Para quienes jamás hayan oído hablar de este personaje, baste señalar que, a pesar de que no existe ningún documental o biopic que dramatice los acontecimientos que rodearon su paso por este mundo, la suya fue una vida intensa y plena, repleta de acción y de emociones. Tanto es así que, como más tarde comprobaremos, su fallecimiento y las circunstancias en las que éste se produjo sólo sirvieron para corroborar este carácter indómito y aventurero y engrandecer su leyenda. La muerte, por una vez, le hizo justicia.
Harold William Tilman (1898 – 1977), el protagonista absoluto de esta historia, nació en un pueblecito de la campiña inglesa llamado Wallasey y al estallar la Primera Guerra Mundial, ingresó en la Royal Military Academy de Woolwich de la que se graduó en 1915 con el grado de teniente. Tras alistarse en un batallón de artillería, participó en la batalla del Somme y fue herido en dos ocasiones y condecorado en otras tantas. Finalizada la contienda, decidió instalarse en Kenia, donde estableció un negocio dedicado a la producción y comercialización de café. Alrededor de 1929, durante su estancia en este territorio colonial, trabó amistad con otro plantador nueve años menor que respondía al nombre de Eric Shipton y que, de paso, le inició en la práctica del alpinismo. De este modo casual se inició su amistad, su participación en multitud de aventuras conjuntas y la formación de una de las cordadas más célebres y fructíferas de todos los tiempos.
Los primeros logros de su carrera como deportista los obtuvo a comienzos de la década de los 30 al alimón con su inseparable compañero y sin salir de África. De entonces datan la travesía del monte Kenia y las ascensiones al Kilimanjaro y Ruwenzori. Tras este bautizo de fuego, ambos decidieron trasladar el campo de operaciones al Himalaya comenzando por el reconocimiento del santuario (1934) y la primera ascensión del Nanda Devi (1936), siguiendo con las expediciones al Everest (1935 y 1938) y finalizando con una incursión de varios meses de duración por la región de Assam y los confines orientales del Himalaya (1939).
El estallido de la S.G.M., al contrario de lo que pudiera parecer, no impidió que el bueno de Bill continuara cultivando la que, por aquel entonces, constituía su principal pasión. La reincorporación al servicio activo y su estrecha colaboración con los partisanos italianos, albaneses y kurdos le permitieron conocer de cerca las montañas en las que se refugiaban y desde las que lanzaban sus ataques y, además, obtener nuevas distinciones militares.
Tras el restablecimiento de la paz, la carrera de Tilman se reanuda gracias a su participación en nuevas expediciones que le conducen a internarse en las vertientes del Rakaposhi y del Karakorum pakistaní (1947) y en las montañas del Turkestán chino (1948) o explorar los macizos nepalíes de Langtang, Ganesh y Jugal Himal (1949) y Annapurna (1950). Su vocación como alpinista culmina en 1952 cuando la Royal Geographical Society le otorga la medalla de los fundadores. A partir de esa fecha opta por abandonar definitivamente la actividad que llevaba practicando durante cerca de un cuarto de siglo, y abrazar una nueva carrera que no abandonará hasta la muerte (https://comlay.net/tilman/). Nos estamos refiriendo a la navegación. El primer acto de esta reinvención como piloto o capitán de barco consiste en la compra en 1954 de un velero llamado Mischief al que seguirán otros dos: See Breeze y Baroque. Con ellos se internará en los mares más tormentosos y extremos del mundo en singladuras de meses de duración. De este modo visitará las costas de las islas subantárticas o las de Groenlandia, a las que volverá una y otra vez, Patagonia, Baffin, Spitzbergen e Islandia.
En agosto de 1977, a punto de convertirse en octogenario, se embarca como tripulante en el remolcador En Avant con destino al archipiélago de las Shetland del Sur, situado a escasas millas de la Península Antártica. El objetivo de esta empresa integrada por siete miembros es muy semejante al llevado a cabo algunos años antes en la isla Heard: desembarcar, reconocer y ascender al techo de la isla Smith. Después de abandonar Southampton y recalar en Las Palmas y Río, la nave pone rumbo a las Malvinas a comienzos de noviembre, pero nunca llegará a su destino… La búsqueda, iniciada algunas semanas después, resulta infructuosa y, a día de hoy, todo son especulaciones sobre lo que pudo suceder.
A falta de sepultura, la memoria de Tillman sigue vigente gracias a sus publicaciones, reeditadas recientemente por Lodestar Books y Vertebrate Publishing en una colección formada por 15 volúmenes, y a sus biógrafos J. R. L. Anderson (High mountains and cold seas), Tim Madge (The last hero) y David A. Glen (Warrior wanderer). De este último hemos extraído, precisamente, una descripción atribuida a su sobrina, Pam Davis: “La gente tacha a Bill de excéntrico. Si las viejas virtudes de temer a Dios, honrar al rey y servir a la patria son consideradas excéntricas, entonces claro que lo era. Yo no lo creo. Tuvo una enorme influencia en mi vida y en la de muchos otros. Era modesto, humilde y su sentido del humor se manifestaba en las burlas dedicadas a sí mismo que figuran en sus obras”. Que el mar le sea tanto o más leve que la tierra.