He cuidado desde hace años una colonia felina en Almería. Algunas gatas, como Misifú, llevaban más de cuatro viviendo en la colonia junto con otros compañeros de especie. Siempre he estado pendiente de ellos: les he hecho casetas, los he alimentado, medicado y esterilizado, he jugado con ellos. Los gatos de la colonia eran felices. El pasado 22 de diciembre sucedió algo estremecedor: la mayoría de los gatos no se levantaba, no respiraba, no se movía. Algunos tenían sangre en la nariz aunque seguían vivos. Desconsolada, recogía sus cuerpos inmóviles, sin poder creer lo que pasaba, buscando a los demás, mirando por todas partes. Solo había un silencio aterrador. Miedo y dolor. Los gatos que no murieron huyeron conmocionados y aquel lugar que fue feliz ha quedado vacío.
Ana María Martínez Rosales
Cuidar de los gatos que viven en la calle es un acto de amor. Es un acto de amor hacia la biodiversidad, hacia la especie, hacia los individuos y hacia la comunidad en la que una vive. Se empieza haciendo desde la piedad y la razón, y se sigue porque el amor nos atraviesa. El contacto cotidiano permite compartir usos y costumbres, establecer vínculos particulares. Cada día es una oportunidad para descubrir que cada gato es distinto, es único, es perfecto y es un maestro.
Cuidar de los gatos callejeros solo se convierte en algo heroico cuando nos obligan a sobrevivir a nuestra familia urbana. No tenerlos bajo el mismo techo, aprender a respetar su libertad, adaptarse a la zozobra y suspirar aliviada cuando vuelves a ver uno de los tuyos sano y salvo tras días sin acudir a la llamada de la lata. Todo eso compensa. Hay un veterinario experto en medicina de refugio, Gabriel Bustillo, que dice que las gateras debemos ser estudiadas porque nuestro vínculo con los gatos libres es especial. Igual tiene razón, como cuando creó el manifiesto felino por una caja de cartón, algo que para un gato es fundamental.
No estoy en las mejores condiciones de escribir, estoy conmocionada, estoy cansada, vi sucumbir a los gatos de mis compañeras y como una gota de aceite la muerte se ha ido expandiendo y dejándome con solo tres de mis ahijados. A pesar de nuestras súplicas, las autoridades aparecen indolentes, subrayando que no han comprendido nada. Su propuesta es una mesa de trabajo. ¿Comprendéis cuánta impotencia?
El plano que señala el área de distribución de los casos de envenenamiento en Almería y su secuencia temporal resulta aterrador. Nos encontramos ante un auténtico asesino en serie. La primera entidad afectada, Salvando Vidas Almería, realizó las denuncias pertinentes y lanzó una primera petición de auxilio. Resulta difícil de comprender que tantos casos, en un lapso de tiempo de doce semanas, en una ciudad europea plagada de cámaras con registros de la vía pública -y donde muchas personas se conocen- no se haya dado aún con el o los culpables. La misma parálisis que impide tener aprobada una ordenanza de protección animal a la altura de una ciudad del siglo XXI parecería afectar a los responsables de la investigación.
Los informes toxicológicos que servirán para individuar la sustancia que mata a los animales están retrasándose por la coincidencia de las festividades navideñas. Resulta llamativo que deba financiarse el estudio de modo privado y no sea alguno de los estamentos administrativos el que de oficio haya facilitado tal prueba pericial. Los venenos, por su peligrosidad, tienen un acceso restringido. Conocer el producto que ya ha matado a más de dos centenares de animales urbanos servirá para estrechar el cerco sobre el autor. En atención al Código Penal vigente ,y dado el número de víctimas, el culpable se enfrenta a una sucesión encadenada de penas de prisión. La ciudad, tenga o no sensibilidad animalista, debe atrapar al asesino porque con él, o ellos, en las calles Almería no es la ciudad mediterránea, humana y segura que merece ser.
Hasta el pasado octubre, el peligro que corrían los gatos ferales de la ciudad era ser atrapados y confinados en la perrera. Las entidades animalistas almerienses combaten, con más tenacidad que medios, el irracional proceso de captura municipal, rescate de las protectoras -previo pago de tasas- y reubicación en un lugar seguro. Hasta hace tres meses, el principal enemigo de las colonias eran los laceros municipales. Las protectoras arañan de sus bolsillos los últimos céntimos con tal de salvar una vida que un profesional indolente considera una cosa. Decenas de personas tratan de evitar el escenario dantesco de las jaulas vacías con salpicaduras de sangre. Gélidos cheniles donde el día anterior cachorros aterrorizados no tenían ni el más escuálido parapeto que les transmitiera seguridad, aunque fuese ficticia. Los gatos no disponen, ni mucho menos, de la caja de cartón que reivindica el veterinario Bustillo. Tenemos fotos de los gatos y aparecen encaramados a los techos, con las pupilas dilatadísimas o paralizados sobre los areneros. Esas imágenes nos obligan a extenuarnos hasta su rescate.
El método ético de gestión de colonias, el CER (captura, esterilización y retorno), es una práctica extraoficial llevada a cabo en Almería por ciudadanas concienciadas. Gracias a su trabajo, no solo se alimenta, se hidrata y se evita camadas y enfermedades, sino que se mejora la convivencia y se hace injustificable la captura y confinamiento de los gatos ferales en la perrera. Puede decirse que, como en otros casos, la conciencia social ha precedido a la norma y, a hurtadillas, con mucho esfuerzo, en Almería ciudad había bastantes colonias controladas a pesar de la arteriosclerosis municipal. Como si hubiera una placa de ateroma, la aprobación del CER, anunciada a bombo y platillo el 17 de octubre de 2017, sigue sin estar vigente ya entrado 2019. Con excusas de mal pagador se justifica un gobierno municipal que se muestra tan pasivo con sus leyes como con la criminalidad en las calles.
El escenario felino almeriense representaba un extraño entremés donde la ciudadanía daba el callo y el Ayuntamiento trastabillaba entre la oposición feroz, la autocomplacencia y la inacción. Hay tres actos en la tragedia de Almería: el uso de la captura y confinamiento de los gatos ferales; la obstrucción del gobierno municipal de la normativa y, ahora, uno o más asesinos en serie. En platea, las entidades indignadas, doloridas pero fuertes, ven morir gatos de la manera más horrible. Como artistas invitados están todos los juristas, andaluces o no, que apoyan argumentalmente la implantación del CER como el único método ético y eficaz. También vino Agnés Dufau, Cat Welfare Award 2014, y dio una ponencia en la Universidad local. En sus charlas denuncia constantemente lo que está pasando en Almería: lo hizo en el Foro Parlamentario Felino de junio de 2018 y en la Jornada de Bienestar Animal de Málaga en noviembre.
El actor animalista Dani Rovira luchó hace un tiempo de manera pública por los gatos de Almería. GEMFE, grupo especialista en medicina felina integrado en AVEPA, asociación de veterinarios especialistas en pequeños animales, tiene publicado un posicionamiento que no ofrece dudas sobre lo mejor para las colonias de gatos. A pesar de todo ello, Carolina Lafita, concejala delegada del Área de Turismo, así como el alcalde Ramón Fernández-Pacheco, afrontan el nuevo año sin reflejar ninguna pena por los más de doscientos cadáveres retorcidos que según la ley están bajo su responsabilidad.