Espacio de opinión de Canarias Ahora
El colapso viario en Tenerife
En la pasada Feria Internacional de Turismo (Fitur) de Madrid, Canarias se presentó un año más con la etiqueta de un territorio imprescindible para el disfrute vacacional. El reclamo fue el mismo disco rayado que escuchamos desde hace décadas: sol y playa, aderezado de unas excelentes infraestructuras hoteleras y residenciales. Precisamente, estas últimas se utilizan de manera distorsionada en este relato para enfatizar además el grado de desarrollo insular, cuando en realidad han contribuido a la destrucción medioambiental y a la ocupación intensiva del suelo, provocando un daño irreversible y unas consecuencias negativas para la propia idiosincrasia en islas como Tenerife y Gran Canaria.
En ese marco puramente comercial, nadie habló del gran problema que sufre Tenerife: el colapso viario, que afecta a los desplazamientos diarios de la población en las autopistas del Norte de Tenerife (TF-5) y del Sur de Tenerife (TF-1), así como en la Autovía de Interconexión Norte-Sur (TF-2).
Desde hace años, se han estudiado posibles alternativas para descongestionar la circulación de vehículos. Al final, todas convergen en el mismo punto: es necesario construir más vías y más infraestructuras asociadas a ellas. Según los datos del Instituto de Estadística de Canarias, el número de vehículos (turismos, guaguas, remolques, camiones y furgonetas, tractores industriales, etcétera) existentes en Tenerife en diciembre de 2008 ascendía a 649547, mientras que en diciembre de 2022 la cifra se situaba en 781873. El total de Canarias en ese último año era 1807380 vehículos, es decir, el 43,26 % circulaba en esa isla. Esto supone que, partiendo de 2008, que está considerado el año de referencia de la reciente crisis económica, el parque automovilístico no solo no se redujo por los problemas financieros que azotaron a la sociedad, sino que en los catorce siguientes aumentó alarmantemente hasta llegar a 132326 vehículos más. Dicho de otra manera: el consumo de este medio de transporte en todas sus modalidades se considera esencial, a la altura casi de los alimentos.
Aunque en este proceso inciden múltiples factores y podrían hacerse apreciaciones entorno a estos cálculos simples, demuestra que la sociedad sigue demandando más vehículos; incrementa el número de ellos por cada unidad familiar; consolida un modelo de desplazamiento individual, alejado del compartido; no exige un servicio de transporte público asequible, más barato y con mejoras indiscutibles en su funcionamiento regular; y, siempre a la cola, castiga sobremanera cualquier cuestión relacionada con la concienciación de la importancia del medioambiente y la defensa de un territorio muy resentido por la intervención humana.
En este marco, hay dos ejemplos que evidencian esta forma de proceder y la ausencia de movilización social que ponga fin a este modelo. Digo ausencia porque la cantidad de personas implicadas en protestar es ínfima en relación a la gran mayoría, que sigue apostando por el modelo depredador del territorio y por el uso intensivo y extensivo del vehículo. Luego, esas mismas personas presumen de sentirse orgullosas de su isla porque consideran que es lo más bonito que han visto, un sentimiento puramente romántico que choca con un espacio dominado por el cemento, el asfalto y la creciente contaminación.
El primero de esos ejemplos es el próximo gran destrozo sobre el suelo tinerfeño: la construcción de la carretera entre San Juan de la Rambla e Icod de Los Vinos. Esta obra forma parte del cierre del anillo insular, la última fase que pretende erigir una nueva autopista de 41,9 kilómetros para unir la del Norte con la del Sur entre Icod de Los Vinos y Adeje, con lo cual se completará una vía que permitirá rodear toda la Isla. Igualmente, conlleva la pretensión de que el anillo insular se extienda entre Los Realejos y San Juan de la Rambla, es decir, que abarque otro municipio más para desahogar la congestión del exceso de vehículos que sufre ese tramo concreto.
El otro ejemplo es la denominada variante de la TF5 en La Laguna, para solucionar parcialmente los atascos que se producen en esa vía a la altura de dicho municipio. El alcalde de La Laguna, Luis Yeray Gutiérrez, afirmó en noviembre de 2020 que supondría “una alternativa más respetuosa con el medioambiente y con menor impacto en el suelo agrícola” frente a la denominada Vía Exterior, ideada por Coalición Canaria, que igualmente tendría un efecto todavía más devastador sobre dicho suelo. Este modelo político es tan caótico y hace tal juego de malabares con el territorio que, dos años después, el Pleno del Ayuntamiento de La Laguna aprobó instar a la paralización de dicho proyecto, a instancias de una enmienda presentada por Unidas se puede, porque no solo provocaría un daño irreversible sobre el entorno de dicha ciudad, sino que demostraba que las propias instituciones públicas no plantean alternativas de conciencia colectiva y de uso racional en la utilización de los vehículos.
