Hay ausencias que son más ruidosas que el silencio más siniestro. Lo saben los compañeros de la mujer que murió hace unos días en un call center, cuando ven su escritorio vacío y el teléfono de Inma no suena. Lo saben los jefes de esta macrogranja humana, que consiguieron tapar el suceso durante una semana hasta que los sindicatos nos filtraron la noticia. Y lo saben los que pasan página, sin hacer preguntas, porque “es una pena pero es lo que hay”. Siguiente tema.
Desde el pasado 21 de mayo, en el Zoo de Barcelona también reinaba un silencio triple. El silencio más obvio, como en las novelas de Patrick Rothfuss, era la calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban: la mirada tierna de Kanelo, sus quejidos y monadas, y los andares torpes de un orangután que acababa de celebrar su primer aniversario. Los de su especie viven más de 50 años.
Otro silencio, calculado y sombrío, costaba más de detectar. Salía y no salía de los despachos: “Solo en Catalunya hay 111 especies en peligro de extinción”, tuiteaba el zoo al día siguiente de la muerte de Kanelo. Un atlas de anfibios, un censo de nutrias, un itinerario de mariposas: en el último mes han hablado de todo menos de la trágica noticia. “No queríamos informar sin tener los resultados de los estudios científicos”, explican fuentes de la empresa. Un silencio táctico suele ser el telonero de un ruido ensordecedor. Así ha sido.
El tercer silencio fue el más sutil, el menos obvio. Lo encontramos en el ir y venir de las decenas de miles de visitantes que se han paseado por el zoo y que dedican, de media, nueve segundos a cada animal. Un silencio errático y persistente. Nadie dijo nada. Pasaron semanas hasta que alguien hizo la pregunta correcta. Una pregunta que rompió de repente los tres silencios.
¿Dónde está Kanelo?
El domingo 21 de mayo, el pequeño orangután, hijo de Jawi y Karl, ya no estaba en su polémico hábitat artificial. No es que hubiera encontrado el billete dorado y lo trasladaran con sus padres a un santuario de Indonesia, Malasia o Florida, ni al centro de la Fundación MONA, en Girona, o el Rainfer, en Madrid. Nada de eso. El día antes, el cuerpo del primate fue hallado en el suelo, inmóvil. Los cuidadores y el equipo veterinario lo retiraron para evitar que los visitantes lo vieran –irónico final–, tras constatar que no seguía con vida. Su madre, nacida en el Zoo de Barcelona hace 26 años, y su padre, nacido el mismo año en el zoo de Dublín, tenían tres hijos. Ahora, dos. La dirección del zoológico decidió que la muerte de Kanelo sería llevada en secreto -al menos para el mismo público al que informan con rigurosa puntualidad y alegría de los nacimientos en el zoo- hasta esclarecer lo ocurrido.
Sea como sea, cuando la plataforma ZOOXXI preguntó dónde estaba el orangután, el cadáver de Kanelo yacía ya frío en la Facultat de Veterinària de la Universitat Autònoma de Barcelona, donde se practica la necropsia que tiene que arrojar algo de luz. Ahí sigue.
Mientras tanto, solo tenemos la versión de la empresa municipal y la de la entidad que ha destapado el caso, el azote del Zoo de Barcelona y la pesadilla de los directivos a quienes, por cierto, les ha estallado la polémica mientras desembarca en Sant Jaume el nuevo equipo de Jaume Collboni. La flamante tenienta de alcaldía, Laia Bonet, estrena mandato al frente del patronato del zoo con un cadáver sobre la mesa.
¿Qué dice el zoo y qué dicen los animalistas?
El portavoz del complejo municipal lamenta la muerte de la cría -por supuesto- y se blinda ante cualquier negligencia: “Los exámenes preliminares [de los veterinarios del zoo] determinaron como posible causa de la muerte un problema respiratorio (…) algo que en los casos de crías de animales salvajes puede ocurrir sin previo aviso”.
Para Rosario Carro, coordinadora científica de ZOOXXI, no se trata de una muerte súbita. “El orangután es una especie bastante solitaria que vive en las copas de los árboles. Kanelo ha pasado la mayor parte de su vida en una instalación en obras, en habitáculos minúsculos, sobre todo en el suelo y con una estructura familiar artificial, por lo que es obvio que no se ha podido desarrollar en unas condiciones físicas y mentales correctas”. A lo que añade que “los problemas respiratorios se pueden deber a causas múltiples, pero sin duda el desarrollo de una cría se puede ver afectado por el sistema respiratorio si sus condiciones ambientales no son las adecuadas”.
Desde el zoo se defienden: “Todos los orangutanes se encuentran en perfecto estado de salud. Durante las obras, en todo momento, se ha garantizado el bienestar de los orangutanes, que han podido disfrutar de los patios interiores”. Unos patios que en ZOOXXI, a juzgar por los planos del pliego técnico de las obras, creen que deben de ser minúsculos. “Si los primates están en buen estado de salud, que lo demuestren con informes técnicos y veterinarios independientes. Si de verdad son una institución científica, que actúen como tal y no nos pidan que nos los creamos y ya”, concluyen. Los animalistas no olvidan la muerte de nueve aves -ocho de ellas, de especies protegidas por el zoo-, durante el temporal Gloria. La Generalitat terminó sancionando a la empresa por infracción grave de la ley de protección animal.
En cualquier caso, la opacidad con la que se llevó el caso desde un primer momento arroja dudas sobre la versión del zoo. Las entidades animalistas sostienen que no cuadra que el animal lleve más de 30 días muerto y todavía no se le haya hecho la autopsia. En efecto, las autopsias deben hacerse cuanto antes y el examen en sí tarda entre dos y cuatro horas, aseguran. Preguntado por los plazos -cuándo llegó la cría y cuándo acabará la autopsia- el decanato de Veterinaria de la UAB es tajante: “Eso es información confidencial del zoo”.
El zoo del futuro que no llega
En 2019 el Pleno municipal de Barcelona modificó la Ordenanza de protección, tenencia y venta de animales para poner las bases del nuevo parque zoológico de la ciudad. El texto daba por muerto un modelo anacrónico y ruinoso -más de 60 millones de euros en pérdidas entre 2015 y 2022- para dejar paso a un modelo de consenso. A grandes rasgos: freno a la reproducción de animales no amenazados; fin de los intercambios de especies con otros zoos; evaluar la posibilidad de traslados a santuarios y, a largo plazo, convertirse en un centro de rescate y rehabilitación de animales autóctonos. ZOOXXI, la entidad impulsora de este cambio, niega que algo de esto esté pasando y tiene abierto un contencioso administrativo contra el centro “para que la justicia obligue al Zoo a cumplir lo aprobado por el Pleno”.
El debate sigue girando en torno a lo mismo. ¿Hasta qué punto es justo tener a un animal encerrado de por vida y lucrarse de ello? ¿El conocimiento científico sobre etología y conservación debe pasar por encima de todo? ¿Y acaso en la era de la realidad virtual, inmersiva y holográfica, no hay alternativas educativas para conocer a los animales sin caer en prácticas heredadas del colonialismo?
Lo resumía hace poco el cineasta Phil de Witte, autor del thriller Liberty: “No hay motivo para celebrar el nacimiento de un animal en cautividad si luego solo 1 de cada 100 son puestos en libertad”. Kanelo no será uno de éstos y todo hace que pensar que su familia tampoco. Esperemos que esta sea la última vez que tenemos que escribir la crónica de una muerte no anunciada en el Zoo de Barcelona. Ojalá este silencio sí dure para siempre.
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