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Admirémosles

Hay algo de estupidez en todo esto que no nos debe asombrar. La desazón les invade y viven la hora en la que todo le vale. Este fin de semana hicieron la ola con un auto del TSJC que considera que el arquitecto ronaldo debe cobrar los treinta mil euros que se ganó en el concurso ilegal del Istmo. Quienes le encomendaron el trabajo fueron arrogantes, irresponsables y negligentes; y por ese conjunto de razones tiraron más de cien millones de las antiguas pesetas a la basura, entre ellos los cinco de Ferrater. En buena lógica, si existiera eso que llamamos justicia en la tierra, tendrían que ser Soria y Pepa Luzardo quienes le pagaran de su bolsillo, y no con el dinero de los contribuyentes. Pero se alegran como niños chicos, como si de repente hubiesen recibido un premioÂ…, un premio, sí, pero a su increíble necedad.Nos gustará mucho o poco, pero ese teatro es suyo; durante unos días llevará el sello inconfundible de sus actos y el aroma de sus atropellos. Y ya lo están anunciandoÂ…, con nuestro dinero, por supuesto. Mírenme a mí, dice la alcaldesa, he sido yoÂ…, yo, a la que llaman torpe y atolondrada, he sido yo, que he estado sacrificada a pie de obra, día a día, a dar el coñazo, a indicarle a los obreros cómo se erige un teatro en condicionesÂ… Y es verdad: a falta de otras maravillas que ofrecer a su electorado, Luzardo se ha centrado de manera obsesiva en la inauguración del Teatro Pérez Galdós como si en ese gesto pretendiera fundirse con la nobleza local que la detesta. Por eso, aunque no esté rematado del todo, aunque en el exterior parezca que se esté librando una batalla campal, aunque falten numerosos detalles, y aunque los trabajadores y la constructora piensen que podrían haber terminado antes sin las injerencias permanentes de la alcaldesa, que un día sí y otro también visitaba la obra acompañada de aduladores con los que se cubría de halagos, lo cierto es que estamos ante lo que estamos: un acto puramente electoral, exactamente lo mismo que en la legislatura pasada lo representó la Circunvalación y el Estadio Gran Canaria.(Por cierto: ¿se acuerdan de la sonora pitada que recibieron los dirigentes de ICAN por parte de un estadio lleno cuando aquellos quisieron hacer política con los electores?).En fin, algo indigerible nos amenaza: durante todos estos días de fiebre inauguradora los ignorantes que jamás leyeron un libro de calado, o que martirizan sus oidos con el chunda chunda y la música de consumo ultracomercial, se embutirán sus mejores vestidos y trajes para codearse con el cielo y el olimpo cultural. Todos parecerán amigos de Von karajan, adoradores de Levine, intérpretes de Wagner y de su tetralogía, la última de las cuales se titula significativamenteEl ocaso de los dioses.Viviremos la exacerbación del provincianismo. Si no fuera por las ínfulas que se dan, por esa neura que les entra controlándolo todo, desde el gabinete de prensa a los invitados, creo que están dispuestos a regalarnos para nuestra diversión plebeya una ferias de la vanidad épica e inmemorial. Cualquier patán puede ser alguien si entra en el teatro el día de la inauguración; y cualquiera elegido por error puede presumir de sentarse en el trono de las artes cuando su gestión huele más que nunca a hediondez.Claro que para llegar a admirarles como se merecen ha hecho falta que Álvarez Cascos (PP) mandase a la alcaldesa a la puñeta por descalificarlo por sus relaciones privadas (¡¿Cómo?! ¿ella?!), que una ministra socialista (de ¡Fomento!, oh casualidad) pusiera nueve millones de euros a favor del teatro, que esos millones impulsasen el inicio de las obras, y que un montón de patronos, de empresarios locales de buena voluntad, aportasen cantidades nada despreciables procedentes de su cuenta de resultados a sabiendas de que ésta no es su fiesta.El amor incondicional y el cariño verdadero, como la vida misma, es cosa de los invisibles: de los que no tendrán su foto, de lo que se conformarán con un papelito terciario, de aquellos que colocan su espalda como un colchón para que por ella suban los arribistas. Sin embargo, esa masa sin nombres ni apellidos es la única dueña del teatro. Francisco J. Chavanel

