Espacio de opinión de Canarias Ahora
¿Somos los viejos todos iguales ante el coronavirus?
Lo que está ocurriendo en la residencia Monte Hermoso, junto a la Casa de Campo de Madrid, es un doloroso ejemplo de catástrofe evitable: la crónica de unas muertes estructuralmente anunciadas, al menos para quienes observamos con inquietud la situación de nuestros ancianos. Monte Hermoso es una residencia geriátrica con recursos sanitarios propios, teóricamente activos durante las 24 horas del día. Aun así, cuenta algún familiar, los ancianos “están cayendo como moscas”. Mueren en cadena por la epidemia, sin diagnóstico ni tratamiento ni medidas de prevención que los hayan protegido, entre las paredes de un hogar tan deslumbrante y lujoso como sanitariamente inseguro. Mientras escribo estas líneas son ya 20 las muertes, aunque se esperan más. Las declaraciones de los responsables del centro y las de la consejería se contradicen entre sí. Hace apenas unos días, los familiares circulaban por el centro sin controles previos ni medidas de protección para los internos. Ahora los cadáveres se amontonan en el sótano y una enfermera huye despavorida, mientras declara a los periodistas: “Lo de ahí es terrible. Yo no vuelvo”. Toda una semblanza del caos.
Mientras llegan noticias de otras residencias (en Vitoria, Tomelloso, Barcelona…) las preguntas se disparan como saetas. ¿Por qué ocurren las cosas de esa manera? ¿Pasa lo mismo en otros sitios? ¿En cuáles? Intentaré ser cauteloso en las respuestas, aunque sin recurrir en modo alguno a paños calientes.
Repite con insistencia Pedro Sánchez, apoyándose en el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, que su gobierno afronta una crisis dinámica y cambiante. Suena a excusatio non petita, pero admitamos la validez del argumento. A una enorme distancia de esas esferas, en un modesto chat de profesionales, yo mismo preconizaba alzar la vista y no confundir los árboles con el bosque. Es demasiado pronto para hacer análisis comparativos: las cifras pueden cambiar de un día para otro, desmintiendo conclusiones demasiado precipitadas o especulativas.
Pero cabe también ver medio llena la botella del conocimiento. Han pasado ya casi tres meses desde los primeros casos en Wuhan, lo que nos permite advertir al menos ciertos sesgos. Cierto que los enigmas superan a las certezas, pero eso no está impidiendo precisar perfiles en nuestra visión del bosque. La información científica disponible es simplemente abrumadora, inabarcable de hecho para cualquier profesional, con muchas plataformas y boletines científicos abriendo sus puertas a quien quiera informarse en profundidad.
Todo ese impulso repentino al conocimiento y a la investigación mostrará sus efectos saludables con el tiempo. Pero aun ahora disponemos de evidencias relativamente sólidas en algunos frentes. Las recoge casi en tiempo real la prensa diaria, donde menudean poco a poco las noticias esperanzadoras. No voy a centrarme en ellas, sino en otros aspectos que también afectan (y con mayor proyección si cabe) a nuestro futuro colectivo. Uno de ellos fue aludido muy de pasada por el ministro de Sanidad, al admitir que nuestras altas tasas de mortalidad se relacionan sobre todo con un factor: el escaso freno a la expansión de la epidemia en estructuras de atención a la dependencia (centros de día y residencias de ancianos). Fue sin duda una forma, implícita pero incuestionable, de reconocer la precariedad del armazón socio-sanitario en España.
El caso es que su observación, formulada casi a regañadientes, tiene un claro correlato en las cifras que nos muestra el desarrollo de la pandemia. Son datos que cambian de día en día, qué duda cabe, pero dibujando unas tendencias que ya empiezan a mostrar fiabilidad.
Empezaré por reflejar las tasas de mortalidad a esta hora en la que escribo, para constatar que existen grandes diferencias entre los cuatro países continentales más poblados de la UE. Las magnitudes y sus contrastes no pueden dejarnos indiferentes:
- Italia, 8,33% de casos mortales sobre el total de casos detectados (y creciendo).
- España, 4,32% de casos mortales (la mitad que Italia por el momento, pero creciendo también).
- Francia, 2,89% de casos mortales (bastante menos que España y creciendo).
