenidos en las calles. Mientras construyen una red de trabajo por todo el país, ponen puestos informativos, asisten a protestas locales y nacionales y forman parte activa de sabotajes contra la caza y de acciones directas. Este modus operandi lo comparten con muchas agrupaciones de base del movimiento de derechos animales británico y los viajes los repiten semanalmente durante varios años. En esta época consiguen cerrar también un importante negocio local de venta de pieles en una campaña coordinada a nivel nacional.
En 1994 las grandes compañías navieras, conscientes de su imagen ante la opinión pública, suspenden las exportaciones de animales vivos. Pero en noviembre de ese mismo año la Phoenix Aviation obtiene el permiso para transportar terneros vivos con destino a Holanda desde el aeropuerto de Coventry. El ayuntamiento de Coventry, debido también a la presión social, impide la salida de los primeros vuelos, pero esto no dura mucho. Christopher Barrett Jolley, el propietario de la compañía, amenaza al Ayuntamiento con denunciarles y el 15 de noviembre gana un juicio contra su prohibición en el Tribunal Superior de Londres. Días después la compañía comienza a fletar cinco vuelos diarios, en cada uno de los cuales carga ciento noventa terneros.
Los vuelos son de lunes a viernes y cada día varios activistas acuden al lugar a impedir que los camiones cargados de terneros lleguen al aeropuerto. Los activistas, decididos a acabar con este negocio, vigilan día y noche el punto de encuentro y al grito de “¡se acerca un camión!”, se enfrentan en tropel al vehículo poniendo sus propios cuerpos como escudo con el fin de impedir su avance. De forma visible se sitúan frente a su parte delantera, se enganchan a sus ruedas y hacen lo posible para que el camión no siga adelante.
Las exportaciones de animales vivos empiezan a hacerse más visibles a ojos de la gente y se convierten en un asunto de debate social y político. Con ello se inicia una nueva forma de protesta y los activistas de Coventry se suman a todas las convocatorias que pueden por todo el país; pasarán a ser conocidos como ‘La Coventry Crew’. En Brightlingsea, un pequeño pueblo costero de poco más de ocho mil habitantes situado en Essex, las protestas alcanzan gran repercusión mediática y en 1995, en un periodo de diez meses, con casi seiscientas personas detenidas (más de cuatrocientas locales) y un gasto de cuatro millones de libras en dispositivos policiales, se consigue acabar con los transportes de animales vivos desde su puerto. Nadie regala una victoria, la resistencia popular gana la batalla.
Lesley vive en Liverpool por aquel entonces y al tener conocimiento de la nueva campaña decide visitar a su familia y unirse a ella en las protestas. Tras una larga noche en el aeropuerto, que pasa refugiada de la lluvia en la furgoneta de un camarada, el 1 de febrero de 1995 Jill regresa de nuevo junto a su madre y su hermana y se unen a una treintena de manifestantes. Ese día acude un centenar de policías y toman la decisión de cambiar su estrategia. Uno de los agentes explica de forma enfática al conductor de un camión que bajo ninguna circunstancia debe detenerse, confiando en que sus compañeros lograrían contener la protesta. Jill, junto a nueve personas más, consigue romper la línea policial y se dirige hacia el camión con la intención de encadenarse y prenderse de sus ruedas.
“¡Hay alguien debajo del camión!”, exclama un manifestante. “¡Oh, dios mío!, ¡oh dios mío!”, repite un conmocionado policía de forma incesante. Jill se encuentra tendida en el suelo bajo las ruedas. Según el testimonio de uno de los manifestantes la policía ha hecho señales para que el camión siga su paso. Stephen Yates, el conductor al mando del camión, ha derribado de forma deliberada a Jill, ocasionando graves lesiones en su columna. Un rato después muere en la ambulancia camino del hospital. La industria cárnica ha matado a una defensora de los animales.
Al día siguiente varios manifestantes invaden los terrenos del propietario de la compañía de transporte causando varios destrozos. Christopher Barrett Jolley no estaba en casa, pero a su regreso dispara con un rifle a un manifestante y golpea con una barra de hierro a una anciana que también se había unido a la algarada.
Los vuelos se reanudan dos días después y ante esto Bob, el padre de Jill, su hermana Lesley y otras cuarenta personas tratan de detener el despegue del avión. Acceden al aeródromo y el compañero de Jill, Justin, es arrestado por intentar encadenarse a las ruedas del avión.
La muerte de Jill conmociona al país y más de mil simpatizantes llegados de diferentes puntos del territorio británico abarrotan la catedral de Coventry donde le rinden homenaje. Desde este momento y durante los meses siguientes se establece, a pesar de estar bajo el constante acoso policial, un campamento permanente dispuesto a no abandonar el lugar hasta que los objetivos de la campaña se vean cumplidos. La determinación de los activistas acaba desgastando a la policía y comienzan a limitar el número de vuelos. A comienzos del verano la compañía quiebra y años después su dueño se ve involucrado en un asunto de tráfico de armas a Sudán y en otro de contrabando de cocaína. Es condenado a veinte años de prisión por este último.
El 22 de agosto de 1995 el jurado rechaza las acusaciones que responsabilizaban tanto a Stephen Yates (las investigaciones policiales demuestran que debería haber podido verla) como a la policía, y concluye en su veredicto que la muerte es accidental.
Fue un asesinato. Lo saben ellos y lo sabemos nosotros.
Gracias por todo, Jill.
Sobre este blog
El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.