Espacio de opinión de Canarias Ahora
El fugitivo
Hubo una época, “hace mucho, mucho tiempo” en donde las personas se reunían en torno a la televisión para ver algo más que un catálogo de miserias, basuras varias y cabezas huecas.
Una época en donde la actualidad del mundo importaba más que las declaraciones de cualquier famosillo de “medio pelo”, cuya única virtud es el apellido que lleva, o la localidad en la que vive.
Una época donde, a pesar de las crónicas oficiales del régimen, se podía disfrutar más teniendo menos, sin tener que sufrir las contra programaciones de última hora en busca del tema más escabroso o del escándalo más nauseabundo.
En esa época, y no estoy hablando del siglo XIII, la televisión era capaz de paralizar un país -bueno Operación Triunfo lo logró, hace una década, pero esa es otra historia- con propuestas en donde, habiendo alguna que otra defunción, no se contaba la vida de nadie, ni los líos, ni los divorcios, ni los hijos ilegítimos, ni siquiera se hablaba de fútbol.
Y se preguntarán como lo hacían, viendo lo que se ve en las pantallas de nuestro país. Pues muy fácil, ofreciendo productos de buena calidad y que interesaran a los espectadores, sin necesidad de destruir la credibilidad de ninguna persona, o mentar a los padres de la susodicha. Siendo muchas las propuestas que han pasado a la memoria del medio, hay una que, aún hoy, más de cuatro décadas después, ocupa un lugar de honor. Su nombre: The fugitive, y esta es su historia.
La idea de The fugitve se le ocurrió Roy Huggins, después de leer el caso real del doctor Sam Sheppard, un joven, rico y atractivo médico que fue acusado en los años cincuenta del asesinato de su esposa. Dada la naturaleza del caso y la combinación de factores, el asesinato de Marilyn Sheppard y posterior juicio del doctor, llenaron las páginas de los principales diarios de la época, contagiados de la fiebre “moral y punitiva” desarrollada por el demente senador republicano Joseph McCarthy y sus adláteres, entre los que se encontraba un recién llegado llamado Richard Nixon.
Por dicha causa y durante más de tres meses, la opinión pública norteamericana devoró ávidamente todas las informaciones que aparecían del caso, olvidando que Sheppard nunca dejó de rechazar la acusación, proclamando su inocencia frente a los que exigían su condena. Al final, el 21 de diciembre de 1.954 Sam Sheppard fue condenado a cadena perpetua (frente a muchos que clamaban por la pena de muerte) pasando más de una década en prisión hasta su puesta en libertad por la corte suprema de los Estados Unidos al encontrar fundamentos de que su condena estaba basada en pruebas pocos claras y para nada esclarecedoras. Por desgracia, Sheppard estaba enfermo cuando abandonó la cárcel, razón por la cual, falleció cuatro años después, a la edad de 46 años.
Sin embargo, lo curioso del caso es que Huggins debió esperar dos años hasta poder llevar su idea a la pequeña pantalla. Y es que lo divertido del tema era que cada vez que le enseñaba la idea a alguien, daba igual que fuera a sus amigos, a su abogado o su dentista, todos reaccionaban igual, poniendo la misma cara de asco y diciéndole que la idea era del todo repulsiva. Por fortuna para él, el presidente de la cadena de televisión ABC supo ver las posibilidades de la idea, llegando a declarar que: “The fugitive es la mejor idea que he oído para una serie de televisión”.
Al final, el martes 17 de septiembre de 1.963, prologada por la inquietante voz del actor William Conrad (conocido en España por la serie Cannon) arrancaba una de las más apasionantes cacerías humanas de cuantas han llenado las parrillas de televisión, a lo largo de su historia. Su punto de partida, el mismo que en el caso del doctor Sheppard -aunque Roy Huggins también tomó elementos de la obra de Victor Hugo Los miserables en especial a la hora de crear a la némesis del protagonista, el teniente Gerard, encargado de su búsqueda-. El doctor Richard Kimble (David Janssen) un respetable pediatra de Stanfford, Indiana, es acusado de la muerte de su mujer Helen, aunque él proclama que es inocente y afirma que, cuando encontró el cadáver de su esposa vio como otra persona abandonaba el lugar, un hombre manco. A pesar de todo, Kimble es declarado culpable y sentenciado a la pena de muerte. Pero en el traslado a la cárcel donde permanecerá los últimos días de su vida, logra escapar del tren que lo conduce, iniciándose, por parte de las autoridades, una cacería “del hombre” liderada por el teniente Philip Gerard.
La serie tuvo una tibia acogida en sus primeras semanas, debiendo superar, además, problemas en la propia ABC, en donde algunos la tacharon de: “una bofetada en la cara del sistema judicial americano”, una curiosa declaración teniendo en ese momento a un fiscal general como Robert Kennedy que tanto ayudó a los derechos civiles y a la integración de las minorías en la vida cotidiana de los americanos.
