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No me chilles que no te veo

La película cuenta las peripecias de Wally Karue, interpretado por el desaparecido actor Richard Pryor, y Dave Lyons, a quien da la réplica el actor Gene Wilder. Wally es ciego y Dave es sordo.

Los dos no tienen nada en común hasta que un cadáver, una conspiración de tintes económicos y una bella mujer, Eve, interpretada por la modelo y actriz Joan Severance, los une para poder salvar sus vidas.

Como era de suponer, la relación no es lo que llamaríamos “fácil”, en especial por las dispares personalidades de ambos protagonistas. Dave es organizado, serio, tiene un trabajo y disfruta con su vida. Wally, por el contrario, es un desastre con patas y, desde el primer momento, logrará sacar de quicio al bueno de Dave.

Para colmo de males, ambos se ven atrapados en un enredo donde todas las pruebas apuntan hacia ellos y sus únicas coartadas son una conversación que escuchó Wally, quien no pudo ver a las personas implicadas, y lo que vio Dave, aunque sin poder escuchar nada.

En medio de todo estarán los verdaderos causantes del cadáver que incrimina a los dos protagonistas, empeñados en acabar con la vida de Wally y Dave, antes de que ambos logren atar los cabos sueltos y conocer la verdad.

La persecución dará como resultado, situaciones tan hilarantes como cuando ambos logran escapar en un coche patrulla de la policía, conducido por Wally, según las indicaciones de Dave ?ante el asombro del detective que se está encargando del caso-.

Cercana al absurdo que tan bien escenificaron los hermanos Marx en el cine, No me chilles que no te veo sorprende por lo ágil y acertado de sus diálogos y por la notable interpretación de Pryor y Wilder en una de las cuatro ocasiones en la que trabajaron juntos desde que El expreso de Chicago (Silver Streak) en 1976. Con sólo verles la cara, en medio de cualquiera de las situaciones que se ven obligados a vivir, uno no puede reprimir la carcajada.

Y lo que son las cosas, con el paso de los años, la misma situación absurda y delirante que tan bien refleja No me chilles que no te veo se ha convertido en una constante en la vida social y política de nuestras islas, especialmente en Gran Canaria. Cada día se desvelan nuevas informaciones que demuestran el nulo interés de los mandatarios, regidores, cargos electos o mandarines ?con permiso de don José Alemán- por el bien común y su afán por favorecer a sus allegados.

Quienes se sientan cerca de las tesis conservadoras, del libre mercado y los movimientos de capital, postulan que esto no es así y que somos los demás los que no sabemos apreciar las bondades de quienes han mangoneado los designios públicos en los últimos quince años.

Para quienes han visto engordar su cuenta de resultados, sin descanso, no les importa que el cemento sea una constante en una isla que no dispone de un terrero ilimitado.

Poco importan las quejas de quienes viven en barrios saturados. Si hay una bolsa de suelo disponible es lícito construir cualquier mamotreto que enriquezca a una determinada empresa con su explotación.

¡¡¡NO ME CHILLES QUE NO TE VEO!!!

Tampoco están muy por la labor de respetar el desarrollo sostenible, la ecología y esas cosas. Importan más los campos de golf para una minoría rica o acomodada ?que el golf ya no es lo que era- antes que preservar las reservas de agua de nuestro territorio. Además, ése es el turismo que interesa, el que viene a dejarse los dineros en el archipiélago.

Luego, los empresarios que hospedan a dichos visitantes, son reacios a invertir en su comunidad ?como le ocurre al entrañable, pero avaricioso Tío Gilito-. Mejor es “bañarse” en sus euros antes que contribuir al bien común. No son todos, por fortuna, pero tampoco son tantos como debieran.

¡¡¡NO ME CHILLES QUE NO TE VEO!!!

Y mientras todo esto sucede, cada vez son más los cargos electos implicados en casos de corrupción, tráfico de influencia, falsedad documental y mil trapisondas más, las cuales sólo ayudan a favorecer la desconfianza de unos ciudadanos bastante cansados de ver cómo las cosas no sólo no cambian, sino que se estancan hasta pudrirse.

Lo mejor de todo es ver las respuestas, en clara huida hacia delante, de quienes aprobaron las normas, firmaron las actas, o encargaron los informes que ahora la justicia no considera válidos. No me entiendan mal, sé que hay muchas personas que tratan de hacer las cosas según las leyes vigentes, y errores los podemos cometer todos. Otra cosa es ver cómo, una y otra vez, se repiten los comportamientos despóticos, el dar la callada por respuesta, o argumentar cualquier mentira para no asumir una sola responsabilidad.

¡¡¡NO ME CHILLES QUE NO TE VEO!!!

Para la anécdota pueden quedar detalles como la compra de una máquina quitanieves para la ciudad de Las Palmas ?previsores que son algunos con el llamado cambio climático-; la “falta” de interruptores para que algunas inversiones millonarias empezaran a funcionar; o los costes en pulseras que deberían recordar al Verde que te quiero verde de Federico García Lorca y no a otras cosas.

Distinto es permanecer impasible ante la terrible y desastrosa herencia que los anteriores responsables de manejar los dineros de la isla han dejado a las nuevas corporaciones. Lo más sensato sería “apagar la luz e irse” ante una situación tan catastrófica como la que se encuentra el Ayuntamiento de la ciudad de Las Palmas. En el Cabildo de Gran Canaria sí parece haber fondos, pero la lista de cosas pendientes se asemeja mucho a un gugol -10, elevado a 100-, con lo que no sé qué es peor. También sé que no lo harán, pero les admiro por su capacidad de hacer frente al más difícil todavía.

Y llegados a este punto, somos los ciudadanos normales lo que no sabemos con qué carta jugar la próxima mano. Sólo queda armarse de paciencia y confiar que el buen juicio termine siendo una constante y no una rareza, como hasta ahora. Esto no significa que recomiende la pasividad y el esperar que alguien nos haga el trabajo sucio ?costumbre que no suele acarrear nada bueno-.

Porque, como muy bien decía Dave, en la película que da título a esta columna. ¡¡¡SOY SORDO, PERO NO GILLIPOLLAS!!!

La película cuenta las peripecias de Wally Karue, interpretado por el desaparecido actor Richard Pryor, y Dave Lyons, a quien da la réplica el actor Gene Wilder. Wally es ciego y Dave es sordo.

Los dos no tienen nada en común hasta que un cadáver, una conspiración de tintes económicos y una bella mujer, Eve, interpretada por la modelo y actriz Joan Severance, los une para poder salvar sus vidas.