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Educación y desarrollo en África

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Corría el año 1992 y en plena campaña norteamericana, Bill Clinton no acababa de superar en previsión de voto a George Bush, dado que éste era muy popular por lo que sus votantes consideraban grandes éxitos en la gestión de su politica exterior: el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo, que dejó en los norteamericanos la sensación todopoderosa de haber respondido rápidamente a la Invasión de Kuwait y aplastado a Saddam Hussein. 

Para centrar la contienda electoral en lo que más convenía a Bill Clinton, uno de sus principales estrategas, un hombre llamado James Carville, acuñó la frase que habrán oído tantas veces y en tantos contextos diferentes:

¡Es la economía, estúpido!  

Esta frase me ha venido a la cabeza esta semana, en la que desde Casa África hemos organizado la presentación, tanto en nuestra sede en Las Palmas de Gran Canaria como en Madrid, en colaboración con la CEOE del African Dynamics 2024, el informe macroeconómico de referencia que, elaborado por la Unión Africana y el Centro de Desarrollo de la OCDE, constituye quizás la fotografía económica que cada año se realiza de forma más exhaustiva sobre el continente vecino. La única diferencia es que, con lo que aprendimos esta semana, la frase debería ser ¡Es la educación, estúpido! 

En estos días en que solo se habla de África para hablar de migración, y en unos días donde toda la actualidad mediática está centrada en cómo se gestiona la llegada de menores al Archipiélago canario, nosotros hemos querido hacer el ejercicio de entender cómo abordar las causas estructurales que provocan las condiciones para que lleguemos donde hemos llegado, que es que haya tantos africanos deseosos de emigrar y buscar una vida mejor en Europa ante la falta de oportunidades que sufren en su propia tierra.  

Y lo que nos ha enseñado este estudio es que para abordar las soluciones al fenómeno migratorio, el factor primordial a mejorar y apuntalar en los países africanos es el educativo: sin una alta cualificación, no hay empleo de calidad. Y sin empleo de calidad, ocurre que los que en África consiguen estudiar y tener una alta cualificación, acaban emigrando porque no pueden trabajar de lo que estudiaron: la famosa fuga de cerebros. Los datos lo evidencian. El 17% de todos los graduados universitarios nacidos en África vivían fuera de África en 2020. El 72 por ciento de ellos lo hacen en países desarrollados.     

El subdirector del Centro de Desarrollo de la OCDE, Federico Bonaglia, nos contó que la clave está ahí, en la formación. En un continente africano en plena efervescencia demográfica, ocurre que cada vez hay más jóvenes que estudian, pero que no pueden trabajar en un mercado laboral donde el 82% de la economía está en el sector informal, sin cualificación, mal pagados... en definitiva, vulnerables. 

Los cálculos que hace la OCDE nos revelan el impacto que tendría en el continente si toda su juventud lograra educarse al nivel medio que lo hacen los jóvenes de los países occidentales: África crecería por un valor de 154 trillones de dólares (los trillones, en el imaginario anglosajón, serían doce ceros añadidos al 154... una cifra bestial, en todo caso y que según el informe multiplicaría el PIB de todo el continente en 2019 por 22,5).  

Eso son las previsiones, pero ahora hay que trabajar para hacerlas reales invirtiendo ingentes cantidades por parte de todos los gobiernos africanos para conseguir vincular el esfuerzo de la educación de su juventud a la imperativa transformación económica.

La realidad, hoy, es que el 80% de la juventud africana aspira a tener un trabajo altamente cualificado, pero solo lo consigue un 8%.  

Y la realidad, insisto, es implacable: los datos siempre le ponen a uno los pies en la tierra. Pese a crecer en 2024 al 4%, una cifra reseñable, África sigue sin poder generar empleo de calidad, ya que la creación de empleo se ha producido en sectores de poca productividad, alta vulnerabilidad y poca capacitación.  

Lo positivo es que, a medida que la población africana sigue creciendo y alcanzando mayores niveles educativos, el continente está formando una reserva de talento sin precedentes, lo que le permitirá aprovechar el dividendo demográfico. Se espera que la población en edad laboral de África (entre 15 y 64 años) casi se duplique para 2050, aumentando de 849 millones en 2024 a 1,556 millones. Este incremento constituirá el 85% del crecimiento total de la población mundial en edad de trabajar.  

Además, manteniendo las tasas actuales de matriculación, el número de jóvenes africanos que completarán estudios secundarios superiores o terciarios se incrementará significativamente entre 2020 y 2040, pasando de 103 millones a 240 millones. En 20 años habrá también un salto en el porcentaje de niños y niñas que culminan estudios de Primaria. Del actual 55% pasaremos al 75%, es decir, tres de cada cuatro. 

Ante este escenario, las recomendaciones de la OCDE a los países africanos es que fomente e invierta en la capacitación digital, verde y de sectores específicos: la agricultura (adoptar prácticas inteligentes en el cultivo en el este y sur de África, por ejemplo, triplica la productividad habitual); las energías renovables (solo en los próximos 10 años, aplicar políticas de infraestructuras energéticas sostenibles podría generar hasta 9 millones de empleos), la gestión de residuos (se esperan crecimientos del 8,5% anual para este sector) y la explotación de minerales críticos (el 70% del cobalto mundial está en África central, por ejemplo).  

Porque este exhaustivo trabajo incide también en qué sectores debería incidir la formación de la juventud. Nuestra vecina, África occidental, tiene un potencial enorme en la agricultura. Y ya empiezan a verse, y nunca mejor dicho, brotes verdes: está aumentando el número de profesores de materias científicas, o para ir a lo concreto, en un país como Benín en muy pocos años se ha multiplicado por tres la oferta de estudios en agricultura técnica.  

En el norte de África, por ejemplo, hay un potencial enorme para las energías renovables, y los indicadores educativos van mejorando, pero aún queda mucho trabajo por hacer.  

Desde Canarias debemos estar muy pendientes de la evolución económica, y educativa, de estas regiones. El propio Bonaglia explicó en Casa África ser muy consciente de la realidad que está viviendo Canarias con el fenómeno migratorio, y señaló que para la OCDE (que, no está de más recordarlo, es la organización internacional que reúne a los países desarrollados, lo que comúnmente solemos llamar occidente) “Casa África y Canarias son un laboratorio en el que ver cómo Europa y África pueden trabajar juntos y mejor”.

Bonaglia puso el ejemplo del programa Tierra Firme que el Gobierno de Canarias despliega en Senegal para formar a jóvenes en diversas materias que luego traer al Archipiélago a trabajar en el marco de proyectos de la llamada migración circular.  

Corría el año 1992 y en plena campaña norteamericana, Bill Clinton no acababa de superar en previsión de voto a George Bush, dado que éste era muy popular por lo que sus votantes consideraban grandes éxitos en la gestión de su politica exterior: el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo, que dejó en los norteamericanos la sensación todopoderosa de haber respondido rápidamente a la Invasión de Kuwait y aplastado a Saddam Hussein. 

Para centrar la contienda electoral en lo que más convenía a Bill Clinton, uno de sus principales estrategas, un hombre llamado James Carville, acuñó la frase que habrán oído tantas veces y en tantos contextos diferentes: