Opinión y blogs

Sobre este blog

Una vida en cautividad, una muerte sospechosa y una descendencia condenada a repetir el ciclo

28 de febrero de 2024 10:36 h

0

Una vida en cautividad

Xebo nació en el zoo de Rotterdam en 1985 y con 11 años fue trasladado al zoológico de Barcelona, donde ha vivido durante 28 años. Una persona que haya visitado este centro durante su infancia y que haya vuelto con sus propios hijos casi treinta años después, habrá pagado una entrada por ver al mismo gorila, metido en el mismo recinto, quizás algo renovado, pero que nada tiene que ver con el entorno de su hábitat natural.

De hecho, la plataforma Zoo XXI, entre otras organizaciones de defensa de los derechos de los animales, lleva años investigando y denunciando las condiciones en las que viven estos gorilas.

“Son animales autóctonos de las selvas tropicales de África, lo cual es irreproducible en un zoo, y en el de Barcelona, donde la mayoría de las zonas son puro decorado, mucho menos”, afirma Rosi Carro, coordinadora científica de la plataforma. “Tienen un árbol que está rodeado con un pastor eléctrico”, asegura, y añade que en el suelo otro cordón electrificado bloquea el acceso “a la única parte donde hay césped, el resto está pelado”.

De hecho, un video grabado en el recinto por activistas de esta organización, al que hemos podido tener acceso, muestra a una gorila intentando interactuar con las ramas verdes de la parte alta del árbol con un palo. “No se pueden acercar a donde están las ramas, saben que si lo hacen recibirán una descarga eléctrica, y Xebo también aprendió esto,” lamenta Rosi.

Además, los gorilas pueden ser observados en cualquier momento del día a través de las vidrieras que rodean las instalaciones. En las imágenes obtenidas por Zoo XXI, puede verse cómo se desplazan fuera del campo de visión de los visitantes cuando estos se acercan a los vidrios. Rosi considera aberrante esta situación: “Realmente estamos sometiendo a estos animales a una situación agónica, en la naturaleza huyen de los humanos y ahí están completamente expuestos”.

De hecho, vivir en estas condiciones provoca que los animales desarrollen trastornos en la conducta. Mientras el Zoo de Barcelona afirma en un comunicado que a Xebo “le gustaba jugar con los demás gorilas” e “interactuaba mucho con el personal,” un estudio realizado bajo su propia supervisión detectó, en todos los gorilas observados, diversos comportamientos “deficitarios”, como las estereotipias, es decir, movimientos o actividades repetitivas sin un fin determinado (golpearse una parte del cuerpo repetidamente, arrancarse pelo, chuparse los dedos, los cristales o el suelo, morderse las uñas, etc).

Contactados por El Caballo de Nietzsche, desde el Zoo de Barcelona no han querido dar más explicaciones.

Estas conductas también se ven claramente reflejadas en las grabaciones de Zoo XXI, aunque Rosi piensa que no se les da la credibilidad correspondiente: “Nosotros llevamos a cabo una investigación de muchos meses, pero con que el Zoo escriba dos líneas diciendo que Xebo era un animal muy juguetón, ya está, no pasa nada, Xebo estaba genial porque jugaba mucho, ya no tienen que demostrar nada más”.

La realidad innegable es que, en casi 40 años de vida, Xebo nunca llegó a experimentar la libertad. Nunca pisó el suelo fresco de la selva tropical donde debería haber vivido y desarrollado su personalidad como individuo y como parte de su grupo; sin la intervención de cuidadores humanos, sin vidrios ni espectadores, sin pastores eléctricos y sin miedo a recibir una descarga al intentar acceder al único pedazo de naturaleza aparentemente a su alcance.

Una muerte sospechosa

El día 5 de febrero, el Zoo de Barcelona envió un comunicado a la prensa donde anunciaba la muerte de Xebo. Desde la institución, aseguraban que había fallecido esa misma madrugada a causa de “un proceso de debilitamiento que no pudo revertirse a pesar de la atención brindada por parte del equipo de veterinarios y cuidadores del zoológico”.

Solo un par de semanas después, durante una comparecencia en la Comisión de Acción Climática en el Parlament de Catalunya, el director del zoo, Antonio Alarcón, declaró que la causa de la muerte de Xebo fue una peritonitis.

Ante esta nueva versión de los hechos, la plataforma Zoo XXI ha cuestionado públicamente la supervisión veterinaria que recibía Xebo y ha pedido que se den explicaciones sobre su seguimiento en el último año. La peritonitis es una inflamación “que presenta una sintomatología extensa y evidente”, destacan desde la plataforma en un comunicado. Además, lamentan que, de haberse diagnosticado a tiempo, “se podría haber evitado el fatal desenlace”.

Fuera como fuese, es difícil creer que el zoo no pueda aportar más información. Rosi defiende que “las causas de la muerte, tras realizar una necropsia, deberían ser muchísimo más concretas, en un espacio científico como se supone que es el Zoo de Barcelona”.

La falta de transparencia en esta cuestión no es un caso aislado, y prueba de ello es que cuando Alarcón hizo estas declaraciones estaba en el Parlament para dar explicaciones sobre la muerte de otro animal, Kanelo, la cría de orangután que falleció en el zoo en mayo de 2023.

