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Dolor

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Hay noticias ingratas que obligan a buscar consuelo en lo objetivo del diccionario. Busco en la concreción del término solución a esta opresión que impide razonar desde la perspectiva que la madurez imprime en nuestro carácter y facilita soportar lo que en las distancias cortas es humanamente insostenible. Mi desgastado María Moliner me ofrece una lista de términos en la entrada de dolor: sentir, tener, dar, desaparecer, marcharse, quitarse, calmarse, dar tregua. Sensación que causa padecimiento. Repaso los conceptos y percibo que tengo razones dolorosas para cada uno de esos verbos al leer las noticias del diario con ejemplos que recorren todo el globo terráqueo. 

Porque siento impotencia ante la capacidad humana para manipular, desdibujar los conceptos y justificar la vileza de algunas decisiones que soportan impertérritas  la falta de respeto a unos derechos que costaron tanto construir. Ya en lo concreto y como soy docente, disimulo con contenidos imprescindibles el tiempo de mis clases y, para no llorar, evalúo y finjo que la sintaxis nos ayudará a ordenar mejor el discurso y con ello, a pensar bajo el prisma de los razonamientos que puedan ser objetivamente argumentados.  

Con el horizonte de mis aulas enfrente, contemplo las caras de mis estudiantes y trato de olvidar que es la pobreza, la exclusión y la miseria la que nos arrebata los sacrosantos principios de igualdad, justicia y fraternidad. Una niña de 12 años es una niña, sea gitana, gazatí, israelí, musulmana o católica de comunión diaria. ¿En nombre de qué principios legales se reduce la pena a un violador maltratador que devastó la infancia de esa criatura? ¿Cuántas no serán en este momento apartadas de las maravillosas leyes sociales por una mala comprensión de los valores que hemos acordado propios de su comunidad?¿Por qué algunos seres no parecen computar en la nómina de los Derechos Humanos, de los Derechos de la Infancia y, sobre todo, de los Derechos Fundamentales que recoge nuestro cercano marco constitucional? 

Difícilmente podremos los docentes cumplir con nuestro cometido cívico para que nuestras aulas reciban la atención adecuada, recogida en la ley vigente, con independencia de las diferencias por pertenecer a una etnia, religión, colectivo, familia o cualquier otra minoría, si las noticias constatan que  algunas sentencias siguen siendo dictadas bajo un sesgo diferenciador. ¿Con qué cara exijo yo el cumplimiento de unos deberes a mis estudiantes si saben que no son partícipes de los mismos derechos?

Hay noticias ingratas que obligan a buscar consuelo en lo objetivo del diccionario. Busco en la concreción del término solución a esta opresión que impide razonar desde la perspectiva que la madurez imprime en nuestro carácter y facilita soportar lo que en las distancias cortas es humanamente insostenible. Mi desgastado María Moliner me ofrece una lista de términos en la entrada de dolor: sentir, tener, dar, desaparecer, marcharse, quitarse, calmarse, dar tregua. Sensación que causa padecimiento. Repaso los conceptos y percibo que tengo razones dolorosas para cada uno de esos verbos al leer las noticias del diario con ejemplos que recorren todo el globo terráqueo. 

Porque siento impotencia ante la capacidad humana para manipular, desdibujar los conceptos y justificar la vileza de algunas decisiones que soportan impertérritas  la falta de respeto a unos derechos que costaron tanto construir. Ya en lo concreto y como soy docente, disimulo con contenidos imprescindibles el tiempo de mis clases y, para no llorar, evalúo y finjo que la sintaxis nos ayudará a ordenar mejor el discurso y con ello, a pensar bajo el prisma de los razonamientos que puedan ser objetivamente argumentados.