Hay algo de estupidez en todo esto que no nos debe asombrar. La desazón les invade y viven la hora en la que todo le vale. Este fin de semana hicieron la ola con un auto del TSJC que considera que el arquitecto ronaldo debe cobrar los treinta mil euros que se ganó en el concurso ilegal del Istmo. Quienes le encomendaron el trabajo fueron arrogantes, irresponsables y negligentes; y por ese conjunto de razones tiraron más de cien millones de las antiguas pesetas a la basura, entre ellos los cinco de Ferrater. En buena lógica, si existiera eso que llamamos justicia en la tierra, tendrían que ser Soria y Pepa Luzardo quienes le pagaran de su bolsillo, y no con el dinero de los contribuyentes. Pero se alegran como niños chicos, como si de repente hubiesen recibido un premioÂ…, un premio, sí, pero a su increíble necedad.Nos gustará mucho o poco, pero ese teatro es suyo; durante unos días llevará el sello inconfundible de sus actos y el aroma de sus atropellos. Y ya lo están anunciandoÂ…, con nuestro dinero, por supuesto. Mírenme a mí, dice la alcaldesa, he sido yoÂ…, yo, a la que llaman torpe y atolondrada, he sido yo, que he estado sacrificada a pie de obra, día a día, a dar el coñazo, a indicarle a los obreros cómo se erige un teatro en condicionesÂ… Y es verdad: a falta de otras maravillas que ofrecer a su electorado, Luzardo se ha centrado de manera obsesiva en la inauguración del Teatro Pérez Galdós como si en ese gesto pretendiera fundirse con la nobleza local que la detesta. Por eso, aunque no esté rematado del todo, aunque en el exterior parezca que se esté librando una batalla campal, aunque falten numerosos detalles, y aunque los trabajadores y la constructora piensen que podrían haber terminado antes sin las injerencias permanentes de la alcaldesa, que un día sí y otro también visitaba la obra acompañada de aduladores con los que se cubría de halagos, lo cierto es que estamos ante lo que estamos: un acto puramente electoral, exactamente lo mismo que en la legislatura pasada lo representó la Circunvalación y el Estadio Gran Canaria.(Por cierto: ¿se acuerdan de la sonora pitada que recibieron los dirigentes de ICAN por parte de un estadio lleno cuando aquellos quisieron hacer política con los electores?).En fin, algo indigerible nos amenaza: durante todos estos días de fiebre inauguradora los ignorantes que jamás leyeron un libro de calado, o que martirizan sus oidos con el chunda chunda y la música de consumo ultracomercial, se embutirán sus mejores vestidos y trajes para codearse con el cielo y el olimpo cultural. Todos parecerán amigos de Von karajan, adoradores de Levine, intérpretes de Wagner y de su tetralogía, la última de las cuales se titula significativamenteEl ocaso de los dioses.Viviremos la exacerbación del provincianismo. Si no fuera por las ínfulas que se dan, por esa neura que les entra controlándolo todo, desde el gabinete de prensa a los invitados, creo que están dispuestos a regalarnos para nuestra diversión plebeya una ferias de la vanidad épica e inmemorial. Cualquier patán puede ser alguien si entra en el teatro el día de la inauguración; y cualquiera elegido por error puede presumir de sentarse en el trono de las artes cuando su gestión huele más que nunca a hediondez.Claro que para llegar a admirarles como se merecen ha hecho falta que Álvarez Cascos (PP) mandase a la alcaldesa a la puñeta por descalificarlo por sus relaciones privadas (¡¿Cómo?! ¿ella?!), que una ministra socialista (de ¡Fomento!, oh casualidad) pusiera nueve millones de euros a favor del teatro, que esos millones impulsasen el inicio de las obras, y que un montón de patronos, de empresarios locales de buena voluntad, aportasen cantidades nada despreciables procedentes de su cuenta de resultados a sabiendas de que ésta no es su fiesta.El amor incondicional y el cariño verdadero, como la vida misma, es cosa de los invisibles: de los que no tendrán su foto, de lo que se conformarán con un papelito terciario, de aquellos que colocan su espalda como un colchón para que por ella suban los arribistas. Sin embargo, esa masa sin nombres ni apellidos es la única dueña del teatro. Francisco J. Chavanel