Barbie y el fútbol

Las jugadoras de la selección española de fútbol, nueva campeona del Mundo, recorren Madrid para celebrar su triunfo con la afición. EFE/Borja Sánchez-Trillo

María José Guerra

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Este verano ha tenido como protagonistas a las mujeres. La cultura popular en las sociedades capitalistas se articula en torno a diversos fenómenos de masas. El cine, de capa caída en su versión de exhibición comercial, ha vivido un resurgir de la mano de Barbie. Todos los récords de taquilla se han dinamitado mundialmente. Encargar una película sobre la icónica muñeca a una directora feminista, Greta Gerwig, ha sido dar en el clavo del éxito para una industria centrada únicamente en el cine de aventuras para consumo adolescente, sobre todo masculino. Es verdad que Openheimer ha seguido su estela con el trauma histórico de la bomba atómica y la Segunda Guerra Mundial, pero Barbie ha significado un fenómeno intergeneracional por el que el planeta entero ha visto satirizado el patético machismo y ha aceptado la evidencia de que el patriarcado no quiere extinguirse frente al empuje de las mujeres en sus luchas por los derechos y la igualdad.

Casi simultáneamente, el Mundial Femenino de fútbol de Australia ha roto todos los récords de audiencia convirtiéndose en un fenómeno también global. Las cadenas privadas de televisión que no compraron los derechos erraron el tiro. La audiencia fue masiva.

Este éxito, paradójicamente, ha traído consigo que explotara una bomba de relojería  en la Federación Española de Fútbol. Llovía sobre mojado, y una agresión sexual, en el que algunos sólo ven un gesto de alegría, ha hecho saltar la espita. Muchas jugadoras renunciaron durante los años anterioresa las tropelías del entrenador Vilda y del presidente Rubiales y su equipo. Desde el Mundial Masculino de Qatar ya sabíamos de la ínfima catadura moral de la Federación —allí no habrían permitido un Mundial femenino por el nulo respeto a los derechos humanos—. Ahora se ha pinchado, al menos parcialmente, la burbuja del machismo y de la cultura de la violación en la que las complicidades entre la Federación y los medios de comunicación deportivos son notorias. As y Marca, por citar tan sólo las publicaciones más destacadas, han tenido un tratamiento informativo del escándalo Rubiales absolutamente nefasto.

En el 2018, el feminismo explotó en las calles, en España y en otros países. La cultura de masas, espoleada por el empuje de  la cuarta ola del movimiento feminista, ha tomado nota cinco años después. Frente a la reacción de la ultraderecha por consolidar las coordenadas patriarcales, las jóvenes generaciones de mujeres, apoyadas por las que llevamos en la lucha décadas de esfuerzo a favor de la igualdad, siguen rompiendo moldes. No van a aceptar ni la subordinación, ni la sumisión.

Nos encontramos en este mundo situaciones terribles como las de Afganistán o Irán con nulo reconocimiento de los derechos de las mujeres, pero las resistencias y las batallas se siguen dando a costa de la vida y de la salud de las activistas y de sus familias. 

El verano del 2023, con todas sus turbulencias, quedará caracterizado en la historia de las mujeres por el desbordamiento feminista de los diques machistas en el cine y en el deporte. 

Todos estos procesos sociales masivos, y de aliento capitalista, están teñidos de ambivalencias y de crueles contradicciones, por supuesto. Barbie sigue siendo emblema de la tiranía estética y del imperialismo cultural. El fútbol es una dudosa industria con derivas corruptas, machistas, homófobas y racistas, y no sólo un deporte. No obstante, tomamos nota y seguiremos trabajando por una sociedad igualitaria. Las huestes patriarcales ya van encajando, a su pesar, que no será nada fácil silenciarnos.  

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