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Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs

Las andanzas de Dimas

Lo más interesante de la vista oral del caso contra Dimas Martín y Rodríguez Batllori son, sin duda, las declaraciones del responsable de la Guardia Civil que ha asegurado que Dimas Martín, fundador y mandamás del PIL conejero, fue –mientras estaba encarcelado en la carcel de Tahíche-, quien gobernó en Arrecife entre 2008 y 2009, dirigiendo de paso una trama para el cobro de comisiones y sobornos a empresarios. Dimas había entrado en la cárcel por haber comprado años atrás por 30 millones de pesetas el voto de un concejal de Arrecife, que fue determinante para que los suyos se hicieran con el control de la capital lanzaroteña. Jamás se resignó a perder ese control, que mantuvo de una forma u otra, y del que alardeaba incluso cuando estaba preso en la cárcel, a la que ingresó escoltado por centenares de paisanos y amigos, y dónde se movía como si en vez de un reo fuera un invitado, con la aquiescencia respetuosa de sus vigilantes. Habría que preguntarse porqué Dimas hizo lo que quiso desde Tahíche, quen lo permitió, y como puede mantenerse un entramado criminal desde prisión sin complicidades y connivencias. Pero esa es otra historia, distinta a esta. Quizá algún día se cuente.

Lo más interesante de la vista oral del caso contra Dimas Martín y Rodríguez Batllori son, sin duda, las declaraciones del responsable de la Guardia Civil que ha asegurado que Dimas Martín, fundador y mandamás del PIL conejero, fue –mientras estaba encarcelado en la carcel de Tahíche-, quien gobernó en Arrecife entre 2008 y 2009, dirigiendo de paso una trama para el cobro de comisiones y sobornos a empresarios. Dimas había entrado en la cárcel por haber comprado años atrás por 30 millones de pesetas el voto de un concejal de Arrecife, que fue determinante para que los suyos se hicieran con el control de la capital lanzaroteña. Jamás se resignó a perder ese control, que mantuvo de una forma u otra, y del que alardeaba incluso cuando estaba preso en la cárcel, a la que ingresó escoltado por centenares de paisanos y amigos, y dónde se movía como si en vez de un reo fuera un invitado, con la aquiescencia respetuosa de sus vigilantes. Habría que preguntarse porqué Dimas hizo lo que quiso desde Tahíche, quen lo permitió, y como puede mantenerse un entramado criminal desde prisión sin complicidades y connivencias. Pero esa es otra historia, distinta a esta. Quizá algún día se cuente.