Espacio de opinión de Canarias Ahora
Una casa más grande
Hace mucho, mucho tiempo, pasó por la redacción de RNE y de TVE un periodista al que casi todos admiraban, sin distingos entre izquierdas y derechas. Inteligente, culto, rápido, con olfato, con agenda, con oficio. Contaba historias y las contaba muy bien. Todavía hoy hay compañeros y compañeras que admiten en privado y en público lo bueno que era… antes de perderse en el camino. Se llamaba Alfredo Urdaci y se creyó poder. Y en efecto, lo era. Era cuarto poder. Estaba en su mano ejercerlo desde la tribuna de la prensa. Pero en un determinado momento, eligió el atril político que le brindó el Gobierno. Y dejó de hacer lo que mejor sabía: periodismo.
A lo largo de un cuarto siglo de trayectoria profesional, he visto a algunos periodistas, menos conocidos y mediáticos, pasarse al “otro lado” que, dicho sea de paso, no necesariamente está a la derecha. También, a la izquierda. Quedar atrapados como insectos en la envolvente lengua del poder, víctimas de la viscosidad de la saliva. Como las moscas. La mayoría anhelaba una casa más grande, unas vacaciones más largas y lujosas, un coche más cómodo, un círculo social más selecto, un despacho con vistas, una camisa o un bolso con iniciales de grandes marcas, a ser posible tamaño Din A3. Querían vivir mejor. Mucho mejor. Y que se viera. Que los demás fueran testigos de ese ascenso a ninguna parte. Y eligieron. Eligieron no ejercer su profesión a cambio de cosas. Al fin y al cabo, la honradez no paga facturas.
Que el Periodismo está mutando para mal es una evidencia que cualquiera puede constatar cada mañana leyendo las portadas de algunos periódicos o viendo cómo se abordan ciertas “noticias” en determinados informativos de televisión y radio. No hablamos de errores o de imprecisiones, que todos podemos cometer. Hablamos de una prensa al servicio del poder. Y de paso, el asedio constante, sistemático –incluso, inhumano- a los profesionales que no se venden. Aquellos cuya existencia no depende de los metros cuadrados de una vivienda, ni de estancias en hoteles de 5 estrellas, ni de los caballos de un coche, ni de invitaciones a eventos pretendidamente “chic”, ni de hipotecas profesionales, ni de artículos de lujo. En definitiva, los periodistas que están en este oficio para ejercer como tales. Los últimos de Filipinas.
¿Es posible mejorar la situación de esos compañeros? No me cabe duda, al menos, en la infantería. (La caballería ya es harina de otro costal) El método lo canta Sabina: haciendo que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena. Ser independiente, preguntar y escribir lo más honradamente posible, también depende de la estabilidad laboral y de percibir o no un sueldo digno por parte del medio para el que trabajas. Nadie, con ingresos pírricos, hijos al cargo, hipoteca o alquiler, se la juega en una rueda de prensa abordando temas incómodos, ni tampoco en una redacción cuestionando las órdenes de un jefe o jefa. No se trata de hacerlos ricos, sino de pagarles lo que merecen, de fijar jornadas laborales razonables, en definitiva, de blindarlos frente al poder. No es lo mismo pasar al “otro lado” por necesidad que por avaricia. Créanme, conozco los dos casos.
En este mundo tan raro en el que nos ha tocado vivir, los que han renunciado a ejercer la profesión por uno u otro motivo han conseguido que una espesa niebla cubra la frontera entre la verdad y la mentira. Todo parece lo mismo, pero nada lo es. En un entorno, donde es imposible distinguir la certeza de la duda, no solo está en juego el Periodismo. Está en juego la Democracia. Sí, con mayúsculas. La Democracia. La misma a la que los intereses políticos cortoplacistas y la falta de honradez de periodistas y medios que les acompañan colocan cada día al borde del abismo. Luego, nos preguntaremos qué fue lo que pasó.
Hace mucho, mucho tiempo, pasó por la redacción de RNE y de TVE un periodista al que casi todos admiraban, sin distingos entre izquierdas y derechas. Inteligente, culto, rápido, con olfato, con agenda, con oficio. Contaba historias y las contaba muy bien. Todavía hoy hay compañeros y compañeras que admiten en privado y en público lo bueno que era… antes de perderse en el camino. Se llamaba Alfredo Urdaci y se creyó poder. Y en efecto, lo era. Era cuarto poder. Estaba en su mano ejercerlo desde la tribuna de la prensa. Pero en un determinado momento, eligió el atril político que le brindó el Gobierno. Y dejó de hacer lo que mejor sabía: periodismo.
A lo largo de un cuarto siglo de trayectoria profesional, he visto a algunos periodistas, menos conocidos y mediáticos, pasarse al “otro lado” que, dicho sea de paso, no necesariamente está a la derecha. También, a la izquierda. Quedar atrapados como insectos en la envolvente lengua del poder, víctimas de la viscosidad de la saliva. Como las moscas. La mayoría anhelaba una casa más grande, unas vacaciones más largas y lujosas, un coche más cómodo, un círculo social más selecto, un despacho con vistas, una camisa o un bolso con iniciales de grandes marcas, a ser posible tamaño Din A3. Querían vivir mejor. Mucho mejor. Y que se viera. Que los demás fueran testigos de ese ascenso a ninguna parte. Y eligieron. Eligieron no ejercer su profesión a cambio de cosas. Al fin y al cabo, la honradez no paga facturas.