Una descendencia condenada a repetir el ciclo

Según el Zoo de Barcelona, Xebo tuvo hijos, hijas y una nieta con varias hembras con las que convivió. Ninguno de ellos ha sido reintroducido en su hábitat natural ni existen planes para hacerlo en el futuro.

La cría en cautividad todavía se realiza en los zoos europeos bajo la justificación de conservar animales en peligro de extinción y de mantener bancos genéticos con fines científicos. El problema es que estos programas de “conservación ex situ”, diseñados por la EAZA (Asociación Europea de Zoos y Acuarios), no incluyen planes de reintroducción en la naturaleza. ¿Y por qué no los incluyen? Para Rosi Carro está muy claro: “Porque cada animal que reintroducen es un animal menos para exhibir”.

Además, los proyectos de reintroducción son complicados y costosos, pues requieren la rehabilitación y la protección de grandes superficies de hábitat. Para ello, es necesario realizar estudios rigurosos sobre los factores que han causado la reducción de las poblaciones (como la destrucción de la selva para introducir pastos, la extracción de minerales o la caza) y el diseño de planes para la eliminación de estos elementos de manera efectiva, entre otras muchas labores de investigación.

A pesar de la complejidad de estos procesos y del negocio que supone la exhibición de animales en los zoológicos, desde la plataforma Zoo XXI consideran que, dada la situación de emergencia planetaria actual, no se puede seguir justificando la cría en cautividad si no va acompañada de programas de “reintroducción masiva” y de “planes efectivos de protección” de las regiones de origen. “La conservación de la diversidad genómica que proponen los zoos no es suficiente, es como un museo, ya que no tiene un impacto directo y a gran escala en la protección de la naturaleza y la recuperación de los hábitats”, afirma Rosi.

De hecho, en 2019 se aprobó una iniciativa ciudadana por la que quedaba prohibida la cría de animales en el Zoo de Barcelona “a excepción”, textualmente, “de aquellos proyectos de hábitats naturales que necesiten de la reproducción de animales en cautividad para su reintroducción”. Además, por esta regulación, la institución barcelonesa debía convertirse en un espacio educativo sobre la necesidad de proteger el planeta y a todos sus habitantes.

Dada la falta de cumplimiento de esta ordenanza, que en su día esperaban ver reflejada en otros zoológicos europeos, la plataforma Zoo XXI sigue reclamando la reconversión de estas instituciones de la mano de autoridades locales, universidades, centros de investigación, organizaciones y ciudadanía, para poder romper el ciclo y evitar el confinamiento perpetuo de las futuras generaciones de la familia de Xebo y la de los otros millones de animales en cautiverio.

“Es ahora cuando los zoos deben educar a la ciudadanía para que entendamos que los otros animales son alguien y no algo, y que necesitan espacios dignos para vivir,” explica Rosi. “El problema es considerarlos únicamente genes valiosos, porque entonces nos olvidamos del valor de sus relaciones, sus estructuras sociales, sus culturas y sus formas de comunicación”. Porque ellos, asegura, también las tienen, “pero no pueden desarrollarlas” en cautividad.

En este sentido, una nueva versión de los zoos podría ser muy útil para la divulgación de un cambio de perspectiva. Podrían explicar a sus visitantes, dice Rosi, “cuáles son los centenares de especies con las que convivimos en nuestras ciudades,” esto es, mariposas, anfibios, reptiles o aves “que seguramente ni sabemos identificar ni qué hacer si nos las encontramos en apuros”. También podrían educar, añade, sobre “cuáles son sus conductas, sus necesidades y qué podemos hacer para preservar su ecosistema”.

Hasta que los zoos asuman estas funciones, Rosi propone un ejercicio de aproximación a la naturaleza que no requiere la cautividad de los animales y que podemos hacer simplemente saliendo a observar aves con prismáticos. “Cuando empiezas a ver pájaros, a descubrir sus comportamientos y a detectar inteligencia en esos comportamientos, entonces entiendes que esa zona donde los has visto se debe respetar porque por allí hay alguien que está viviendo”. Además, dice, es una actividad que aporta una visión mucho más realista que la que promueven los zoos actualmente: “cuando ves el hábitat que está representado en las instalaciones y el comportamiento de los animales cautivos, no estás entendiendo realmente cómo hay que proteger sus regiones de origen o qué necesidades tienen esos seres vivos”.

Por ello, concluye, debemos reclamar a las instituciones que exijan a los zoológicos “un cambio de modelo radical” para que un visitante que compra una entrada “no pague por ver a un animal en cautividad desde su nacimiento hasta su muerte”.

En el caso de Xebo, esto ya no se puede evitar, pero la condena de sus hijos, sus hijas y su nieta quizás sí se pueda levantar.

Una vida en cautividad

Xebo nació en el zoo de Rotterdam en 1985 y con 11 años fue trasladado al zoológico de Barcelona, donde ha vivido durante 28 años. Una persona que haya visitado este centro durante su infancia y que haya vuelto con sus propios hijos casi treinta años después, habrá pagado una entrada por ver al mismo gorila, metido en el mismo recinto, quizás algo renovado, pero que nada tiene que ver con el entorno de su hábitat natural.