Biografía
BiografíaDiego Rodríguez Fernández (1960) nació en Puerto de la Cruz y se formó en el CD Vera. Debutó en el CD Tenerife en edad juvenil, aunque vivió los peores años del conjunto blanquiazul en Segunda División B. Traspasado al Betis en 1982, jugó durante seis temporadas en el equipo verdiblanco y ocho campañas más en el Sevilla, siempre en Primera División. Tras 14 años en la élite, militó dos temporadas en el Albacete y otros dos cursos en el Dos Hermanas, al que ascendió a Segunda División B, retirándose con 40 años. Ha sido secretario técnico de Xerez y entrenador del Sevilla Atlético y forma parte del equipo técnico del Sevilla FC.
El (otro) ‘invento’ de Muñoz
El (otro) ‘invento’ de MuñozDiego Rodríguez Fernández jugó 22 temporadas como profesional. Debutó con 18 años en el CD Tenerife, entonces en Segunda División B… y se despidió en esa misma categoría con el Dos Hermanas, cumplidos ya los cuarenta tacos. Por el camino jugó 450 partidos en Primera División, más que ningún otro futbolista canario. Y en el verano de 1988 paralizó la ciudad de Sevilla cuando, tras acabar su contrato con el Real Betis, debía elegir una de las tres ofertas sólidas que manejaba de equipos de la Primera División. “Yo tenía claro que me iba porque en el Betis no me habían valorado y como profesional del fútbol uno busca el camino hacia donde más valor le dan”. Al final, entre Valencia, Atlético de Madrid y Sevilla, Diego escogió la mejor opción en el aspecto personal… y se quedó en Sevilla.
Allí llevaba seis años, estaba cómodo y quería echar raíces. Y se fue al eterno rival de la entidad verdiblanca. Diego eligió el ofrecimiento del Sevilla CF y su decisión provocó la conmoción. No era el primer futbolista que cambiaba de colores, pero al tratarse de un jugador de gran carisma el golpe sentó muy mal en el seno del Betis. “En aquella época la gente era más radical que ahora, aunque parezca lo contrario. A mí siempre me respetaron, pero es verdad que fue una situación complicada”, recuerda. Semejante afrenta jamás se perdonó en el aún llamado Benito Villamarín, pese a que Diego saldó sus seis campañas de verdiblanco con 198 partidos ligueros disputados y cuatro goles anotados.
Por delante le quedaban 252 encuentros de competición liguera y ocho goles con la camiseta del Sevilla, donde se sentiría valorado de por vida. “Jamás me arrepentí de aquella decisión y si volviera a vivir la misma situación habría repetido aquella decisión que, si bien fue muy compleja, me permitió realizarme completamente como jugador”. Pero antes de disputar esos 450 partidos de Liga de Primera División, Diego ya corría por la banda derecha de un Heliodoro Rodríguez López donde empezó a hacerse un hombre. Aquel campo era especial. Vetusto, con guardián y con el anexo campo de entrenamiento de tierra que se situaba tras la grada de General de Pie. El busto de don Heliodoro todavía presidía la tribuna y parecía vigilar que no se cayera la estructura de madera que sostenía la vieja grada de Herradura.
Hasta allí había llegado con 17 años un joven de La Vera nacido el 20 de abril de 1960 que destacaba por su potencia física y por su polivalencia. Podía jugar indistintamente de central o de lateral derecho y el técnico blanquiazul de aquel entonces, Manolo Sanchís, le dio confianza y responsabilidad. En el CD Tenerife y en aquella Segunda División B con sólo dos grupos destacaba sobremanera. Tanto que fue convocado para la selección Sub 21 que dirigía Luis Suárez y que disputaría un encuentro clasificatorio para la fase final del Europeo ante la potente Alemania Federal, precisamente en el Heliodoro.
