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Los “Federicos”: ciudadanos y mediopensionistas
Pareciera que la estructura tribal de esta sociedad esté dividida en dos: De un lado los listillos con vocación parasitaria, propensos a succionar materia vital del prójimo como modus vivendi… Y por otra parte, los pringadillos de siempre; indefensos a falta de repelentes y mosquiteros porque así lo determina la autoridad competente.
Federico es un recién jubilado que, tras cuarenta y tantos años de cotizar por “derechos pasivos máximos” accede a su pensión, limitada por ley a un tope.
A Federico no le importa, pues para los años que le quedan tiene suficientes recursos para sobrevivir como pensionista más o menos dignamente.
Su trayectoria profesional tuvo una motivación vocacional que, en su primera juventud, le infundió la capacidad de lucha suficiente para alcanzar un objetivo profesional de altos vuelos que, a bote pronto, parecía inalcanzable desde la perspectiva ensoñadora propia de los pocos años. Pero le pudo la pasión para imponerse a las fragilidades de su inmadurez, suplidas con el esfuerzo de dientes apretados para poner los medios adecuados que suponían la renuncia, durante un tiempo, a la vida agitada en una edad proclive al desmadre.
El premio era importante. Si ahora es difícil acceder a un puesto de trabajo, lo de entonces también era una oposición de 5000 aspirantes para ingresar 100. Federico lo logró a la tercera con buena nota. El esfuerzo valió la pena. Con 20 años supo que tenía el porvenir resuelto. Pero no quedaba ahí la cosa; pues no se trataba de un trabajo de funcionario al uso, sino que a partir de su inmersión profesional comenzó el verdadero proceso de demostrar valías.
A lo largo de su trayectoria tuvo siempre que esforzarse, estudiar, trabajar, arriesgar y, sobre todo, acreditar valores solo alcanzables con sacrificio.
Llegado a la cima, su entorno social y familiar le tildaba de “privilegiado”. Federico no lo rebatía. Aunque ellos solo se fijaban en el supuesto salario, se reprimía de explicarles que su verdadero privilegio era trabajar en lo que hubiese pagado por hacer… Lo callaba para no estimular sentimientos adversos en quienes no pueden disfrutar la placidez de lo bien hecho a cambio de nada. La cantinela de baja calidad: “ya me gustaría a mí tener que pagar a Hacienda lo mismo que tú” no merecía respuesta alguna. Así quedaba implícita la satisfacción íntima de que los méritos no se rifan en una tómbola.
El afortunado Federico recuerda cómo antiguos compañeros suyos se quedaron en la estacada por dejar espacio único a las tendencias juveniles hacia el caos y el jolgorio. Amigos que lo intentaron pero no pudieron, encontraron caminos distintos. Compañeros de trabajo con los que compartir ámbito profesional en otras especialidades, ni mejores ni peores, pero de distinta entidad. También algunos por encima que le daban a Fede sopas con honda… Pues bien, estos últimos y él están muy cabreados por el vejatorio maltrato y ensañamiento económico que se les prodiga desde un Estado de Derecho demasiado propenso a sacar pasta como sea y de donde sea. Y este vulnerable colectivo está indefenso ante el abuso y tropelías de un sistema político que alardea en falso de respeto por los derechos fundamentales.
A ver: Federico y su primo Sebas han cotizado al mismo tiempo durante 45 años según sus ingresos. Sebas, lo justo y suficiente para acceder a la pensión máxima; al igual que Fede, pero este con la diferencia de que cotizó el doble que su primo cada mes durante los 45 años, de acuerdo con los ingresos de cada uno. Como por Ley estaba estipulada una pensión máxima, ambos están hoy equiparados con ella; pero a Federico durante su época activa no se le redujo su cotización al nivel del primo… a modo de expolio forzoso por parte de la Administración del Estado.
Si para colmo, de la media pensión que cobra Federico, dinero por el que ya cotizó durante su vida laboral, el Estado le guinda el IRPF (Impuesto de Renta de la Personas Físicas, por rendimiento de trabajo a ciudadanos que ya no trabajan), habida cuenta de que la doble imposición en directivas europeas es delictiva, la chorizada oficial es flagrante. Si además, esta pandilleja de desalmados gobernantes, habla de meterle mano a las pensiones para proteger sus propios emolumentos, cargos y prebendas en un estado autonómico despilfarrador e insostenible, sugiere el riesgo de un estallido social.
No solo por Federico que está más o menos a salvo, sino por ocho millones de jubilados de todo rango que no pueden consentir un insulto de esta calaña.
Si fuéramos capaces de articular un partido político con solo todos los pensionistas, a estos políticos mezquinos les iba a entrar la de Moctezuma. Queda dejar constancia de que los “federicos” no reclaman agradecimiento por su importante aportación al erario público, puesto que no fue acto generoso ni voluntario, sino forzado como un atraco a mano armada. Lo que sí exigen con legitimidad es un mínimo respeto, tanto de las instituciones como de sectores sociales adscritos a la facción destructiva del antisistema porque sí.
Pareciera que la estructura tribal de esta sociedad esté dividida en dos: De un lado los listillos con vocación parasitaria, propensos a succionar materia vital del prójimo como modus vivendi… Y por otra parte, los pringadillos de siempre; indefensos a falta de repelentes y mosquiteros porque así lo determina la autoridad competente.
Federico es un recién jubilado que, tras cuarenta y tantos años de cotizar por “derechos pasivos máximos” accede a su pensión, limitada por ley a un tope.