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¡Asuman sus errores!

Admito que, por higiene mental, no me he sentado a escribir sobre la disyuntiva catalana, porque cualquiera que haya aprobado la asignatura de historia contemporánea con un aprobado raspado sabrá que ambas posturas son erróneas, en la forma y en el fondo, y que todo responde a una estrategia pensada para colocar, en un segundo plano, las miserias que ambos bandos buscan esconder tras todo este sinsentido.

No obstante, hay hechos que me sobrepasan por lo mezquino de su discurso y por la tremenda ignorancia detrás. Hay hechos que demuestran la razón por la que una legión de espantajos, que usa y abusa de los resortes del poder, se mantiene en el sillón y, encima, se ríe del común de los mortales sin que éstos, los indocumentados que los sustentan, sean conscientes de ello.

Hay hechos que demuestran la mezquindad… No, la maldad intrínseca que sustenta cualquier nacionalismo -venga de donde venga, o se cubra con la enseña que se cubra- por mucho que sus defensores voceen lo contrario, cual apocalíptico telepredicador de medio pelo. Ese mismo nacionalismo que fomenta la irracionalidad, el ignorar las más mínimas reglas de convivencia y la visceralidad frente al buen juicio y el raciocinio humano, que haberlo, como las meigas, haylo.

¿Y cuál es el hecho en cuestión que ha terminado con mi paciencia, la cual, como las mencionadas meigas, también hayla? Pues la colecta organizada para pagar el comportamiento torticero, delictivo, partidista e impresentable de un cargo público que se olvidó de defender los intereses de la mayoría y se plegó a los deseos de la minoría de siempre, igualmente torticera, partidista e impresentable.

Habrá, como en todo, quienes defiendan el uso del dinero de cada uno para pagar y/ sufragar aquellas campañas y/ o iniciativas que le plazca, aunque se esté defiendo un comportamiento lesivo para los intereses de la mayoría. Ya se sabe que cuando la venda del fanatismo cubre los ojos del ciudadano oprimido, quien -cual personaje del cuadro de Eugène Delacroix (La Libertad guiando al pueblo)- se lanza a luchar en las calles contra la opresión de un gobierno -que, en este caso, dista mucho de ser el que encabezara, en el siglo XIX, el rey Carlos X de Francia- poco hay que decir.

Otra cosa bien distinta es ser incapaz de darse cuenta de que toda acción, por pequeña que ésta sea, conlleva una reacción y, en este caso, las reacciones que se me antojan de malas a peores, sobre todo en una sociedad tan castigada como la nuestra. Se tenga mucho y/o se tenga poco hay que ponderar muy bien qué causas se apoyan y, sobre todo, a quién se apoya, el meollo fundamental de todo esto. Y si piensan que van a obtener algún beneficio por su acto altruista, mejor que se den un paseo por un psicoanalista que haga descuento por lote…

Además, estaría bien que la muchachada que se apunta, tan lozana y desinteresada ella, a soportar este tipo de acciones fuera conscientes de dos cosas; la primera, los cargos públicos están para servir a la mayoría y que, si comenten un error, o se saltan la legalidad por capricho, deben hacer frente a su responsabilidad, sin tener que recibir más ayuda que la que su formación, su ética personal y sus recursos, les pueda ofrecer. Lo segundo, mientras haya niños que vayan al colegio sin desayunar, porque sus padres NO pueden comprar comida; mientras haya jóvenes que NO pueden estudiar, porque no hay becas, ni ayudas suficientes para ello; mientras haya personas dependientes que NO pueden disfrutar de una ayuda digna, porque las administraciones no “tienen” dinero para ello, SOBRAN las colectas para pagar los desmanes de los espantajos anteriormente comentados.

Imagino que, ante tanto ardor guerrero, a los independentistas de vía y mente estrecha se les ha pasado por alto un suceso acaecido en Huelva hace tan sólo unos días. Si es así, revisen las hemerotecas, las mismas que dejan con las vergüenzas al aire a los líderes de la revolución burguesa que ahora mismo estamos viviendo, y se darán cuenta de en DÓNDE deberían gastarse el dinero.

Admito que, por higiene mental, no me he sentado a escribir sobre la disyuntiva catalana, porque cualquiera que haya aprobado la asignatura de historia contemporánea con un aprobado raspado sabrá que ambas posturas son erróneas, en la forma y en el fondo, y que todo responde a una estrategia pensada para colocar, en un segundo plano, las miserias que ambos bandos buscan esconder tras todo este sinsentido.

No obstante, hay hechos que me sobrepasan por lo mezquino de su discurso y por la tremenda ignorancia detrás. Hay hechos que demuestran la razón por la que una legión de espantajos, que usa y abusa de los resortes del poder, se mantiene en el sillón y, encima, se ríe del común de los mortales sin que éstos, los indocumentados que los sustentan, sean conscientes de ello.