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Emoticonos y stickers, emblemas de la modernidad

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Los emoticonos o emojis, que los especialistas en el tema definen como “caracteres que transmiten emociones”, y sus primos hermanos los stickers (“ilustraciones o diseños que se utilizan para expresar emociones o ideas”), que tanto protagonismo acaparan en los chats y el resto de la mensajería electrónica, lo dominan hoy todo en el mundo de la comunicación.  ¿Cómo se explica el soberano auge que ha alcanzado este particular tipo de signos en la sociedad actual? 

En primer lugar, se explica por el proceso de implacable globalización que experimenta el mundo moderno. En una sociedad planetaria como la del momento, resultan absolutamente imprescindibles signos transnacionales, como, por ejemplo, las voces de esa lingua franca en que se ha convertido el inglés (anglicismos), los emoticonos y los stickers, para superar las barreras de comunicación que suponen las lenguas nacionales, provinciales o de barrio. 

En segundo lugar, se explican emoticonos y stickers porque se trata de signos de interpretación inmediata. Y nada priva más a chics y a frikis que la inmediatez de lo que suelen llamar “tiempo real”. Emoticonos como el dedo pulgar hacia arriba o una cara sonriente o stickers como una chica dibujando un corazón o un señor ebrio bailando con cara de felicidad con una copa en la mano son interpretables sin necesidad de conocer la lengua del que escribe ni los logogramas, silabarios o alfabetos en que está cifrada su cultura. Y es que emoticonos y stickers constituyen sistemas de comunicación motivados o de comprensión directa que entiende todo el mundo, porque son ideográficos (es decir, se basan en la representación gráfica de los referentes), no arbitrarios o de compresión indirecta, que es lo que ocurre en el caso de los signos de la lengua escrita, sea esta alfabética, silábica o logográfica, que requieren tenaz aprendizaje para su lectura y escritura y que sólo entienden los iniciados. 

Y, en tercer lugar, se explican los emoticones y los stickers por el auge que han alcanzado las sensaciones, el juego y el placer en el mundo del día, donde interesa más lo puramente emocional que lo racional. Los mismos creadores de los stickers lo dicen explícitamente: “los stickers son formas creativas y divertidas de añadir dinamismo y diversión a las conversaciones digitales”. 

En el mundo moderno, donde los ideales han sido suplantados por los apetitos, interesa más lo emocional o lúdico que lo racional o profesional; el sentir que el pensar. De ahí el protagonismo que han alcanzado en él la psicología y la psiquiatría, tan dadas a inventar conceptos peregrinos, como “inteligencia emocional” “salario emocional”, “síndrome posvacacional”, “odontología emocional”, aunque no se sepa a ciencia cierta qué sea lo que quiere decirse con tan horrendos neologismos. Porque las definiciones “capacidad de una persona para manejar sus sentimientos de manera que esos sentimientos se expresen de manera adecuada y efectiva” y “beneficios no monetarios que una empresa ofrece a sus empleados, además de la remuneración económica” que, respectivamente, suelen dar sus creadores a las dos primeras, por ejemplo, no pasan de ser vaporosa retórica.  

Lo que se encuentra en la base de emoticonos y stickers no es, pues, otra cosa que la tendencia de la sociedad del momento a una comunicación basada más en sensaciones visuales, que no requiere pensar, que en la complejidad semántica de la palabra, que exige examen detenido y ponderación mediante la inteligencia de los argumentos que se exponen o se reciben; en lo irracional y lúdico de la vida que en lo propiamente racional o intelectual; en lo fácil que en lo complicado; en el hedonismo y los derechos que en el esfuerzo y las obligaciones. “¡Cómo voy a impedir yo que mi hijo le tire piedras al perro, si eso lo hace feliz!” oí que afirmaba categóricamente una madre puesta en evidencia por un vecino que le afeaba el comportamiento mataperro de su retoño. 

En la sociedad del día a día, no importa tanto el sufrimiento de los demás y su solidaridad con ellos como la felicidad propia; eso por encima de todo, que es lo rentable para los poderes económicos. La conclusión que hay que extraer de lo que decimos es que, de las dos dimensiones que definen al ser humano, que son la instintiva o irracional y la lógica o racional, en el mundo moderno prima más la primera que la segunda. Lo que coloca la modernidad y la posmodernidad más en la estela de etapas de la historia de la humanidad como el Barroco, el Romanticismo o el Irracionalismo, que fueron épocas de crisis, tinieblas y falta de creencia en las posibilidades de la razón para encontrar la verdad, que en la del Clasicismo, Renacimiento o Racionalismo, que creían ciegamente en el poder de la inteligencia y de las luces para resolver los problemas humanos. 

Época de desconfianza y desesperación, y no época de fe y esperanza. Entre ambos polos se ha movido siempre la historia del hombre. Nada nuevo ha puesto, por tanto, bajo el sol la sociedad moderna con los emoticonos y los stickers que inundan la mensajería electrónica que circula como centella en todas las direcciones de un planeta que se nos va quedando cada vez más pequeño.   

Los emoticonos o emojis, que los especialistas en el tema definen como “caracteres que transmiten emociones”, y sus primos hermanos los stickers (“ilustraciones o diseños que se utilizan para expresar emociones o ideas”), que tanto protagonismo acaparan en los chats y el resto de la mensajería electrónica, lo dominan hoy todo en el mundo de la comunicación.  ¿Cómo se explica el soberano auge que ha alcanzado este particular tipo de signos en la sociedad actual? 

En primer lugar, se explica por el proceso de implacable globalización que experimenta el mundo moderno. En una sociedad planetaria como la del momento, resultan absolutamente imprescindibles signos transnacionales, como, por ejemplo, las voces de esa lingua franca en que se ha convertido el inglés (anglicismos), los emoticonos y los stickers, para superar las barreras de comunicación que suponen las lenguas nacionales, provinciales o de barrio.