Espacio de opinión de Canarias Ahora
Ya estamos en campaña: ¿homo economicus vs homo sociologicus?
Ya estamos en campaña electoral. Esta mañana nuestras calles han aparecido llenas de propaganda electoral. Hasta ahora nuestras calles estaban llenas de propaganda comercial, en la que los anunciantes intentaban convencernos de que, de entre todos los bienes y servicios que podíamos adquirir con nuestro dinero, de todas aquellas actividades a las que podríamos dedicar nuestro tiempo, les compráramos a ellos. La propaganda electoral que ahora llena nuestras calles quiere convencernos también de que, entre toda la oferta que existen, compremos, es decir, votemos, por la suya. Desde hace poco más de una década, cuando Internet ya era una realidad que llevaba cierto tiempo entre nosotros y los teléfonos inteligentes se adueñaron de nuestras vidas se ha dicho hasta la saciedad que las reglas del juego han cambiado, y que del marketing se ha pasado al marketing digital. ¿Son las cosas verdaderamente tan diferentes? ¿Hasta qué punto esta campaña electoral, por ser digital, puede ser distinta de la de hace, por ejemplo, tres legislaturas?
En muchos ámbitos la generalización de los medios digitales de promoción y compra ha hecho posibles algunos de los presupuestos, como la información casi perfecta, que sobre el comportamiento de los consumidores hacía tradicionalmente la teoría económica clásica. Si pretendemos explicar el comportamiento a partir del paradigma del homo economicus, como el de un agente racional que de entre todas las opciones disponibles opta por aquella que maximiza su función de utilidad futura, pensemos hasta qué punto es distinto comprar ahora una lavadora, por poner un ejemplo, de lo que lo era hace unos años. Antes ibas a una tienda y generalmente te dejabas aconsejar por el vendedor que, en función de tus necesidades y de las características de los distintos modelos, te aconsejaba optar por uno u otro. Pero para la persona normal era prácticamente imposible tener un listado completo de los distintos modelos, de las prestaciones o de sus precios. Sin embargo, creo que ahora no soy el único que, cuando he de comprar algo que conlleva un gasto de cierta importancia, al poner lo que busco en Google me encuentro con los distintos precios que puedo pagar por un mismo producto, puedo conocer en detalle las características y también acceder a opiniones de otras personas. Si voy a ver una película, comprar un libro, quedarme en un hotel o visitar determinado destino turístico puedo acceder a las reseñas de quienes han adquirido el producto antes de mí. ¿Qué pasa si lo que estamos sopesando es la posibilidad de decidir a quién otorgamos nuestro voto?
En el primer día de campaña electoral, al poner en el buscador más usado “Elecciones Gobierno de Canarias 2023”, las dos primeras entradas que le han salido a quien esto escribe eran del propio gobierno, y la tercera la de la televisión pública estatal, que, bajo el título “Conoce a todos los candidatos” aportaba una serie de datos sobre ellos. Como ya comenté no hace mucho, para mí lo más destacable de estas es que serán las primeras elecciones en que, estando en vigor la ley de transparencia, es posible acceder a una información sobre nuestros cargos públicos que antes desconocíamos. Y, como la práctica totalidad de quienes se presentan a las elecciones, al menos en puestos destacados, ocupan ya cargos públicos, es posible saber cosas como cuánto cobran o cuál ha sido su trayectoria laboral. Aunque cuando elegimos entre distintos alojamientos o películas podemos conocer la opinión de quienes los han consumido previamente, aún no podemos acceder a reseñas de nuestros políticos. Pondré un ejemplo para incitar la curiosidad de quien quiera bucear un poco por Internet: para las elecciones municipales de 2023 en uno de los ayuntamientos más importantes de Gran Canaria, el candidato de un partido que en la legislatura anterior estaba en el poder ocupó el puesto de director general en una importante consejería del gobierno autónomo. ¿Qué tal lo hizo? Pues no lo sé. A menudo se dice, especialmente por parte de algunas opciones políticas, que lo importante a la hora de elegir a los políticos locales es que sean buenos “gestores”, pero ¿cómo se evalúa eso? Quizá todo se andará, y en el futuro quienes tengamos acceso a reseñas sobre el desempeño como gestores de quienes han ocupado cargos de confianza. Pero de momento tendremos que usar otros criterios para decidir nuestro voto. Si es que tenemos que decidirlo.
