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El fuego que no cesa

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De la belleza en el horror de la imagen se pasa a un sufrimiento atroz, a un miedo cerval a la naturaleza que nos rodea y donde vivimos. Es el precio que pagamos por la marcada mitología clásica, por la candidez y la hermosura de la isla, por la épica de sus navegantes, siempre con la isla en el horizonte, con el pensamiento en ínsulas imaginarias, con todos los recursos al alcance y también al disfrute del individualismo o la emancipación. Tal es como hemos traído históricamente la textura espiritual de las islas. San Borondón incluida.

Ahora tocan a rebato. Y hay que empeñarse en hacer las cosas rápido y bien. Para esto, es necesario un gobierno autónomo fuerte en sus convicciones, firme en su conocimiento de la geografía y la cultura, que no está en los que escriben canciones de entretenimiento en los mítines y está con los que han conformado la realidad insular como es, desde los antiguos habitantes, desde los aborígenes hasta ahora. Y es una lástima que no exista un gobierno donde converjan todas las fuerzas nacionalistas y federalistas, porque el conocimiento de la cultura de nuestras islas pasa por políticos que se fajen en el terrero, que conozcan la realidad sociocultural de los núcleos rurales y la forma de vida de sus creadores

Estos habitantes del medio rural canario no precisan reubicación en pisos, en edificios verticales que tropiezan con otros edificios. No; el modo de vida que llevaban antes del desastre se les debe procurar como sea y donde se pueda, pero la tierra que los ha de acoger debe ser su interlocutora, para que puedan seguir juntando herencia en lograr cultivos, en cosechar, en pastorear, tejer artesanías, estudiar en sus escuelas; en definitiva, en hablar con la naturaleza que es lo que han hecho durante generaciones.

No nos sirven las fotografías o los tuiteados de los políticos que se dejan caer unas horas para conocer lo que ignoran. No necesitamos visitas reales para oír como se siega una vida y cómo nos mortifica la tierra cuando necesita expresarse abruptamente.

Si algo hemos sacado en claro de este drama que vivimos todos los canarios, es el absoluto desconocimiento de la realidad del Archipiélago Canario: ni su geografía, ni su morfología, ni su dialecto, ni su cultura, ni sus tradiciones; esto ha quedado claro en muchos medios españoles y lo que es insultante es la permisividad de los encargados de la vigilancia que cubren las vías al dejar pasar a las primeras figuras mediáticas de la televisión española, y no permitir, por ejemplo, que periodistas de Canariasahora o de RTVC accedieran a los lugares a donde sí llegaron otros medios.

El día de la explosión, no pausaron la programación para informar en directo las cadenas de España; Radio Televisión Canaria estaba ahí y ahí sigue estando y está, -que en ocasiones parece un juguete de los políticos de turno-, sigue con sus trabajadores al pie del volcán y se ha ganado a pulso ser la televisión de un país, de un estado, de un gobierno que por una vez ha dejado trabajar a sus comunicadores.

Lo habitantes de La Palma, los habitantes de todos los pueblos arrasados, barrios, casas, haciendas, fincas, cadenas, pozos; los ganaderos, agricultores, pescadores que lo han dejado todo bajo el volcán, necesitan nuestra ayuda, la de todos los canarios en primer lugar y en segundo lugar, de aquellos políticos que todavía creen que Canarias es posible sin que huela a colonia a granel: los diputados en el parlamento canario, en el español, y en Europa. A ver si de una vez entendemos qué es lo qué somos para saber lo que seremos y debemos ser. Pero con dignidad.