Espacio de opinión de Canarias Ahora
El ejemplo de La Aldea
Nos acercamos al centenario del triunfo de los hombres y mujeres de La Aldea en su lucha por la propiedad de la tierra. Se saldó con un decreto del ministro Galo Ponte en 1927 por el que se expropiaba la histórica Hacienda Aldea de San Nicolás, de 1.950 hectáreas, valorada en quinientas cinco mil pesetas de entonces, y se entregaba a los 400 agricultores que venían cultivándola hasta que se generó el pleito a comienzos del siglo XX. Estamos ante un hecho histórico muy importante que corre el peligro de olvidarse o desconsiderarse por la catarata de acontecimientos que vinieron posteriormente y por la vertiginosa marcha de la historia contemporánea que pareció acelerarse justo años después de estos sucesos.
El pleito por la propiedad de la tierra agrícola de La Aldea comienza a principios del siglo XVII cuando los campesinos cuestionan la posesión de la nobleza, que reside fuera de la isla, sobre los espacios que cultivan y reclaman su derecho a disponer de esos terrenos. La esperanza de la llegada de gobiernos liberales en España anima a los colonos a amotinarse a comienzos del siglo XIX, repartiendo la Hacienda en la confianza de un cambio de Régimen. Esa esperanza se frustra y tendrá que pasar un siglo más para que, con nuevas y significativas movilizaciones, obliguen a una intervención del Estado que culmina con el famoso Decreto expropietario de Galo Ponte que reparte las tierras entre los agricultores que las cultivaban. Tres siglos de lucha con un final que hizo justicia.
Aquella reivindicación y aquella victoria fueron decisivas para entender el progreso de La Aldea durante el siglo XX y su conformación como una sociedad agraria que generó empleo, atrajo nueva población y propició la creación de un tejido empresarial en torno a la agricultura de exportación. Supuso el tránsito de una sociedad feudal a una sociedad moderna gracias al empuje y a la determinación de una población que no se rindió a las presiones del poder caciquil y aristocrático de entonces.
En la historia de los pueblos hay experiencias decisivas que condicionan su identidad y determinan su organización, sus relaciones y su proyección de futuro. La historia es “un incesante volver a empezar” y puede ser esa constancia de volver a empezar lo que le ocurriera al pueblo aldeano desde el principio de sus tiempos históricos después del derrumbe de la sociedad aborigen.
La trascendencia de aquellos acontecimientos va más allá de La Aldea y repercute en el conjunto de Gran Canaria. No solo por su ejemplaridad sino porque permitió la modernización de la producción agraria consiguiendo condiciones similares en toda la isla y garantizó unos ingresos dignos a la mayoría de la población. Las nuevas empresas que se constituyeron con ocasión del reparto de tierras legalizado pudieron organizarse en cooperativas y sociedades que dieron fortaleza a la estructura empresarial agraria grancanaria.
De aquellas movilizaciones quedó en la memoria colectiva el convencimiento de que La Aldea era un pueblo resistente y decidido y de que los poderes que nacieron de la conquista y que dominaban la política y la judicatura generaban una fractura y una parálisis social que obstaculizaban la modernización de la isla. La revuelta de La Aldea vino a denunciar esa situación y a terminar con las consecuencias de los injustos repartos de tierras y agua que se habían producido a partir de la conquista castellana.
Estos acontecimientos vienen a desmentir la idea de que la sociedad canaria ha sido incapaz de enfrentarse a situaciones de injusticia y dependencia que han limitado nuestros derechos y retrasado el progreso social. Es cierto que, como en el caso de La Aldea, no son acciones inmediatas y tenemos que esperar demasiado tiempo para resolverlas, pero se desmorona el mito de nuestra pasividad o de nuestra tendencia a la resignación. Las canarias y los canarios tenemos capacidad y experiencias de transformación que nos sirven para confiar en nuestra capacidade de crear futuro.
Lo que sí podemos comprobar es que somos un pueblo resiliente que resiste las adversidades sin destruirse y aprovecha esa energía para mantener la búsqueda de los objetivos que necesitamos. Lo que ocurrió con el Motín de Agüimes, lo que ocurrió en la Aldea, se había producido una década antes con la creación del Cabildo de Gran Canaria o poco después con la división provincial para aumentar nuestro autogobierno o con la expansión del puerto de La Luz. Y en tiempos más cercanos lo hemos vivido con la creación de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Y una enseñanza fundamental de la historia aldeana es que garantizar la máxima unidad entre todos los sectores implicados y el conjunto de la ciudadanía es la condición indispensable para avanzar como pueblo en cuestiones decisivas. Sucedió en los grandes acontecimientos que he citado, pero debemos mantenerla en los retos que tenemos que afrontar para el futuro inmediato.