El paradigma del homo economicus parte del supuesto de que, al menos en determinadas áreas de nuestra vida, las personas somos agentes racionales que decidimos nuestras acciones en función de expectativas racionales acerca de nuestra función de utilidad futura. Llevado al terreno electoral, y dicho en plata, lo que esto querría decir es que entre los distintos candidatos los “electores racionales” votarían por aquellos candidatos que piensan que harán que el mundo se parezca más a como ellos querrían que fuera. Desde lo que yo denomino el paradigma del homo sociologicus, el supuesto vendría a ser que las personas elegimos nuestro comportamiento en función de pautas socialmente establecidas para el grupo social al que se pertenece en función de la situación en que se encuentre. ¿Qué es lo que a tí te identifica, a qué grupo social perteneces? Cada quien que diga lo que le plazca: soy “de aquí”, “de izquierdas”, “vegano” o “Testigo de Jehová”. ¿Qué es lo que deben de hacer quienes pertenecen a cada grupo social cuando hay elecciones? Una vez más, Google sale en nuestro rescate: en principio, los Testigos de Jehová no votar... Respecto al resto de grupos, dejo a cada quien usar su imaginación.
Pero de momento, al menos la ley de transparencia nos permite saber quién ha estado donde. A cuenta de la reciente regulación del teletrabajo ayer me enteré de que en la actualidad trabajan para la Administración Autonómica unas 80.000 personas. En términos generales, la Administración Pública cree firmemente en la meritocracia, que sirve para progresar... hasta que llegas al nivel en que los cargos son de confianza. Esta mañana me he entretenido en bucear un poco en Internet y, gracias entre otras cuestiones a las obligaciones que impone la ley de transparencia, he comprobado que lo que siempre se ha dicho acerca de la “profesionalización” de la política no es un juicio de valor, sino de hecho. La práctica totalidad de quienes ocupan puestos importantes en las listas actuales han tenido cargos públicos con anterioridad. Eso puede verse como algo bueno (tienen experiencia, conocen su trabajo) o como algo malo (hace tiempo que no tienen una profesión, pues su profesión es la política).
Ya estamos en campaña electoral. Esta mañana nuestras calles han aparecido llenas de propaganda electoral. Hasta ahora nuestras calles estaban llenas de propaganda comercial, en la que los anunciantes intentaban convencernos de que, de entre todos los bienes y servicios que podíamos adquirir con nuestro dinero, de todas aquellas actividades a las que podríamos dedicar nuestro tiempo, les compráramos a ellos. La propaganda electoral que ahora llena nuestras calles quiere convencernos también de que, entre toda la oferta que existen, compremos, es decir, votemos, por la suya. Desde hace poco más de una década, cuando Internet ya era una realidad que llevaba cierto tiempo entre nosotros y los teléfonos inteligentes se adueñaron de nuestras vidas se ha dicho hasta la saciedad que las reglas del juego han cambiado, y que del marketing se ha pasado al marketing digital. ¿Son las cosas verdaderamente tan diferentes? ¿Hasta qué punto esta campaña electoral, por ser digital, puede ser distinta de la de hace, por ejemplo, tres legislaturas?
En muchos ámbitos la generalización de los medios digitales de promoción y compra ha hecho posibles algunos de los presupuestos, como la información casi perfecta, que sobre el comportamiento de los consumidores hacía tradicionalmente la teoría económica clásica. Si pretendemos explicar el comportamiento a partir del paradigma del homo economicus, como el de un agente racional que de entre todas las opciones disponibles opta por aquella que maximiza su función de utilidad futura, pensemos hasta qué punto es distinto comprar ahora una lavadora, por poner un ejemplo, de lo que lo era hace unos años. Antes ibas a una tienda y generalmente te dejabas aconsejar por el vendedor que, en función de tus necesidades y de las características de los distintos modelos, te aconsejaba optar por uno u otro. Pero para la persona normal era prácticamente imposible tener un listado completo de los distintos modelos, de las prestaciones o de sus precios. Sin embargo, creo que ahora no soy el único que, cuando he de comprar algo que conlleva un gasto de cierta importancia, al poner lo que busco en Google me encuentro con los distintos precios que puedo pagar por un mismo producto, puedo conocer en detalle las características y también acceder a opiniones de otras personas. Si voy a ver una película, comprar un libro, quedarme en un hotel o visitar determinado destino turístico puedo acceder a las reseñas de quienes han adquirido el producto antes de mí. ¿Qué pasa si lo que estamos sopesando es la posibilidad de decidir a quién otorgamos nuestro voto?