Confesión y penitencia

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Dadas las fechas y más allá de las convicciones de cada cual, es necesario detenerse en algún momento con la finalidad de llevar a cabo un examen de conciencia. Para ello es mejor buscar un lugar tranquilo, con el móvil en silencio o, mejor aún, apagado, cerrar los ojos e inspirar y expirar profundamente varias veces antes dejar que fluyan por nuestra mente infinidad de pensamientos. La finalidad de dicho examen no es la de provocar angustia con las culpas, sino el reconocimiento sereno, serio y confiado para poder redimirse a través de la autoconfesión. Parece que, en ocasiones, es nuestra propia vida la que parece desviarse, fruto de decisiones equivocada o simplemente de nuestras debilidades personales. No obstante, no pensemos que nuestros designios están comandados por una divinidad o seres de otra galaxia. La palabra responsabilidad personal debe estar grabada a fuego en cada una de nuestras actuaciones.

Una vez reconocidos nuestros actos aparente impuros, hay que mostrar y experimentar arrepentimiento para poder reconciliarse con nuestro entorno y nuestro propio ser. En sí misma, la contrición es ese dolor que no sabemos definir porque no es físico. De hecho, si tuviésemos alma, tal vez sería ahí donde lo sentiríamos. Claro está que percibirla únicamente no debe ser la motivación. Debe estar acompañada del buen propósito como método de firme resolución de corrección, teniendo en consideración que, si nuestro arrepentimiento se basa en un motivo de interés la subsanación no tendrá mérito alguno. Así, cuando ya hayamos hecho el examen de conciencia y reconozcamos lo hecho como previo paso al arrepentimiento, pasamos al capítulo de la penitencia como acto que representa la reparación por la falta cometida. 

En definitiva, consiste en reflexionar sobre aquellas acciones, pensamientos o palabras, que nos hayan podido incrementar todo lo que nos inquieta y nos daña internamente a la vez que ofende al resto. Por ello, la sinceridad para evitar la opresión de la mala conciencia será un buen inicio. Con todo, si nos parece que aún mostramos falta de fuerzas para abandonar un vicio, perdonar a una persona o enmendar un daño causado, habrá que pedir ayuda especializada en la disciplina que más seguridad nos ofrezca. Hay que tomar en consideración que hay veces que el arrepentimiento llega con un sentimiento intenso de dolor o vergüenza, que, aparentemente, nos ayuda a enmendarnos. Sin embargo, no es indispensable sentir ese tipo de dolor siendo lo importante la comprensión de nuestros errores, tener deseos de mejorar y hacer el propósito de no volver a cometer esas faltas.

Entonces ¿nos hemos abandonado y faltamos el respeto de forma incesante? ¿hemos recibido favores sin la debida reverencia? ¿hemos mentido o engañado a la vez que odiamos? ¿nos hemos hospedado en un hotel donde por cada noche nos han cobrado seis mil euros (bebidas incluidas)? ¿hemos adquirido una modesta vivienda cuyo precio excede del millón de euros? ¿nos hemos comprado doce vehículos de alta gama por un importe total que sobrepasa los dos millones de euros además de un barco de fibra de vidrio de trece metros de eslora de más de trescientos mil euros?  Si de forma mayoritaria hemos contestado afirmativamente podemos presentar una candidatura oficial a ser comisionista en alguna licitación con tasas de ganancia dignas de usura. Pensemos que, aunque sea una actitud deplorable, una vez reconocida la culpa ya tendremos el perdón más adelante. Y si no, pues nos lo llevamos calentito.