- Alemania, 0,23% de casos mortales (diez veces menos que en Francia, veinte veces menos que en España, 36 veces menos que en Italia… y sin visos de modificarse).
Cierto que hay un factor importante de distorsión: Alemania detecta más precozmente y con mayor precisión los nuevos casos. Pero las diferencias son tan notables -mejor dicho, tan clamorosas- que nos obligan a sentarnos y reflexionar.
Veamos entonces, país por país, cómo protegen esos gobiernos la salud de sus ciudadanos. Italia destinaba en 2018 a la salud el 13,47% de su gasto público, España el 15,14%, Francia el 16,97% y Alemania el 21,36%. Pero la salud de un país no se apoya exclusivamente en recursos específicos, pues exige un contexto de protección social que abarca las pensiones, el desempleo, la dependencia, el apoyo a las familias, etc. Alemania, con un 43,6% de su gasto público destinado a protección social, solo se ve superada en ese aspecto por Finlandia. Y España, con un 39,9%, se encuentra manifiestamente a la cola: por detrás de Grecia, Polonia o la propia Italia.
Son esas cifras, y no el mayor o menor esfuerzo de los profesionales sanitarios, las que conducen con el tiempo hasta tragedias como la de Monte Hermoso. Son también las que permiten a Alemania afrontar como es debido una pandemia: protegiendo eficazmente a las poblaciones más vulnerables y reduciendo al mínimo la proporción de casos mortales.
No muy lejos de donde escribo, una joven política aireaba hace poco su personalísima visión de la pandemia: para ella el coronavirus es un agente muy eficaz, muy avispado, que trabaja a favor de la selección natural. Por si no quedara claro: que ha venido para llevarse a los viejos, como el flautista de Hamelín se llevó a los niños. No aspiro a que esta joven reflexione, pues no creo en los milagros. Solo le pido que se fije en Alemania: un país que no envejece tan deprisa como el nuestro, pero asume racionalmente haberse vuelto viejo. Por eso sus servicios socio-sanitarios, al contrario que los españoles y los italianos, sí protegen a todo trance a las personas dependientes. Por eso allí ya es realidad -fehaciente realidad- algo que aquí solo es el sueño de unos cuantos “locos” como quien suscribe: un diseño consistente y válido de atención socio-sanitaria, que acabe con la estanqueidad entre sectores y niveles asistenciales, desarrollando estrategias de atención integrada para personas vulnerables con necesidades de salud complejas.
La epidemia pasará, pero lo que deje a su paso va a ser la clave de nuestro futuro. Seamos valientes y afrontemos el desafío: nuestro modelo de atención socio-sanitaria no puede seguir así. Debe cambiar de raíz.
Lo que está ocurriendo en la residencia Monte Hermoso, junto a la Casa de Campo de Madrid, es un doloroso ejemplo de catástrofe evitable: la crónica de unas muertes estructuralmente anunciadas, al menos para quienes observamos con inquietud la situación de nuestros ancianos. Monte Hermoso es una residencia geriátrica con recursos sanitarios propios, teóricamente activos durante las 24 horas del día. Aun así, cuenta algún familiar, los ancianos “están cayendo como moscas”. Mueren en cadena por la epidemia, sin diagnóstico ni tratamiento ni medidas de prevención que los hayan protegido, entre las paredes de un hogar tan deslumbrante y lujoso como sanitariamente inseguro. Mientras escribo estas líneas son ya 20 las muertes, aunque se esperan más. Las declaraciones de los responsables del centro y las de la consejería se contradicen entre sí. Hace apenas unos días, los familiares circulaban por el centro sin controles previos ni medidas de protección para los internos. Ahora los cadáveres se amontonan en el sótano y una enfermera huye despavorida, mientras declara a los periodistas: “Lo de ahí es terrible. Yo no vuelvo”. Toda una semblanza del caos.
Mientras llegan noticias de otras residencias (en Vitoria, Tomelloso, Barcelona…) las preguntas se disparan como saetas. ¿Por qué ocurren las cosas de esa manera? ¿Pasa lo mismo en otros sitios? ¿En cuáles? Intentaré ser cauteloso en las respuestas, aunque sin recurrir en modo alguno a paños calientes.