Tenemos que avanzar unidos en la adaptación al cambio climático con la necesaria transición energética, hídrica y alimentaria. Es un reto en el que debemos comprometernos sin excepciones. Lo mismo tiene que ocurrir en nuestra justa reivindicación ante el Estado de encauzar equilibrada y solidariamente la acogida de los niños y niñas migrantes y sin referencias familiares entre todas las comunidades autónomas de España. Y con la misma resolución debemos reducir los niveles de pobreza de nuestra gente de manera que cada sector social asuma su parte de responsabilidad en la mejora de las condiciones de vida de la mayoría. Es imprescindible que rememos en el mismo sentido, como sociedad articulada, para diversificar nuestra economía alrededor de iniciativas verdes, azules o circulares.
La expropiación de las tierras benefició directamente a quienes las cultivaban. Estoy convencido de que Galo Ponte comprobó que no tenía sentido defender una propiedad que rentaba a quienes ni vivían, ni producían en la isla en contra de quienes sí generaban riqueza y progreso social ligado al territorio. Por eso hoy también necesitamos autogestionar nuestra riqueza para reducir la dependencia del exterior. Tenemos que favorecer un turismo sostenible que distribuya sus beneficios, incentivar al pequeño y mediano empresariado para que innove y aporte los nuevos servicios que la digitalización impone y formar a nuestra gente para que aporte talento y valor añadido.
Esta es la historia y a partir de aquí, desde el Cabildo de Gran Canaria y el ayuntamiento de La Aldea queremos conmemorar, difundir y compartir con toda la población la significación de estos acontecimientos, las enseñanzas que debemos extraer para afianzar nuestros valores y garantizar que las nuevas generaciones hagan suyas las conquistas que han hecho posible que La Aldea haya progresado y afianzado su identidad como sociedad libre.
Por eso, el Cabildo de Gran Canaria y el ayuntamiento de La Aldea han acordado un programa de actividades para actualizar la memoria de unos hechos que deben llenar de orgullo a toda la población, justa heredera de aquellas conquistas. Pretendemos también difundir ampliamente entre la sociedad aldeana y grancanaria en general la información y el significado de unos hechos relevantes al comienzo del siglo XX en nuestra isla. Y debemos impulsar la investigación histórica, sociológica y política de unos hechos que han tenido gran repercusión.
La historia es para aprender de ella, más en unos tiempos modernos donde resurgen ideologías que parecían desterradas y que ahora, en tiempos de crisis, reaparecen. No debemos repetir los errores colectivos del pasado y la celebración del Centenario del Pleito de La Aldea en este bienio de 1925-1927, va a ser un motivo para continuar unidos, labrando día a día la tierra que nuestros abuelos conquistaron. Renovamos así nuestro compromiso democrático por la igualdad y la dignidad de nuestra gente formando en ello a las nuevas generaciones para que promuevan la justicia social que la lucha de La Aldea nos facilitó.
Nos acercamos al centenario del triunfo de los hombres y mujeres de La Aldea en su lucha por la propiedad de la tierra. Se saldó con un decreto del ministro Galo Ponte en 1927 por el que se expropiaba la histórica Hacienda Aldea de San Nicolás, de 1.950 hectáreas, valorada en quinientas cinco mil pesetas de entonces, y se entregaba a los 400 agricultores que venían cultivándola hasta que se generó el pleito a comienzos del siglo XX. Estamos ante un hecho histórico muy importante que corre el peligro de olvidarse o desconsiderarse por la catarata de acontecimientos que vinieron posteriormente y por la vertiginosa marcha de la historia contemporánea que pareció acelerarse justo años después de estos sucesos.
El pleito por la propiedad de la tierra agrícola de La Aldea comienza a principios del siglo XVII cuando los campesinos cuestionan la posesión de la nobleza, que reside fuera de la isla, sobre los espacios que cultivan y reclaman su derecho a disponer de esos terrenos. La esperanza de la llegada de gobiernos liberales en España anima a los colonos a amotinarse a comienzos del siglo XIX, repartiendo la Hacienda en la confianza de un cambio de Régimen. Esa esperanza se frustra y tendrá que pasar un siglo más para que, con nuevas y significativas movilizaciones, obliguen a una intervención del Estado que culmina con el famoso Decreto expropietario de Galo Ponte que reparte las tierras entre los agricultores que las cultivaban. Tres siglos de lucha con un final que hizo justicia.