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Un día sin tortillas

Si les cuento todo esto, que nos resulta ajeno en principio, ya que nos cae todo bastante lejos -esa es la verdad- es solamente porque uno considera inimaginable, aquí, en las Islas, en España o en la Unión Europea y en estos momentos, el estallido de algaradas callejeras y de movimientos semejantes por un quítame allá el incremento de los precios de la cesta de la compra. Las circunstancias son otras, lo sé; pero también en nuestro entorno existe un porcentaje muy significativo de población que sufre, abnegada y silenciosamente, la subida de los alimentos básicos, de las materias primas indispensables. Sin rechistar. Acaso porque hemos perdido la capacidad de reacción ante unas leyes de mercado (que, muchas veces no responden a ley alguna) admitidas por el común de la ciudadanía como inevitables. Quiero decir y digo que, en nuestra sociedad se producen situaciones referidas al IPC que merecerían respuestas y sublevaciones como las que ahora mismo se están registrando en México. Allí, además, se detecta una especie de fondo identitario en esa revuelta que, en principio, puede parecer que responde únicamente a problemas económicos. Uno de los gritos que se escuchan más frecuentemente en las manifestaciones es: - ¡No queremos pan! ¡Queremos tortillas! Lo cual puede traducirse como un deseo colectivo de permanecer siendo lo que el pueblo ha sido hasta este momento y durante siglos. De defender algo más que el condumio cotidiano: una tradición, una personalidad y una forma de cultura verdaderamente ancestral. Por eso, además de no querer sustituir con el pan las clásicas tortillas hogareñas, también se oponen los mexicanos de a pie furibundamente a la posibilidad de que éstas puedan llegar a adulterar su autenticidad usando para su elaboración el maíz amarillo. Al margen de que se trate de un problema social y económico referido a un lejano país, a uno puede parecerle el asunto y le parece, en muchos de sus aspectos, algo verdaderamente ejemplar. Envidiablemente ejemplar.

Jose H. Chela

Si les cuento todo esto, que nos resulta ajeno en principio, ya que nos cae todo bastante lejos -esa es la verdad- es solamente porque uno considera inimaginable, aquí, en las Islas, en España o en la Unión Europea y en estos momentos, el estallido de algaradas callejeras y de movimientos semejantes por un quítame allá el incremento de los precios de la cesta de la compra. Las circunstancias son otras, lo sé; pero también en nuestro entorno existe un porcentaje muy significativo de población que sufre, abnegada y silenciosamente, la subida de los alimentos básicos, de las materias primas indispensables. Sin rechistar. Acaso porque hemos perdido la capacidad de reacción ante unas leyes de mercado (que, muchas veces no responden a ley alguna) admitidas por el común de la ciudadanía como inevitables. Quiero decir y digo que, en nuestra sociedad se producen situaciones referidas al IPC que merecerían respuestas y sublevaciones como las que ahora mismo se están registrando en México. Allí, además, se detecta una especie de fondo identitario en esa revuelta que, en principio, puede parecer que responde únicamente a problemas económicos. Uno de los gritos que se escuchan más frecuentemente en las manifestaciones es: - ¡No queremos pan! ¡Queremos tortillas! Lo cual puede traducirse como un deseo colectivo de permanecer siendo lo que el pueblo ha sido hasta este momento y durante siglos. De defender algo más que el condumio cotidiano: una tradición, una personalidad y una forma de cultura verdaderamente ancestral. Por eso, además de no querer sustituir con el pan las clásicas tortillas hogareñas, también se oponen los mexicanos de a pie furibundamente a la posibilidad de que éstas puedan llegar a adulterar su autenticidad usando para su elaboración el maíz amarillo. Al margen de que se trate de un problema social y económico referido a un lejano país, a uno puede parecerle el asunto y le parece, en muchos de sus aspectos, algo verdaderamente ejemplar. Envidiablemente ejemplar.

Jose H. Chela