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Canarias, desprecio y drama

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Dispuesto a escribir los versos más bellos esta noche, qué fatalidad. También sobre las emulaciones de la realidad y el cine, del cine y de la realidad. Así, El presidente y Miss Wade pegada a demasiadas cosas que ocurren aquí; destaco el discurso final del presidente, una excelente pieza del guionista Aaron Sorkin, muy recomendable para los jueces de visita en la Moncloa. Pero no: algo me llevaba a Cataluña cuando escuché al portavoz de esa cosa denominada Junts intentando justificar su posición en las votaciones de este martes en el congreso: qué asco. Descartada la marca hispánica, me dejé embaucar por los diarios y por el recuerdo. Y con ellos me despertó la cadena SER: “Este miércoles se cumple un cuarto de siglo de la primera tragedia documentada en ruta hacia las islas el 24 de julio de 1999 en la playa de La Señora (Fuerteventura)”. Y un antetítulo: “La ruta canaria es la más mortífera del mundo”.

Pocos días después, el entonces presidente de Canarias, Román Rodríguez, y el que esto escribe, a la sazón, su director de gabinete, volamos a la isla majorera para una reunión urgente: todos los alcaldes, el presidente del Cabildo y el consejero de Empleo y Asuntos Sociales del Gobierno, también majorero. No éramos conscientes de la magnitud del drama de entonces y mucho menos de lo que se venía encima para los próximos años. Con todo ese bagaje que nos daba el conocimiento directo de las autoridades locales, recibí el encargo de organizar una reunión con el ministro del Interior, Mayor Oreja. A Madrid nos fuimos todos. No hubo impedimento para la reunión, quizás por respeto institucional, quizás por apuros en otras cosas como se vio, quizás por la consideración de mi homólogo en Interior, el diplomático Arístegui, quizás por todo ello y también por desprecio secular y colonial, “¡qué querrán estos canarios con eso de la inmigración!”.

Sin entrar en detalles, ya son demasiados, solo contaré que el ministro y sus colaboradores, en especial su secretario de estado, Fluxá, estaban muy distraídos con sobres y papeles que iban y venían en medio de nuestra reunión. No sé si entonces el señor López había dicho aquello del movimiento vasco de liberación o cosa parecida, pero en esas estaban, con las vicisitudes de una tregua. ¿Qué éramos nosotros en medio de todo aquello? Una molestia comprensible, o una incomodidad exagerada: “Pero cuántos hay por las calles, ¿trescientos? Eso es muy poco para una población como la de Fuerteventura”, sentenció sin miramientos Mayor Oreja. Podría decirse que ahí acabó la reunión pero la reunión nunca llegó a empezar porque el desprecio hacia las preocupaciones que traíamos impedía e incapacitaba para empezar a analizar el drama.

Veinticinco años después, veinte mil muertos después, los que son ahora mismo, llevamos días soportando la hipocresía de ciertos políticos cuando se trata de acoger a un número limitado de menores que en Canarias ya no tiene cabida. Probablemente alguien diga, ha dicho o dirá, que seis mil infantes son pocos respecto a la población total del Archipiélago. Y se quedarán tranquilos.

 “No puedes contemplarte/ en el mar./ Tus miradas se tronchan/ como tallos de luz./ Noche de la tierra”. Es un pequeño poema de García Lorca, La gran tristeza, en sus Suites. No podemos mirarnos en el mar de Canarias sin llorar. Mucho estos días.

Dispuesto a escribir los versos más bellos esta noche, qué fatalidad. También sobre las emulaciones de la realidad y el cine, del cine y de la realidad. Así, El presidente y Miss Wade pegada a demasiadas cosas que ocurren aquí; destaco el discurso final del presidente, una excelente pieza del guionista Aaron Sorkin, muy recomendable para los jueces de visita en la Moncloa. Pero no: algo me llevaba a Cataluña cuando escuché al portavoz de esa cosa denominada Junts intentando justificar su posición en las votaciones de este martes en el congreso: qué asco. Descartada la marca hispánica, me dejé embaucar por los diarios y por el recuerdo. Y con ellos me despertó la cadena SER: “Este miércoles se cumple un cuarto de siglo de la primera tragedia documentada en ruta hacia las islas el 24 de julio de 1999 en la playa de La Señora (Fuerteventura)”. Y un antetítulo: “La ruta canaria es la más mortífera del mundo”.

Pocos días después, el entonces presidente de Canarias, Román Rodríguez, y el que esto escribe, a la sazón, su director de gabinete, volamos a la isla majorera para una reunión urgente: todos los alcaldes, el presidente del Cabildo y el consejero de Empleo y Asuntos Sociales del Gobierno, también majorero. No éramos conscientes de la magnitud del drama de entonces y mucho menos de lo que se venía encima para los próximos años. Con todo ese bagaje que nos daba el conocimiento directo de las autoridades locales, recibí el encargo de organizar una reunión con el ministro del Interior, Mayor Oreja. A Madrid nos fuimos todos. No hubo impedimento para la reunión, quizás por respeto institucional, quizás por apuros en otras cosas como se vio, quizás por la consideración de mi homólogo en Interior, el diplomático Arístegui, quizás por todo ello y también por desprecio secular y colonial, “¡qué querrán estos canarios con eso de la inmigración!”.