La Isla entera estaba dentro del coliseo blanquiazul aquel 24 de febrero de 1982 para ver a una Alemania que basaba su fútbol en tres pilares fundamentales: Lothar Matthäus, Pierre Littbarski y Klaus Allofs. El equipo dirigido por Luis Suárez, apoyado a muerte desde las gradas del Rodríguez López, se sacudió los complejos y completó un encuentro brillante. Y en el minuto 22, un defensor alemán cortó una brillante internada de Diego de forma ilegal dentro del área. Penalty. El lanzamiento corrió a cargo de Roberto (Valencia), que lo ejecutó con acierto lejos del alcance de Immel. “Aquella experiencia fue inolvidable porque pude debutar con la sub 21 en casa delante de toda mi familia y hacerlo con éxito” afirma el de La Vera. Era su cuarta temporada como blanquiazul y la categoría en la que competía se le quedaba corta. Además, cumplía contrato a final de campaña y lo aprovechó para entablar negociaciones con el Betis. En el Tenerife había cumplido un ciclo y no había posibilidad de renovar porque, económicamente, la entidad que presidía Pepe López estaba herida de muerte.
En el Betis, Diego suplió a dos mitos verdiblancos: Francisco Bizcocho y Antonio Biosca. Ambos eran piezas clave dentro de un esquema que venía de haberle dado al club verdiblanco una Copa del Rey años atrás junto a Esnaola, Cardeñosa y el mismísimo Rafael Gordillo. Retirado Bizcocho ese verano, tras un inicio titubeante con dos derrotas, el técnico húngaro Antal Dunai hizo debutar a Diego en la tercera jornada en Sarriá, prescindiendo de Biosca. La victoria (0-2) asentó al de La Vera en la zaga [Diego, Carmelo, Álex, Gordillo]. Y su solidez hizo el resto. “Era un grandísimo equipo”, señala un Diego que no abandonaría el lateral derecho hasta que, seis años más tarde, se marchara al Sevilla.
El Betis alternó campañas brillantes como la 83/84, en la que acabó quinto, con cursos decepcionantes como el 87/88, cuando el equipo finalizó decimosexto y se salvó del descenso tras ganar (1-2) en el Insular, con un gol de Calleja a falta de cinco minutos… que envió a la UD Las Palmas a Segunda División. Ese fue su último partido antes de tomar la decisión que marcaría su carrera. “Lo di todo como jugador del Betis y sólo me valoraron cuando vieron que me iba y querían sacar dinero por mi traspaso. Entonces no quise renovar y me arriesgué con mi decisión, pero todo me salió bien”, expone Diego, quien, curiosamente, en el peor curso de su equipo alcanzó la internacionalidad absoluta. Fue un 24 de febrero de 1988 ante Checoslovaquia en La Rosaleda (Málaga).
Diego suplió a Julio Alberto en el descanso y no pudo evitar la derrota (1-2) del combinado nacional, que estaba entrenado por Miguel Muñoz y que en esa fase de preparación para la Eurocopa 88 no ganó ninguno de los seis amistosos que disputó. “Había sonado mi nombre alguna vez para poder ir, pero la llamada no llegaba”, recuerda Diego, quien explica que “cuando Muñoz me convocó me sentí más que feliz. Por fin se podía cumplir lo que siempre había querido”. Chendo (Real Madrid) y Tomás (Atlético Madrid) se alternaban habitualmente en el lateral derecho, aunque un zurdo, López Rekarte, ocupaba aquel día esa posición. Con la incorporación de Diego por Julio Alberto, todos volvieron a su zona natural.
Pese a la derrota, Diego acudió a aquella fase final de la Eurocopa que se disputó en Alemania y que consagraría a la Holanda de Koeman, Gullit y Van Basten como campeona de Europa. “Teníamos un gran equipo, con jugadores tremendos, pero nos marchamos con la misma decepción de siempre”, recuerda el lateral tinerfeño sobre aquella camada encabezada por Butragueño, Míchel, Zubizarreta, Sanchís, Camacho, Gordillo o Martín Vázquez y que no fue capaz de superar la primera fase pese a empezar ganando (3-2) a Dinamarca. Las derrotas frente a Italia (1-0) y la anfitriona Alemania (2-0) eliminaron al combinado español. Tras la Eurocopa, en el retorno a la competición doméstica, el traumático cambio de bando, no afectó al rendimiento del futbolista.