El caso es que las aventuras del doctor Kimble, huyendo del acoso de Gerard, mientras trataba de encontrar al hombre manco -el único que podía demostrar su inocencia- engancharon al público sin que éste se diera cuenta, colocándose en el quinto puesto del ranking de audiencia al principio de la segunda temporada y frente a programas como El show de Ed Sullivan, o el magnífico programa de entrevistas 60 minutos.
Todo esto tuvo que ver con el acierto de su creador quien supo mezclar con total maestría el suspense, la acción y el drama humano y personal de un hombre que se sabía inocente, a pesar de las pruebas en su contra y un hecho que todos los espectadores conocían, lográndose una comunión perfecta y una fidelidad que arrastraba a 10.000.000 de americanos cada martes (suceso que se repetía en muchas partes del mundo, incluso en España) Tales factores dieron como resultado que se le otorgara el premio Emmy a la mejor serie dramática y mejor actor en la edición de 1.965.
Por ello, nadie podía pensar, en aquellos instantes que la serie sólo duraría cuatro temporadas, evitando estirar el filón hasta el ridículo, tal y como ha ocurrido con otras tantas en la historia del medio. Y se crean que tal decisión no fue replicada por la cadena de televisión, más si tenemos en cuenta que durante aquellos años la ABC había ganado cerca de 30.000.000 de dólares en conceptos de publicidad, ofreciéndole al actor David Janssen la posibilidad de una quinta, la cual fue declinada por el actor al encontrase física y mentalmente exhausto.
Ante la negativa y queriendo evitar que la serie acabara en una caricatura de sí misma, su productor, Quinn Martin., en una operación muy poca ortodoxa en un medio como esté, decidió concluir la peripecias del doctor Kimble, después de 118 episodios, con un episodio doble titulado “The judgment (El veredicto) escrito por George Eckstein y Michael Zagor, y dirigido por Don Medford. En él Richard Kimble localizaba por fin al hombre manco, en un parque de Santa Mónica, entablando una feroz lucha contra él, solventada por un disparo del teniente Gerard, que acaba por aceptar la inocencia de quien lleva tanto tiempo persiguiendo.
Y si piensan que el último episodio fue intenso, la realidad que lo envolvió, lo superó con creces. El martes 29 de agosto del año 1967, cuando William Conrad empezó la narración final de la historia de The fugitive, el 72% de la audiencia de los Estados Unidos estaba sentada, o de pie, mirando una pantalla de televisión. El país se paralizó de tal manera que, incluso disminuyeron los delitos durante el tiempo de emisión. Recuerdo haber leído las declaraciones del entonces jefe de policía de la ciudad de Nueva York, justo cuando se celebraba el 30 aniversario de la emisión del primer capítulo de la serie -y momento en el que también se estrenó la vibrante adaptación cinematográfica protagonizada por Harrison Ford y Tommy Lee Jones- quien recordaba como aquel día casi no tuvieron denuncias mientras la serie se proyectaba, instalándose, incluso, televisiones en las comisarías de todo el país para poder asistir al final de la escapada.
El record, impensable para hoy, tardó 13 años en ser superado ?y no por mucho margen- por la serie Dallas, en el episodio que se revela quién atacó a Jr., aunque estadística y socialmente, tenga mucho más valor la audiencia de la serie protagonizada por el doctor Kimble, dada la implantación de los aparatos de televisión en los años sesenta, mucho menor que en la década de los ochenta y noventa del pasado siglo XX, fecha en la que se emitió el culebrón petrolero protagonizado por la familia Ewing
Además, puede que en toda esta historia exista una especie de justicia poética dado que en 1.998 y gracias a las pruebas del ADN y al tesón de su hijo, Sam Reece Sheppard, se acabó demostrando que el doctor Sheppard era inocente y que, en efecto, había una tercera persona en el lugar en donde murió su mujer, tal y como el doctor nunca se cansó de repetir.
Como ven se puede lograr paralizar un país o simplemente pasar una velada agradable sin necesidad de que nadie te vacíe su bolsa de basura particular frente al televisor y empiece a enseñarla como si se tratara de una gran maravilla. Ya la vista de los datos ?y de los irrisorios niveles de audiencia obtenidos por las cadenas televisivas de nuestro país, no vendría mal que los programadores fueran a la mediateca y descubrieran que hay vida después de las miserias de los famosos de baratillo y de los líos judiciales de buena parte de la caverna política nacional. Antes estaba The fugitive y ¡qué bien se lo pasaba uno viéndolo!
Esta columna está dedicada a la memoria del doctor Sam Sheppard, quien la verdad le llegó cuando ya era demasiado tarde.
Hubo una época, “hace mucho, mucho tiempo” en donde las personas se reunían en torno a la televisión para ver algo más que un catálogo de miserias, basuras varias y cabezas huecas.
Una época en donde la actualidad del mundo importaba más que las declaraciones de cualquier famosillo de “medio pelo”, cuya única virtud es el apellido que lleva, o la localidad en la que vive.