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Sobre los autobombos del Cuyás por Lucio Pérez Lanfranco

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Permítanme la observancia de ciertas críticas hacia unas líneas que desprenden un aroma rancio a autopromoción, destinadas obviamente a la difusión de la “eficaz gestión” de dicho teatro tras los cambios políticos en el Cabildo que se produjeron en las pasadas elecciones. En una sociedad cada vez más abierta, culta y plural, me llama poderosamente la atención que el Teatro Cuyás, con más de seis años de acreditado y exitoso trayecto en la exhibición sin apenas competencia, necesite a estas alturas recurrir a este modo de publicidad un tanto ilógica, por cuanto sabemos que, por su titularidad pública fundamentalmente, no debería regalarse este tipo de recursos, más bien se le debería presuponer un alto grado de exigencia desde su fiel público y una pulcra gestión artística y contable desde la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico del Cabildo de Gran Canaria. En fin, que si el Teatro Cuyás funciona tan bien, no hace falta que se tenga que subrayar tanto, a fin de cuentas es su obligación porque cuenta con un soporte de dinero público y una fidelidad de sus espectadores que acuden cada año a ver el teatro de las compañías del panorama actual escénico. Como espectador habitual del Cuyás, opino que este empeño reiterado en los últimos días por transmitir tanta calidad denota el temor oculto en sus gestores ante la irrupción en el panorama cultural de la ciudad del Teatro Pérez Galdós, un temor infundado si uno está seguro de lo que hace y si conoce a fondo la programación de su competidor, cuyo objetivo es bien distinto en cuanto a la naturaleza de sus programación y su público. El espectáculo bananero que estos días refleja el Teatro Cuyás con su particular autobombo veraniego dista bastante de lo que realmente debería estar haciendo su equipo: autocrítica con los pies en el suelo para seguir ofertando calidad al público canario y menos ombliguismo, que ya estamos sobrados de espacios escénicos en Las Palmas de Gran Canaria.

Lucio Pérez Lanfranco

Permítanme la observancia de ciertas críticas hacia unas líneas que desprenden un aroma rancio a autopromoción, destinadas obviamente a la difusión de la “eficaz gestión” de dicho teatro tras los cambios políticos en el Cabildo que se produjeron en las pasadas elecciones. En una sociedad cada vez más abierta, culta y plural, me llama poderosamente la atención que el Teatro Cuyás, con más de seis años de acreditado y exitoso trayecto en la exhibición sin apenas competencia, necesite a estas alturas recurrir a este modo de publicidad un tanto ilógica, por cuanto sabemos que, por su titularidad pública fundamentalmente, no debería regalarse este tipo de recursos, más bien se le debería presuponer un alto grado de exigencia desde su fiel público y una pulcra gestión artística y contable desde la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico del Cabildo de Gran Canaria. En fin, que si el Teatro Cuyás funciona tan bien, no hace falta que se tenga que subrayar tanto, a fin de cuentas es su obligación porque cuenta con un soporte de dinero público y una fidelidad de sus espectadores que acuden cada año a ver el teatro de las compañías del panorama actual escénico. Como espectador habitual del Cuyás, opino que este empeño reiterado en los últimos días por transmitir tanta calidad denota el temor oculto en sus gestores ante la irrupción en el panorama cultural de la ciudad del Teatro Pérez Galdós, un temor infundado si uno está seguro de lo que hace y si conoce a fondo la programación de su competidor, cuyo objetivo es bien distinto en cuanto a la naturaleza de sus programación y su público. El espectáculo bananero que estos días refleja el Teatro Cuyás con su particular autobombo veraniego dista bastante de lo que realmente debería estar haciendo su equipo: autocrítica con los pies en el suelo para seguir ofertando calidad al público canario y menos ombliguismo, que ya estamos sobrados de espacios escénicos en Las Palmas de Gran Canaria.

Lucio Pérez Lanfranco