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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Gallardón y sus fieles insulares

Gallardón le pedía al PP “un ejercicio de realismo” y pasar del abandonado centro reformista al “centro integrador” basado en tres ejes: “un nuevo lenguaje”, “una nueva complicidad” con los sectores sociales relevantes y una “nueva relación” con las nacionalidades y autonomías. Dijo además que en la derrota nada tuvo que ver el 11-M sino los “malentendidos” entre el PP y la sociedad que agravaron los atentados. Apostar por la diversidad, abominar del pensamiento único, respeto, tolerancia, suprimir barreras entre políticos y ciudadanos, “dar la espalda a la intransigencia, el fanatismo y el pensamiento radical” y buscar complicidades con jóvenes, creadores, inmigrantes y homosexuales, admitiendo incluso un “fenómeno nuevo” como la adopción de menores, eran sus ideas. Porque Gallardón pedía no sujetar al PP a ninguna “confesión religiosa, corriente ideológica o postura particular”, citó al poeta Joan Maragall, y advirtió que el PP seguía siendo el partido que mejor gestionaba la economía y la reforma administrativa pública.

Si mis notas de entonces no me engañan, yo me froté los ojos varias veces para comprobar que no estaba soñando. Larry Álvarez tampoco salía de su asombro, mientras que Rodríguez Gago mostraba su disconformidad, aseguraba que con ese discurso se entregaba el partido “al Grupo Prisa” y que ese mensaje era “el que querían oir los socialistas”. “Dirás los centristas o los independientes, ¿no?”, intenté precisarle, pero Víctor, siempre apasionado, me corrigió a su vez: “no, socialistas”, subrayándome esta última palabra como si se tratara de mutantes con cuernos y rabo.

El sector Esperanza, al que pertenecía, se encargó de dinamitar ese discurso, organizó una presión sin precedentes contra Rajoy: llamadas a Génova, emails de protesta, movimientos periféricos de sus afines... El gallego, siempre tembloroso, se acongojó y al día siguiente desautorizó a Gallardón. Las esperanzas de renovación se fueron al traste, Larry siguió en silencio y Gago mostró su alborozo.

Cuatro años después, mientras Soria aparece de refilón en la portada de El País junto a Ana Botella, sabemos que tras su dimisión, Larry se ha hecho gallardonista ya convencido, de Gago nada sabemos aunque nos podemos imaginar y el giro al “centro integrador” se ha volatilizado a 50 días de las elecciones, si es que no lo había hecho antes ya. Luego vendrán los “¡madres mías!”, las incomprensiones, los malentendidos, se le echara la culpa a un atentado o a un invitado, pero lo cierto es que todo apunta a que Rajoy va a hacer bueno el apelativo con el que un tal Rodrigo lo bautizó cuando llegó al cargo: “Mariano, el breve”.

Federico Utrera

Gallardón le pedía al PP “un ejercicio de realismo” y pasar del abandonado centro reformista al “centro integrador” basado en tres ejes: “un nuevo lenguaje”, “una nueva complicidad” con los sectores sociales relevantes y una “nueva relación” con las nacionalidades y autonomías. Dijo además que en la derrota nada tuvo que ver el 11-M sino los “malentendidos” entre el PP y la sociedad que agravaron los atentados. Apostar por la diversidad, abominar del pensamiento único, respeto, tolerancia, suprimir barreras entre políticos y ciudadanos, “dar la espalda a la intransigencia, el fanatismo y el pensamiento radical” y buscar complicidades con jóvenes, creadores, inmigrantes y homosexuales, admitiendo incluso un “fenómeno nuevo” como la adopción de menores, eran sus ideas. Porque Gallardón pedía no sujetar al PP a ninguna “confesión religiosa, corriente ideológica o postura particular”, citó al poeta Joan Maragall, y advirtió que el PP seguía siendo el partido que mejor gestionaba la economía y la reforma administrativa pública.

Si mis notas de entonces no me engañan, yo me froté los ojos varias veces para comprobar que no estaba soñando. Larry Álvarez tampoco salía de su asombro, mientras que Rodríguez Gago mostraba su disconformidad, aseguraba que con ese discurso se entregaba el partido “al Grupo Prisa” y que ese mensaje era “el que querían oir los socialistas”. “Dirás los centristas o los independientes, ¿no?”, intenté precisarle, pero Víctor, siempre apasionado, me corrigió a su vez: “no, socialistas”, subrayándome esta última palabra como si se tratara de mutantes con cuernos y rabo.