No deja de ser paradójico que en una sociedad donde los políticos han incorporado a su relato el argumento del desarrollo sostenible y el fomento del transporte público, muchos acaben reconociendo que toda esta infraestructura viaria no solucionará los problemas de los atascos diarios que sufren las referidas vías, salvo que se realicen otras obras complementarias y de gran envergadura con carácter indispensable. Esto es un modelo irracional porque pensamos siempre en el beneficio para el vehículo, cueste lo que cueste.
De manera paralela, en los últimos meses también se han retomado los proyectos para establecer los trenes del norte y del sur de Tenerife, publicitados una vez más como otra garantía segura para descongestionar ese tráfico viario y para impulsar el transporte público. Estos megaproyectos, que son un pelotazo empresarial con nexos políticos y un despilfarro de dinero público, revelan que quienes defienden este modelo de movilidad, ratifican la ocupación del territorio, sin importarles el impacto que se produzca sobre él, a la par que su discurso del mundo verde es otra forma de blanquear todo tipo de intereses para seguir aplicando la misma palanca de destrucción sobre el medio ambiente.
Se ha llegado a tal extremo que, de nuevo, ha salido a la palestra la idea de construir un túnel de 40 kilómetros para unir La Victoria de Acentejo y Güímar, es decir, el norte y el sur de Tenerife. Esta idea, retomada y defendida en 2008 por Ricardo Melchior y otros alcaldes de la Isla, implica nada más y nada menos que atravesar la dorsal de Pedro Gil para el tránsito de un tren, que complementaría los otros dos trenes previstos. Esta barbaridad, que incluso la defienden ecologistas como Octavio Hernández de Los Verdes de Tenerife, que afirmó que supondría “mejoras en la calidad de vida, medio ambiente y economía”, es el camino directo hacia una transformación de nuestro territorio, que desembocará en la pérdida total de sus características naturales y geográficas únicas y que debemos proteger a toda costa.
Por el contrario, en ningún momento se incide en implantar programas de educación ambiental y de un desarrollo verdaderamente sostenible, como tampoco en la referida conciencia colectiva en relación a lo que sucede en el territorio. Desde hace años, se ha extendido el debate sobre cuáles serían las alternativas viables para poner fin a ese colapso viario, pero no se llega a ninguna conclusión evidente porque falta implicación ciudadana y porque hemos dejado nuestra Isla en manos de los políticos, como tantas otras cosas, que nos venden y nos convencen en desarrollar modelos de degradación sobre el ecosistema.
Por favor: ¿somos conscientes de qué significa hablar en términos de circunvalación con una autopista y de circunvalación con trenes en una isla tan pequeña como Tenerife? ¿Por qué tenemos que importar modelos de infraestructuras y movilidad que se desarrollan en otros países, respondiendo a contextos totalmente antagónicos entre sí, cuando deberíamos actuar de una manera coherente con el espacio en el que vivimos? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para que el parque automovilístico siga creciendo desorbitadamente?
Ahora mismo, la sociedad tinerfeña debería estar informada periódicamente de cómo está evolucionando el transporte gratis en Tenerife, a raíz de la bonificación del 100 % para los abonos mensuales durante 2023, tal y como se aprobó en los Presupuestos Generales del Estado. Esto constituiría un indicador del grado de utilización del transporte público y cómo incide realmente en la movilidad para plantear otras actuaciones a corto plazo para fomentar el transporte público. Aun así, es más que evidente que la mayoría de habitantes de Tenerife no está dispuesta a renunciar a su vehículo para utilizarlo habitualmente y construir más vías es el estímulo directo y la justificación para seguir incrementando su adquisición y circulación.
Las dos preguntas que debemos hacernos es qué queremos para nuestra isla y cuándo le pondremos límites a este daño terrible que le estamos causando antes de su ruina final.
En la pasada Feria Internacional de Turismo (Fitur) de Madrid, Canarias se presentó un año más con la etiqueta de un territorio imprescindible para el disfrute vacacional. El reclamo fue el mismo disco rayado que escuchamos desde hace décadas: sol y playa, aderezado de unas excelentes infraestructuras hoteleras y residenciales. Precisamente, estas últimas se utilizan de manera distorsionada en este relato para enfatizar además el grado de desarrollo insular, cuando en realidad han contribuido a la destrucción medioambiental y a la ocupación intensiva del suelo, provocando un daño irreversible y unas consecuencias negativas para la propia idiosincrasia en islas como Tenerife y Gran Canaria.
En ese marco puramente comercial, nadie habló del gran problema que sufre Tenerife: el colapso viario, que afecta a los desplazamientos diarios de la población en las autopistas del Norte de Tenerife (TF-5) y del Sur de Tenerife (TF-1), así como en la Autovía de Interconexión Norte-Sur (TF-2).