Diego no tardó nada en hacerse con el puesto de titular en la zaga del Sevilla. Primero lo hizo como lateral derecho y, con el paso de las temporadas y ante las necesidades de los técnicos, se asentó en el centro de la defensa. Durante sus ocho años como sevillista el portuense siempre fue indiscutible y sólo alguna sanción o lesión le impedía formar parte del once inicial. Además, se toma una particular venganza ya en la temporada de su debut como sevillista… que acabaría con el descenso bético a Segunda División (tras caer en la promoción frente al CD Tenerife). Y Diego salda con victoria los dos clásicos. Primero se impone (1-3) en el Villamarín tras uno de los recibimientos más hostiles que se recuerda hacia un futbolista. Y en la segunda vuelta celebra como pocos la victoria sevillista por 1-0, con gol de ¡Diego Rodríguez!
“El gol no ha tenido ningún significado especial para mí”, aseguraba Diego en los vestuarios ese día, a pesar de que el Sánchez Pizjuán le aclamó como pocas veces. En el Sevilla juega siempre más de treinta partidos ligueros como titular y se convierte en intocable en una zaga en la que primero es lateral derecho [Diego, Mino, Salguero, Jiménez] y con el tiempo se convierte en fijo como central [Rafa Paz, Diego, Juanito, Prieto, Jiménez]. Convertido con los años en capitán, sólo la llegada de Maradona y Bilardo en el curso 92/93 hace que ceda el brazalete durante un curso. Y ya en sus dos últimas temporadas forma pareja en el centro de la defensa con Juan Francisco Rodríguez, Juanito, un paisano suyo que también llegaría a internacional.
“Diego era físicamente un animal y un gran futbolista, pero sobre todo un excelente compañero”, cuenta Juanito, quien asegura que ha tenido “la suerte de poder jugar con gente que me ha enseñado muchas cosas sobre el fútbol y el compañerismo y Diego es uno de ellos. Además, es de las pocas personas que tras jugar en el Betis y el Sevilla es querido por ambas aficiones”. “Ha conseguido engañar a toda la ciudad”, bromea un futbolista que también padeció la esperpéntica situación que vivió el Sevilla FC en el verano de 1995, cuando fue descendido administrativamente a Segunda División B tras haber logrado plaza UEFA el curso anterior. La afición salió a la calle y eso obligó a la LFP a ampliar la categoría para dar cabida a los descendidos Celta y Sevilla, así como a Albacete y Valladolid, a los que se había prometido repescar en la élite.
Tal era la complicidad de Diego con el Sevilla que su presidente, Luis Cuervas, le renueva año a año con un pacto de caballeros que no necesitaba firma. Cuervas, su vicepresidente José María Del Nido y el propio futbolista acordaban que, si jugaba con regularidad, su compromiso se renovaba automáticamente. “Yo me iba de vacaciones a Tenerife al final de cada temporada y cuando regresaba tenía mi contrato hecho y renovado, era una cuestión de palabra”, dice. Y así fue hasta que, en el verano de 1996, José Antonio Camacho aterrizó en el banquillo de Nervión y le comunicó a Diego que no iba a contar con él y que tenía las puertas abiertas. “Con 36 años me sentía fuerte para seguir, pero allí tenía difícil jugar y, aunque fue una decisión difícil, como mi estilo no era el de presionar al presidente decidí marcharme, aunque ya sabían todos el acuerdo que teníamos entre nosotros”.
Diego se va de un Sevilla que ese mismo curso bajaría a Segunda División, donde él ya estaba al fichar por un Albacete en el que es titular indiscutible… y con el que está a un paso de ascender. “Fue una experiencia muy bonita porque el Albacete era un equipo sano y la ciudad y la gente eran encantadoras, por lo que me quedé otro año más”. Y así alarga su carrera pese a que tiene que pasar por el quirófano para acabar con unos problemas de pubis, lo que no le impediría despedirse del Sánchez Pizjuán… aunque con la camiseta del Albacete. Al final de aquella campaña, la 97/98, Diego piensa que el fútbol se ha acabado para él, pero no lo cree así la directiva del modesto Dos Hermanas, el equipo de la localidad sevillana en la que reside. Para pagar esa confianza, Diego finaliza su carrera deportiva dándole un ascenso a Segunda División B y colaborando en la permanencia posterior.
Tras colgar (por fin) las botas, Diego coge los libros, retoma el curso de entrenador nacional, saca el carné y ejerce.