El 'gol del cojo' pertenece a la parte más legendaria de la historia del fútbol. De cuando las sustituciones estaban prohibidas y al jugador lesionado se le mandaba cerca de la portería rival. O a una banda, para que no estorbara. El Tenerife celebró un 'gol del cojo' el 1 de enero de 1967. Y lo hizo nada menos que Alberto Molina (Gran Canaria, 1943), el futbolista que más veces ha vestido la camiseta blanquiazul en partidos oficiales a lo largo de su centenaria historia. Defensa central poderoso, su relación con el gol no era asidua. A lo largo de su carrera profesional, siempre como blanquiazul, haría ocho tantos en los 413 partidos que disputó.
Eso sí, mediada ya su cuarta temporada en la entidad, siempre como indiscutible titular, aún no había visto puerta en los 103 partidos disputados con el Tenerife. Se estrenó como realizador ante el Racing de Ferrol, entonces tercer clasificado del grupo norte de la Segunda División. Gómez; Morín, Molina, Álvaro; Ravelo, Sicilia; Lolo, Castro, Barrios, Gilberto y Godoy componían ese día el once blanquiazul, mermado ya a los cinco minutos de juego cuando a Molina le crujió la rodilla derecha y abandonó el campo. Pudo dejar al equipo en inferioridad, pero regresó para colocarse primero junto a una banda y luego de delantero centro.
El técnico local, José Luis Riera, se vio obligado a retrasar a Sicilia al centro de la defensa y a poner a Justo Gilberto en mediocampo, dejando al 'Tigre' Barrios como segundo ariete por detrás del 'cojo' Molina. El Tenerife aguantó como pudo hasta el descanso un choque que se tornó violento y por el que Antonio Camacho –que durante una década arbitraría en Primera División– fue recusado a perpetuidad por los blanquiazules. Para el recuerdo queda la tangana provocada por su permisividad y que derivó en la expulsión de cuatro jugadores: Álvaro y Lolo por parte local, junto a Pepiño y Gringo por los gallegos.
Al inicio de la segunda mitad, antes de que aquel el choque violento derivara en batalla campal, el Heliodoro festejó el gol de Justo Gilberto, de falta directa. Sornichero empató después para los gallegos y en el minuto 71, el extremo Godoy, que lucía un aparatoso vendaje en la frente, envió un balón al corazón del área visitante. Por ahí apareció Molina para meter la cabeza y batir a Zumalabe. Apenas celebró el gol. Y no volvió a jugar en más de veinte meses. En realidad, Molina había estado tocado desde que el 28 de noviembre de 1965 chocara con Gómez en un partido disputado en Melilla. Ese fatídico 1 de enero se terminó de romper.
Fue operado por el doctor López de rotura de menisco y de los ligamentos cruzado y lateral, lesión que era entonces sinónimo de retirada del fútbol. Sólo la insistencia de Juan Padrón –ya retirado, pero que había sido compañero suyo durante tres años– y una segunda intervención quirúrgica a cargo del doctor Navés en Barcelona le permitirían regresar al fútbol activo. Y aunque siempre jugó con dolor, aguantó ocho temporadas más como titular con el 5 a la espalda. En su último curso le infiltraban antes de cada partido y le sacaban líquido tras el encuentro. Y así disputó aquel curso 45 encuentros (42 completos), siendo decisivo en la histórica eliminación copera del Real Madrid.
Hoy en día aún cojea. Ningún aficionado blanquiazul debería olvidar por qué.
(*) Capítulo del libro ‘El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo’, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.