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La desmemoria predemocrática

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Gutiérrez Mellado le pidió a Felipe González que no abriera el baúl de los recuerdos de la guerra civil hasta que la generación de esta catástrofe hubiera desaparecido. Parece que cumplió. Maldito cumplimiento, ¿para qué ha servido? Para que ochenta y ocho años después del golpe de estado contra la República, contra la democracia de entonces -imperfecta como ahora- cueste todavía dinero y disgustos enterrar a las personas asesinadas que todavía yacen en las cunetas. Lo llaman “concordia”, los que niegan ese golpe de estado y la consiguiente dictadura de cuatro décadas. O más. Porque la dictadura no se fue del todo con el dictador. La dictadura penetró y mancilló el cuerpo social hasta nuestros días. Si no, es imposible entender el actual estado de las cosas respecto a las leyes de memoria histórica (Zapatero) y memoria democrática (Sánchez). Hubo y hay personas que han empeñado la vida en la causa de la reparación, del rescate de los muertos abandonados a su desgracia para que reciban la sepultura, muchas veces cristiana, que sus deudos reclaman. Un coruñés fallecido hace once años, Andrés Crespo Prieto, entregó sus conocimientos arqueológicos e históricos a la causa de forma absolutamente desinteresada. Las asociaciones de memoria histórica gallegas y leonesas, entre otras, así lo han reconocido. Es un ejemplo de vida y una trayectoria de prestigio anónimo entre tanta porquería reinante. Por eso lo cito. Porque estamos en la situación insólita de tener que recordar a los que se partieron el lomo por el recuerdo. Cosas veredes. “Era tan sorda, que no oía nada; entendía por señas; ciega, y tan gran rezadora que un día se le desensartó el rosario sobre la olla y nos lo trujo con el caldo más devoto que he comido. Unos decían_ -”¡Garbanzos negros! Sin duda son de Etiopía.“ Otro decía: -”¡Garbanzos con luto! ¿Quién se les habrá muerto?“ (Francisco de Quevedo. La vida del Buscón.)

Nos han tirado piedras en el caldo de la reparación, las piedras de la discordia, en Aragón, Castilla-León y Valencia, por ahora. El gobierno de España recurrirá al Constitucional: más días, más meses, más años, mientras los muertos siguen en las cunetas. Hay otras cosas en esas leyes de memoria, ¿por qué no se han debatido en su momento en el congreso y en el senado? Porque la derecha montaraz de este país está en las catacumbas de sus propias creencias: no condenaron el franquismo hasta 2002. ¿Se imaginan a un alemán demorado treinta años en su desprecio al nacionalsocialismo? Las dudas y requiebros de nuestros días las sufrirán nuestros nietos. El que piense que se borran los agravios de la historia de un plumazo prehistórico, abomina la compasión y la generosidad. Por ella, el 1976 y 1977 se concedieron sendas amnistías que perdonaban los supuestos delitos de los antifranquistas luchadores por la democracia. También se dio carpetazo a todas las barbaridades de la dictadura, no se juzgó ninguna, y algunos de sus protagonistas pudieron permitirse el lujo de presentarse a las elecciones que con tanto ahínco habían prohibido. ¿Sirvió todo aquel esfuerzo para algo? A la vista de las huestes de la derecha y la ultraderecha parece que no. A la vista de la Historia, veremos. Nunca es tarde.

Gutiérrez Mellado le pidió a Felipe González que no abriera el baúl de los recuerdos de la guerra civil hasta que la generación de esta catástrofe hubiera desaparecido. Parece que cumplió. Maldito cumplimiento, ¿para qué ha servido? Para que ochenta y ocho años después del golpe de estado contra la República, contra la democracia de entonces -imperfecta como ahora- cueste todavía dinero y disgustos enterrar a las personas asesinadas que todavía yacen en las cunetas. Lo llaman “concordia”, los que niegan ese golpe de estado y la consiguiente dictadura de cuatro décadas. O más. Porque la dictadura no se fue del todo con el dictador. La dictadura penetró y mancilló el cuerpo social hasta nuestros días. Si no, es imposible entender el actual estado de las cosas respecto a las leyes de memoria histórica (Zapatero) y memoria democrática (Sánchez). Hubo y hay personas que han empeñado la vida en la causa de la reparación, del rescate de los muertos abandonados a su desgracia para que reciban la sepultura, muchas veces cristiana, que sus deudos reclaman. Un coruñés fallecido hace once años, Andrés Crespo Prieto, entregó sus conocimientos arqueológicos e históricos a la causa de forma absolutamente desinteresada. Las asociaciones de memoria histórica gallegas y leonesas, entre otras, así lo han reconocido. Es un ejemplo de vida y una trayectoria de prestigio anónimo entre tanta porquería reinante. Por eso lo cito. Porque estamos en la situación insólita de tener que recordar a los que se partieron el lomo por el recuerdo. Cosas veredes. “Era tan sorda, que no oía nada; entendía por señas; ciega, y tan gran rezadora que un día se le desensartó el rosario sobre la olla y nos lo trujo con el caldo más devoto que he comido. Unos decían_ -”¡Garbanzos negros! Sin duda son de Etiopía.“ Otro decía: -”¡Garbanzos con luto! ¿Quién se les habrá muerto?“ (Francisco de Quevedo. La vida del Buscón.)

Nos han tirado piedras en el caldo de la reparación, las piedras de la discordia, en Aragón, Castilla-León y Valencia, por ahora. El gobierno de España recurrirá al Constitucional: más días, más meses, más años, mientras los muertos siguen en las cunetas. Hay otras cosas en esas leyes de memoria, ¿por qué no se han debatido en su momento en el congreso y en el senado? Porque la derecha montaraz de este país está en las catacumbas de sus propias creencias: no condenaron el franquismo hasta 2002. ¿Se imaginan a un alemán demorado treinta años en su desprecio al nacionalsocialismo? Las dudas y requiebros de nuestros días las sufrirán nuestros nietos. El que piense que se borran los agravios de la historia de un plumazo prehistórico, abomina la compasión y la generosidad. Por ella, el 1976 y 1977 se concedieron sendas amnistías que perdonaban los supuestos delitos de los antifranquistas luchadores por la democracia. También se dio carpetazo a todas las barbaridades de la dictadura, no se juzgó ninguna, y algunos de sus protagonistas pudieron permitirse el lujo de presentarse a las elecciones que con tanto ahínco habían prohibido. ¿Sirvió todo aquel esfuerzo para algo? A la vista de las huestes de la derecha y la ultraderecha parece que no. A la vista de la Historia, veremos. Nunca es tarde.